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Cultura

Los días de diario de Acoidán Méndez

La intimidad de este libro es bastante más descarnada que la de otros diarios aparentemente más privados

Los días de diario de Acoidán Méndez

'Algunos días', de Acoidán Méndez.

El motivo por el cual solo puede leerse de un tirón Algunos días, el primer libro de Acoidán Méndez (Las Palmas de Gran Canaria, 1989), no es su limpia brevedad, ni su claridad militante, ni el ágil ritmo de lectura que impone…, sino el hecho de que, mientras lo recorre el lector, encandilado, cualquier interrupción supone una verdadera molestia, el fin de un sortilegio muy especial, impuesto por la amabilidad del tono, por lo fácil que es identificarse con el narrador y por la sonrisa constante con la que se asiste a casi todo lo que se cuenta a lo largo de estos cincuenta días recogidos aquí, del 8 de mayo al 20 de julio de 2022 (el año no se dice, pero lo delata una noticia sobre Ucrania que se cuela en la página 49).

La verdad es que he leído ese libro sencillo y adorable en un día que se anunciaba un tanto gris: días de mensajeros que te riñen en serio por no estar en casa, días de escritores irrelevantes que te reprochan que no hayas leído o reseñado sus obras maestras…, pero leyendo al ya amigo Méndez, autor de quien no sabía una palabra hace cuatro días, todo se hace más sonriente sin ser un libro en absoluto colorista o ingenuo. Es solo que, como ocurre en el caso de su idolatrado Alejandro Zambra (de quien se habla muy bien en estas páginas), incluso las cosas medio amargas, los días de hartazgo laboral, de sobresaltos médicos o de recuerdos dolorosos adquieren ese ambiguo matiz de lo bonito o de lo gracioso, de ese pacto más o menos justo que supone vivir, con todo lo que ello implica. Esencialmente, creo que se trata de vivir con, digamos, deportividad, jugando limpio: a cambio de lo muchísimo que recibimos, y que tanto nos gusta (libros, abuelas, amores, cachorros de perro adoptados sin premeditarlo…), hay que atravesar momentos de desazón, días de angustia, generaciones enteras de pura incertidumbre, dado que se trata de este tiempo. 

La librera que me lo vendió (Verónica, de La Anónima, aunque ya su jefa Lorena me había hablado de él pocos días atrás) me convenció diciéndome que se trataba, por fin, de “una lectura amable”, y yo, que llevo varias temporadas en guerra contra “lo chungo”, no lo dudé, aunque tenga en casa varias pilas de libros sin leer, contando solo los aparecidos en 2025. Pocas horas ya estaba eternamente familiarizado con el “yo” de estos diarios (que no sé si son reales o de ficción, y no me importa), con los paseos del tal Telmo por Lavapiés, con sus recuerdos de Canarias (“En una isla pasan menos cosas que en cualquier otra parte”), con el trabajo en un bar, con la conyugalidad y las dudas sobre la posible paternidad, con los hábitos del dueño de gatos, con el alumno de talleres literarios, con el lector de autores/as argentinas/os, con ese observador canario-madrileño  (“En los bares de Madrid es casi una señal de buena educación tirar las servilletas fuera de la papelera”…) que dice que no tiene mirada poética e incluso que no le gusta mucho la poesía (lo cual está muy mal), aunque tal vez afirme esto último solo para quitarse de encima a un poeta pesado (lo cual está muy bien).

En dos o tres ocasiones cita Méndez a Jonás Trueba, y es natural porque el tono de este libro, tanto lo que se cuenta como el cómo, está muy en esa sintonía. Reuniones con amigos que han tenido un niño, una tarde en la Cineteca, alguien que de repente se muestra interesado por ti y te pasa su teléfono (junto a una entrada para el tenis, lo cual es algo menos habitual), solicitudes de becas, búsqueda de un trabajo mejor, ambiciones y frustraciones literarias, o dudas sobre la propia pareja y su posible futuro “realista”, sumergido todo en muchas lecturas, y la verdad es que éstas se eligen, en general, bastante bien. Se aplaude a Ernaux, es verdad, pero también se lee a Bobin, y en esa confusión queda muy bien retratado algo puramente generacional, esa provisionalidad a la que tan fuertemente estamos atados, pero en la que tanto nos movemos.

La intimidad de este libro es bastante más descarnada que la de otros diarios aparentemente más privados, y pasan ya no por lo sexual, tan parecido siempre, como por las sesiones de terapia, o por los asuntos de la salud, o por las pestañas que se quedan abiertas por accidente en internet…, pero sobre todo por las declaraciones de amor hacia su abuela fallecida, o la hipersensibilidad ante los disgustos de la gente (o las mascotas) a las que se quiere.

Creo que no se salta ninguno de esos cincuenta días que dura el libro: es verdad que la entrada de uno de ellos está totalmente en blanco, pero eso no implica saltarse el día, por la misma razón por la que votar en blanco no implica abstenerse de participar. Y me gusta también mucho el título, en cuya desnudez y hasta sosería quiero adivinar toda una declaración de principios que a mí, desde luego, me convence.

Y, para terminar, en un par de momentos de este diario se reflexiona sobre los libros que no van de nada, sin casi trama, sin “filosofía” deliberada, sin final…, pretendiendo, supongo, que el lector entienda que se está hablando del propio libro que leemos. Pero no es verdad: aquí sí pasan cosas, muchas, pero se trata de esas cosas que nos pasan en estos años a muchos de los no madrileños en torno a los cuarenta que vivimos en Madrid: las mismas dudas, los mismos problemas, un ocio parecido, una inmovilidad llena de estímulos. Y también se dice, muy sabiamente, que “no tener con quién compartir los logros les resta algo. No sé muy bien qué”. Confío de corazón en que el logro que implica la escritura y la publicación de este libro (en la nueva editorial Plasson & Bartleboom, por cierto, que también tiene su sede en el barrio de Legazpi) pueda compartirse con miles de lectores que, automáticamente, se convertirán en cómplices. A mí, desde luego, ya me ha ganado.

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