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Wittgenstein: retrato de familia

Acantilado publica una selección de las cartas que se escribieron el filósofo y sus hermanos entre 1908 y 1951

Wittgenstein: retrato de familia

La familia Wittgenstein en Viena, verano de 1917. | Wikimedia Commons

Si escribo Wittgenstein seguro que lo primero que les viene a la cabeza es Ludwig. Pero la familia Wittgenstein da para mucho más. El filósofo fue el más pequeño de ocho hermanos pertenecientes a una de las estirpes más poderosas de Viena. Y también la oveja negra. En 2009 la editorial Lumen publicó el muy ameno y documentado La familia Wittgenstein de Alexander Waugh, que contaba la historia de la saga, y ahora llega a las librerías el epistolario Los Wittgenstein, una familia en cartas (Acantilado), que completa el retrato.

El libro reúne en una cuidada edición una selección de las cartas que se escribieron los hermanos entre 1908 y 1951. Ludwig, que abandonó muy joven Viena, donde residía la familia, y solo regresó a la ciudad de forma esporádica, ocupa un lugar central de este epistolario, como autor o receptor de la correspondencia. La última carta recogida en el volumen, dirigida a su hermana Helene, está escrita por él desde Cambridge el 10 de abril de 1951, dos semanas antes de fallecer.

Ludwig era el menor de ocho hermanos, de los cuales tres varones se suicidaron en su juventud, dos mientras estudiaban y un tercero en el frente italiano, en los días finales de la Primera Guerra Mundial. Los cinco que llegaron a la madurez fueron las tres hermanas –Hermine, Helene y Margaret– y los dos hijos más pequeños: Paul y Ludwig. El padre, Karl Wittgenstein, magnate del acero, llegó a ser uno de los hombres más ricos y poderosos de Austria, y la madre, Leopoldine, una mujer sensible y amante de las artes. Eran una familia influyente y con conexiones con el mundo de la cultura como mecenas.

La correspondencia apenas permite abocetar algunos aspectos del pensamiento filosófico de Ludwig Wittgenstein, pero sí es una ventana a su singular personalidad, que le llevó a dejar Viena, ejercer de jardinero y maestro rural; hacer sus pinitos como arquitecto sin tener la titulación diseñando parte de la casa de una de sus hermanas; vivir con austeridad, casi ascetismo; renunciar a su herencia, que prefirió repartir entre sus hermanos, y sobre todo convertirse en Cambridge en uno de los filósofos más relevantes e influyentes del siglo XX.

Sus hermanas no siempre entienden los pasos que da Ludwig. En una carta, Hermine le dice: «Desde hace un tiempo ya no te entiendo tan bien y te has convertido en un Ludwig diferente a aquel con el que creía hablar». El filósofo vive envuelto en turbulencias interiores que lo atormentan. En una carta dirigida a su hermano Paul en 1924, desde un pequeño pueblo de Austria donde se ha recluido, le dice: «Por una ingenuidad que te honra, no tienes ni idea de hasta qué punto me dominan las motivaciones más viles. Soy un ser extraviado y completamente indigno de vuestro afecto a menos que un milagro me salve. No quiero decir más».

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Los Wittgenstein, una familia en cartas
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Mundo cultural vienés

Sin embargo, en las cartas también hay espacio para los juegos y guiños –Ludwig y Paul coleccionaban e intercambiaban disparates y despropósitos aparecidos en los periódicos– y para la cultura. Abundan también entre los cinco hermanos los comentarios sobre libros y en especial sobre música, con unos conocimientos que van mucho más allá de los del simple aficionado. Por ejemplo, cuando Helene le cuenta su decepción tras haber asistido al concierto –convertido en histórico, porque se grabó– del Réquiem de Brahms dirigido por Karajan en Viena en 1947, Ludwig responde: «¿No lo tocaría el mísero percusionista al que escuché yo? Aunque ciertamente la culpa la tiene sobre todo el director. Me puedo imaginar que un Brahms tan espiritual no sea del gusto de Karajan, aunque quizá me equivoque».

La familia estaba muy conectada con el mundo cultural vienés. A Margaret la pintó Gustav Klimt en uno de sus retratos más célebres y Paul desarrolló una destacada carrera como pianista, que no se truncó tras la pérdida del brazo derecho en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Negándose a abandonar la música, encargó a varios compositores conciertos de piano para la mano izquierda, el más célebre de los cuales es el que escribió para él Maurice Ravel.

Si la Primera Guerra Mundial trajo la tragedia a la familia –Konrad se suicidó, Paul perdió un brazo y estuvo, como Ludwig, en un campo de prisioneros–, el ascenso de los nazis generó más dolor. Son Paul y las hermanas quienes van informando a Ludwig desde Viena de su cada vez más delicada situación.

En febrero de 1934 Hermine le relata los combates que hay en los barrios periféricos de la ciudad, con la tensión política en aumento: «Las tropas del gobierno contra los socialdemócratas (…) No dejamos de oír disparos y nos preguntamos cómo es posible que los rojos hayan acumulado tantas armas y munición para combatir tantos días». En una carta posterior le cuenta: «La calma en las calles se ha restablecido completamente: cines, teatro, todo funciona, pero nadie sabe realmente qué pasará. Se ha reducido al silencio a uno de los dos partidos en conflicto, el otro –los nacionalsocialistas– es más agresivo y feroz que nunca».

«Mestizos de primer grado»

Tras el Anschluss y la implantación de las Leyes de Núremberg, la familia descubre que se la considera judía por la ascendencia de varios de los abuelos. Los hermanos son catalogados como «mestizos de primer grado», lo cual conlleva restricciones como la imposibilidad de ejercer cualquier tipo de trabajo o hacer uso de los parques públicos. La ascendencia judía estaba llena de matices y podía intentar rebatirse ante las autoridades, pero obtener el certificado de arios que les evitara problemas implicaba pagar grande sumas de dinero. En 1939 Paul le escribe a Ludwig: «Los alemanes son chantajistas y cuando uno muestra debilidad ante un chantajista está perdido (…) Mi pasaporte alemán estaba a punto de caducar». Lo cual lo impulsa a marcharse de forma urgente a Estados Unidos para que no le impidan salir.

También Margaret, casada con un americano, teme que si el pasaporte estadounidense le caduca no lo podrá renovar. Le escribe a Ludwig en las Navidades de 1939: «Todos estamos sanos y salvos (…) Yo debería partir pronto a causa de mi pasaporte, pero no puedo creer que, de un modo u otro, no vaya a ser posible evitar la partida». También ella, como Paul, pasará la guerra en Nueva York, desde donde ayudará a familiares y amigos que siguen en Austria a salir del país. Para ello los hermanos deberán vender obras de arte y joyas bibliográficas. Para evitar el expolio, Ludwig guarda a buen recaudo algunos valiosísimos manuscritos musicales de la colección familiar en la caja fuerte de su banco de Cambridge.

La situación vivida en estos tiempos tensa la relación entre los hermanos, pero todos sobreviven a la guerra. Ludwig fallecerá en 1951 de un cáncer que se ha negado a tratarse. En una carta que le escribió a su hermana Helene en 1934 se definía así: «Escribes en tu última carta que soy un gran filósofo. Efectivamente, lo soy, pero no quiero escucharlo de ti. Llámame buscador de la verdad y me quedaré satisfecho. Tienes razón, toda vanidad me es ajena y ni siquiera la veneración ilimitada de mis alumnos puede nada contra mi intransigente autocrítica. Es verdad, lo admito, que a menudo me asombra mi propia grandeza y no puedo entenderla, pese a mi inmensa capacidad de comprensión. Pero basta ya de palabras, pues las palabras están vacías frente a la plenitud de las cosas».

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