Francisco de Sarmiento, el 'Leónidas' español que defendió un asedio de 50.000 turcos
Las tropas del almirante otomano Barbarroja sufrieron 20.000 bajas antes de tomar la ciudad de Castelnuovo

Fragmento de la portada del cómic '1539 Castelnuovo', de Daniel Torrado. | Cascaborra ediciones
Si una cosa les gusta a los aficionados a la historia militar esa es las batallas donde uno de los ejércitos es ampliamente inferior en número a su enemigo, pero cuyo resultado, sin embargo, no se corresponde con esa relación de fuerzas tan descompensada. El ejemplo paradigmático de esto es la batalla de las Termópilas, donde los famosos trescientos hoplitas espartanos comandados por su rey, Leónidas —y acompañados de unos pocos miles de otras ciudades de Grecia—, se enfrentaron a la formidable hueste del rey persa Jerjes, formada por decenas o centenas de miles de hombres, según las distintas fuentes.
La historia universal deja otros ejemplos similares. Los judíos, por ejemplo, siguen recordando el asedio de Masada, donde los zelotes liderados por Simón bar Giora frenaron durante meses al poderoso Imperio romano y prefirieron el suicidio a la rendición. Por su parte, los ingleses protagonizaron una sonada gesta en la batalla de Agincourt —en 1415, durante la guerra de los Cien Años— contra un ejército francés muy superior.
Claro que la historia de España tampoco se queda corta en lo que a esta clase de proezas se refiere. Sin ir más lejos, hoy seguimos hablando de «defensa numantina» para referirnos a una tenaz resistencia hasta el límite, a menudo en condiciones precarias. Ello se debe, claro, a la heroica defensa de la ciudad de Numancia que nuestros antepasados celtíberos protagonizaron ante Roma en el 133 a. C. En otra ocasión, en este mismo podcast, hablamos de la carrera del Glorioso, un navío del siglo XVIII que se enfrentó sólo a doce barcos británicos.
Otro ejemplo es el del famoso milagro de Empel. El 8 de diciembre de 1585, día de la Inmaculada, las tropas españolas del Tercio Viejo de Zamora, comandadas por Francisco Arias de Bobadilla, rompieron el aparentemente inexpugnable cerco que sobre ellos habían levantado sus enemigos holandeses, cinco veces superiores en número. Un caso más reciente es el de los llamados últimos de Filipinas y su denodada defensa de Baler.

Choque contra los turcos por el Mediterráneo
Pues bien, hoy hablaremos de otro episodio similar en nuestra historia, pero mucho menos conocido. Nos trasladamos a 1539, en el contexto de la pugna entre cristianos y otomanos por el Mediterráneo. Nos situamos, por tanto, poco más de treinta años antes de la gran batalla de esa guerra entre españoles y turcos, Lepanto.
Hemos dicho que hay que remontarse a 1539, pero en realidad la historia no se comprende sin lo que ocurre un año antes. En 1538, los cristianos tomaron la plaza de Castelnuovo, la actual ciudad de Herceg Novi, en Montenegro, situada en la costa del mar Adriático. Sin embargo, fue una conquista anecdótica, ya que la flota otomana había vencido ese mismo año a la Liga Santa en la batalla de Préveza.
Los turcos, entonces, se dirigieron a Castelnuovo para recuperarla. Un poderoso ejército al mando del famoso almirante Jeireddín Barbarroja se plantó en la ciudad, bloqueando el puerto y apostándose frente a sus murallas. Los otomanos sumaban 50.000 hombres. Los defensores españoles, apenas cuatro mil, sabían que nadie acudiría en su auxilio tras la derrota naval cristiana. Pero eso no arredró su ánimo, especialmente el del hombre que comandaba la resistencia, Francisco de Sarmiento.
Francisco de Sarmiento y el asedio de Castelnuovo
El militar burgalés Francisco de Sarmiento nació en 1498, en una familia noble y bien conectada. La inclinación por las armas le vino desde muy joven y, poco después de cumplir los veinte años, ya dio muestras de ello combatiendo en su Burgos natal a los rebeldes comuneros, permaneciendo leal a Carlos V. También tuvo que empuñar las armas en Navarra, cuando Francisco I de Francia trató de colocar a Enrique II de Albret en el trono de Pamplona. Asimismo, participó en el exitoso asedio a Fuenterrabía, tomada por los franceses, una experiencia que le serviría en el futuro cuando fuese él el sitiado y no el sitiador. Los años siguientes los pasó destinado en Italia, Austria y por diversos lugares del Mediterráneo, donde se vio varias veces las caras con los turcos.
Y volvemos precisamente a 1539 y a Castelnuovo. Antes de que llegase Barbarroja, Sarmiento se ocupó de fortificar la plaza todo lo posible, a pesar de que, según nos cuentan las crónicas, esta se hallaba «muy mal reparada y con muchos padrastros á la redonda» (padrastro, aquí, usado como sinónimo de obstáculo). Incluso llegó Sarmiento a edificar una torre que hoy todavía sobrevive.

El sitio
El asedio comenzó el 12 de junio. Ese día, desembarcó una avanzadilla de mil hombres que por dos veces fue interceptada por los españoles. El resultado fueron trescientos turcos muertos y treinta prisioneros. Poco más de un mes después, acabó de llegar el grueso de las tropas otomanas. En medio del cañoneo a la ciudad que se realizaban desde los navíos turcos, el enemigo se dedicaba también a cavar trincheras y colocar la artillería para bombardear Castelnuovo.
Eso no impidió que los españoles hiciesen salidas sorpresivas para sorprender a las partidas de otomanos que se acercaban demasiado a la muralla. En esos ataques relámpago, los defensores lograron hacer cientos de bajas, muchas de ellas entre el cuerpo de jenízaros, la élite de las tropas de Barbarroja. Es por eso que el almirante prohibió que grupos reducidos de hombres se aproximasen a los muros de la ciudad.
El 24 de julio, Barbarroja ordenó el primer asalto a gran escala. Antes, había ofrecido la rendición a los españoles, en términos en que estos conservaban no sólo su vida sino también su honra. Sarmiento reunió a sus oficiales y la respuesta fue unánime: pese a que sabían que no serían socorridos, preferían morir al servicio de su rey y de Dios antes que entregar las armas. El ataque duró todo el día y se saldó con numerosas bajas entre los turcos, muchos víctimas de la propia artillería islámica.
Al día siguiente, fiesta de Santiago apóstol, los hombres de Barbarroja se arrojaron de nuevo contra las murallas. Los defensores habían confesado aquella mañana y al grito de ‘Santiago y cierra España’ continuaron repeliendo al enemigo. Hasta seis mil turcos cayeron aquel día, por sólo cincuenta españoles. Ante tal éxito, un grupo de seiscientos defensores pidió permiso a Sarmiento para hacer una salida. Muy de mañana, llegaron hasta el campamento otomano y sembraron el caos.
La caída de Castelnuovo
A pesar del ardor guerrero de los tercios, Barbarroja sabía que tarde o temprano Castelnuovo habría de rendirse. El 4 de agosto, lanzó un gran ataque contra uno de los fuertes de la parte alta de la ciudad, una posición estratégica. Las tropas de Sarmiento aguantaron allí todo el día y sólo se retiraron cuando el fuerte quedó reducido a escombros.
Al día siguiente, los otomanos se lanzaron de nuevo contra los muros de Castelnuovo. Otra vez, los españoles causaron miles de bajas a su enemigo, aunque los turcos lograron tomar una de las torres de la muralla. A la mañana siguiente, la lluvia se volvió contra los defensores, que no pudieron usar sus arcabuces, por lo que tuvieron que combatir a espada y pica. Si bien lograron de nuevo causar muchas bajas, los muertos y heridos también se acumulaban en el bando español.
El día 7 de agosto, el cuarto seguido de combates, Barbarroja ordenó el que sería el asalto definitivo. La maltrecha muralla, debilitada por mes y medio de bombardeos, acabó por ceder y los turcos entraron en Castelnuovo. Sarmiento, herido por tres flechazos, se retrocedió con sus últimos seiscientos hombres al pie de la torre de marina. Allí perecieron combatiendo hasta el final.
De los 4.000 españoles que defendieron Castelnuovo, apenas sobrevivieron doscientos. Por su parte, los turcos sufrieron entre 20.000 y 37.000 muertos, según las distintas fuentes. Una victoria pírrica y costosísima para los otomanos. La hazaña de los defensores de Castelnuovo fue motivo de poemas y canciones por toda la Europa cristiana. En palabras del poeta Gutierre de Cetina, de aquellos héroes gloriosos «la memoria de la dichosa muerte que alcanzaron se debe envidiar más que la victoria».