El 'otro' Stefan Zweig: el nacionalista alemán
El volumen ‘El mundo insomne de 1914’ reúne ocho artículos del escritor austriaco inflamados de exaltación patriótica

El escritor austriaco Stefan Zweig. | Wikimedia Commons
Debido a un libro tan deslumbrante como El mundo de ayer. Memorias de un europeo y, en general, a toda su trayectoria vital e intelectual, el escritor austriaco Stefan Zweig se ha convertido desde hace tiempo en el paradigma de intelectual comprometido con las causas antibelicista, europeísta y, en el tramo final de su vida, antifascista. Su propia muerte –el suicidio, junto con su esposa, Lotte Altmann, en Petrópolis (Brasil) en 1942– vendría a ser el colofón y el dramático tributo de sangre a esa trayectoria coherente y valerosa. Una actitud, la de Zweig, tanto más admirable cuanto que fue mantenida contra viento y marea durante un largo tramo de la historia europea, marcada precisamente por huracanes de signo contrapuesto, desde el nacionalismo radical a las proclamas xenófobas y antisemitas.
En casi todas las facetas de la vida, los seres humanos tendemos a concebir el mundo en términos diáfanos, delimitando contornos de la manera más precisa posible. Nuestra concepción de la historia y, aún más, de la historia política, es tributaria de esa propensión. De ahí, por ejemplo, la tendencia a mitificar determinadas figuras y comportamientos, para confrontarlos con otros de signo opuesto, demonizados o abominables. Por lo general, lo difuso y entremezclado nos genera un cierto desasosiego, cuando no una patente perplejidad. El acercamiento sin anteojeras o prejuicios a los hechos concretos nos muestra, sin embargo, que rara vez las cosas se presentan con tal nitidez. Nuestro esquematismo cognoscitivo se corresponde mal con una realidad fluida e incierta.
Algunas semanas después de que estallara la Gran Guerra, la que luego conoceríamos como Primera Guerra Mundial, Stefan Zweig publicó algunos artículos en la prensa de habla germánica. No fueron muchos, no llegaron siquiera a una decena. Retengamos, porque es fundamental para las consideraciones que siguen, que los textos en cuestión están escritos en el momento de mayor entusiasmo nacionalista y combativo, cuando aún se confiaba en las posibilidades de una guerra relámpago y los contendientes consideraban que la victoria aplastante estaba al alcance de la mano. El lector español tiene ahora la posibilidad de acceder al conocimiento de dichos artículos. Se acaban de publicar en la editorial Bauplan con el título de El mundo insomne de 1914 (con traducción de Borja Villa y Álvaro Ramos, y prólogo de Antoni Martí Monterde).
Se trata de un opúsculo –su extensión no alcanza las cien páginas– que contiene exactamente ocho artículos. Digamos, para concretar lo antes adelantado, que en su mayoría se pueden datar (solo hay uno sin fecha) entre agosto y septiembre de 1914, hay dos de 1915 y otro, el último, que es cinco años anterior (1909) y que figura aquí para mostrar una cierta continuidad en el pensamiento del famoso escritor. Continuidad y coherencia, estos son los términos clave en el examen de estos textos. Pero, para desconcierto de los múltiples admiradores de un Zweig visionario e impoluto, casi heroico, el Zweig que nos descubren estos artículos es un intelectual que no sabe, no puede o no quiere resistirse a los llamamientos patrióticos que impregnaron de entusiasmo la conciencia europea del momento.
La lectura del opúsculo puede despertar sentimientos encontrados, entre la sorpresa, el desconcierto y la irritación. El más benevolente de los lectores de este «otro» Zweig encontrará en los textos reunidos en este volumen una calculada ambigüedad, tamizada por una comprensible retórica patriótica, deudora de la trascendental coyuntura histórica. Es decir, se puede ser comprensivo con las efusiones sentimentales de un autor que busca en su tierra, en su lengua y en sus gentes unas referencias identitarias irrenunciables en una etapa inédita de trastorno y zozobra. En este marco se inscribe una evocación ambivalente de la guerra como mal (¿necesario?): su horror y la destrucción que genera es compatible, no ya con algo que se parece mucho a su justificación, sino como revulsivo vital de las naciones.
Odio y victoria
¿Dónde ha quedado el europeísmo del reputado ensayista? ¿Dónde su concepto de hermandad entre naciones? ¿Dónde su canto de una cultura común? A estas preguntas responde claramente el propio Zweig. Donde más claramente lo hace es en el artículo A los amigos del extranjero, de septiembre de 1914. «Ya no somos los mismos que antes de la guerra», ya «no seríamos capaces de entendernos a través de la palabra», ahora «me sois ajenos, lejanos» porque «a nuestros sentimientos se opone el destino de nuestra patria». Como lo único que importa es la nación, «reniego de vosotros» para «sentir mejor lo que sienten el resto de los alemanes». Hay que odiar, el odio es necesario, «no quiero moderarlo, pues engendra victoria y fuerza heroica».
Tremendas palabras que, lejos de ser un exabrupto extemporáneo, constituyen la urdimbre de estas reflexiones. ¿Reflexiones? Más bien arrebatos que transpiran una exaltación nacionalista tan vehemente como irracional. Una irracionalidad que no se oculta sino que se exhibe como soporte y a la vez fruto maduro del Volkgeist, el espíritu nacional alemán. Esta fiebre patriótica se infiltra como savia que vivifica todas las expresiones de júbilo y de pesar, de angustia y esperanza que Zweig va expresando en estas terribles semanas en que Europa se despedaza con saña (La recuperación de Galitzia, agosto de 1915).
Austria y Alemania, Alemania y Austria. Esto es lo único que ahora interesa al europeísta Zweig. «Austria nunca se había considerado tan austriaca, pero tampoco se había sentido nunca tan alemana» (Sobre el poeta austriaco. Unas palabras sobre la época). El autor canta la alegría, fuerza y dignidad austriacas. «Nunca me ha parecido tan digna de ser amada». Se refiere a «esta hora ferviente» que ha fundido «el destino de Alemania con el nuestro». Es la «voluntad de la raza», el «sentido del deber», la «fuerza del pueblo», entendiendo y canalizando siempre esa retórica como formación de combate. Porque si todo ello era encomiable en tiempo de paz, aún lo es más en tiempo de guerra: «Redoblemos la confianza en la capacidad bélica alemana» (Unas palabras sobre Alemania, agosto de 1914).
¿La paz? No hace falta sacar las cosas de quicio. Por supuesto que nuestro autor aboga por la paz. No es un belicista furibundo. Incluso, como ya se ha dicho, no se recata en enfatizar el horror de la guerra. Pero tampoco nos engañemos: la «paz renovada» por la que aboga, ese «orden nuevo» por el que suspira, significa la victoria germánica, que es su prioridad. De este modo, lo que «hoy» puede parecer «horrible será, entonces, en una sublime transformación, grandioso» («El mundo insomne», agosto de 1914).
¿Qué significa todo esto? ¿Era mendaz el Zweig de El mundo de ayer? ¿Debemos revertir su imagen de adalid pacifista y ferviente europeísta? No, no se trata de eso. Ni siquiera de socavar su bien ganado prestigio intelectual y cívico. Es más sencillo pero al tiempo más difícil de asumir. Nos gusta contemplar a nuestros héroes como personajes macizos, de una sola pieza. Y los seres humanos no somos así. Albergamos dudas, incoherencias, temores. En una fase terrible de nuestra historia, el escritor austriaco llegó a contaminarse de la ponzoña del ambiente. ¿Debemos repudiarle por ello? ¿O acaso ignorarlo para seguir admirando al Zweig ortodoxo que nos gusta? Como dice Antoni Martí en el prólogo, de lo único que debemos huir es de la simplificación: entender a Zweig es «entender sus contradicciones y paradojas, pues son también las nuestras». Aún más en esta nueva hora crucial de Europa.