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El monstruo detrás del hombre: el testimonio de la hija de Gisèle y Dominique Pelicot

Seix Barral publica ‘Y dejé de llamarte papá’, las memorias de Caroline tras la condena a más de 20 años de su padre

El monstruo detrás del hombre: el  testimonio de la hija de Gisèle y Dominique Pelicot

Un grafiti en muestra de apoyo a Gisèle Pelicot, drogada, violada y prostituida por su marido durante más de 10 años. | Panoramic (Zuma Press)

El 12 de septiembre de 2020, cuando la policía francesa inspeccionó el teléfono móvil, las tarjetas SIM, la videocámara y el portátil de Dominique Pelicot, tras ser detenido por filmar bajo la falda de tres mujeres en un supermercado, encontraron vídeos que mostraban a su esposa Gisèle, visiblemente drogada, con diferentes hombres abusando de ella.

Antes de aquel día, Dominique era un electricista jubilado de 68 años, cariñoso y atento con su familia. Un padre que solía hacer reír a su mujer y madrugar para llevar al colegio a sus tres hijos –David, Caroline y Florian– cuando estos eran aún pequeños. Alguien que estaba siempre para ellos y les escuchaba y que, no importaba cuándo, siempre les iba a buscar. Era, también, un mal emprendedor. A lo largo de los años había arrastrado algún que otro fracaso, llegando a ocasionar la bancarrota de la unidad familiar en más de una ocasión. Pero en su vejez se había convertido en un buen abuelo y, básicamente, en un buen hombre. «Una persona buena, honesta y leal», escribe su hija Caroline Darian –pseudónimo escogido en honor a sus dos hermanos– en Y dejé de llamarte papá (Seix Barral).

Tras ser puesto en libertad por aquel primer arresto, él mismo condujo hasta la comisaría el 2 de noviembre de 2020, acompañado por la que aún era su esposa, convencido de que se trataba de una mera formalidad administrativa. Más tarde el teniente le contaría a su hija que no mostró ni una pizca de arrepentimiento tras ser detenido. Más bien, le dice, se mostró agradecido por «quitarle un peso de encima».

Después de aquel día, Dominique fue también el monstruo. El marido que sedó, violó y organizó encuentros sexuales con su mujer drogada e inconsciente a lo largo de más de diez años, con más de 70 hombres, algunos en repetidas ocasiones, mientras grababa y fotografiaba las agresiones. Muchos, como él, buenos hombres, padres de niños pequeños o abuelos, solteros o casados, con edades comprendidas entre 20 y 70 años, de todo tipo de profesiones, con los que había contactado por internet. «Ofrecía a su mujer al primer hombre que se encontraba, sin siquiera exigirle relaciones con protección. A veces incluso prohibía el uso del preservativo», afirma en su impactante testimonio su hija Caroline.

Pero entre el monstruo y el hombre no había distancia. Dominique no era uno de día y otro de noche. Era, a la vez, el padre comprensivo y el hombre perverso que también fotografió a su hija en varias ocasiones y a sus nueras desnudas, y que compartió aquellas imágenes por internet. «No perdonó a ninguna mujer de nuestra familia».

Hija de la víctima y del verdugo

Escrito inmediatamente después de aquellos acontecimientos, entre noviembre de 2020 y noviembre de 2021, en Y dejé de llamarte papá, Darian comparte y se aferra a la escritura para entender esa disonancia, para enfrentarse a ese dilema imposible de sentirse hija de la víctima y del agresor a la vez. «He intentado en vano descubrir y comprender la verdadera identidad del hombre que me crió. Incluso hoy sigo preguntándome por qué no vi ni sospeché nada. Nunca perdonaré lo que hizo durante tantos años. Sin embargo, aún conservo la imagen del padre al que creí conocer. A pesar de todo, sigue anclada en mí y forma un telón de fondo».

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Fue en esos primeros meses, cuando la policía encontró varias imágenes de la propia Caroline entre las más de 20.000 fotografías y vídeos que descubrieron en su disco duro. En dos de ellas apenas se reconocía. «Sé que me drogó, probablemente para abusar sexualmente de mí, pero no tengo ninguna prueba», afirmó después en una entrevista a la BBC. Aunque Dominique siempre lo ha negado. «Miente como respira. Me drogó, como muestran las dos fotos en las que se supone que estoy durmiendo. (…). Nunca duermo vestida así, ni en esa postura. Y tengo el sueño ligero», escribe.

Entre medias, Caroline comparte algunos de los recuerdos de su vida pasada en pequeñas píldoras que producen un contraste más perverso si cabe. «En verano me despertabas temprano por la mañana. Íbamos a pedalear por las carreteras vecinales de Vaucluse. Tu voz en las subidas: ‘¡No te rindas, vamos, hija mía! ¡Fuerza!’. Tu alegría al llegar al Col de la Madeleine, entre Bédoin y Malaucène, y yo, cuando te alcanzaba, echando pie a tierra. Contemplábamos juntos y en silencio el paisaje grandioso».

No le basta, aunque luego buscaremos una explicación ahí, la mala relación que su padre mantenía con su abuelo –un hombre bastante turbio a juzgar por las descripciones de su nieta, capaz de emparejarse con la hija de acogida 30 años más joven que él después de la muerte de su esposa–. «En mi inseguridad, siempre te vi como el superviviente de un legado familiar desastroso. La verdad es más simple. Nunca te atreviste a enfrentarte a tu padre. Fuiste cobarde y egoísta».

«Que la vergüenza cambie de bando»

Fundadora de la asociación #MendorsPas: Stop à la soumission chimique (#NomeDuermas: Stop a la sumisión química), Caroline comparte el shock familiar, el bloqueo inicial de su madre, capaz de sentir compasión en ese primer año por quien hasta entonces había sido su marido –«trata de convencerse de que el hombre al que amó durante tantos años no siempre ha sido un criminal sexual tan depravado»– y disecciona las señales que no vieron. Lo que no recordaba Gisèle, cuenta, lo recordaba su cuerpo por ella. Pérdidas de memoria, dificultad en mantener la atención, desajustes menstruales o síntomas de fatiga. «Recuerdo nuestras conversaciones telefónicas, cuando mi madre estaba desorientada o parecía divagar. Sus ausencias nos preocupaban (…). Mi padre les restaba importancia».

Era el mismo hombre que calculó la dosis exacta de pastillas y que, por las noches, organizaba aquellos siniestros encuentros. Gracias a su perversa complicidad, durante más de diez años, 70 agredieron sexualmente a su esposa. «Me horrorizo cuando leo los informes psicológicos. Aunque la mayoría de ellos reconoce el carácter amoral de sus actos, ninguno expresa empatía o remordimiento alguno por mi madre. A menudo no son conscientes de que son delincuentes peligrosos».

El 19 de diciembre de 2024, Dominique fue condenado a 20 años de prisión. Con él, otros 49 hombres fueron declarados culpables de violación. Algunos de ellos poseían, además, imágenes de abuso infantil entre el material incautado.

En sus memorias, Caroline se cuestiona si su madre, todavía en shock y en estado de negación, encontrará la fuerza y la resistencia para afrontar el juicio. Hoy sabemos que sí. En nuestras pantallas Gisèle se muestra como esa especie de «reina medieval», como la define su hija, con una pose de entereza y dignidad absoluta. Fue ella quien decidió que el procedimiento no se celebrara a puerta cerrada. Profundamente valiente, quería que el país viera las caras de los hombres que, durante años, abusaron de ella y se aprovecharon de su fragilidad en su propia casa. «Que la vergüenza cambie de bando». Sus palabras ya han cambiado algo.

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