El amigo americano impone restricciones
Trump ha prohibido a Repsol que importe a España petróleo venezolano. La memoria histórica recuerda el conflicto que mantuvieron España y EEUU por el bloqueo norteamericano a la Cuba castrista

El Informaciones, un periódico madrileño de la época, informa del ataque al Sierra Aránzazu.
El pájaro de mal agüero sobrevoló el barco a las 13 horas. Se trataba de un avión de vigilancia del Servicio de Guardacostas de Estados Unidos, que transmitió lo que había detectado: un buque mercante de 3.000 toneladas y más de 80 metros de eslora, carga mixta, bandera española, nombre Sierra Aránzazu, matrícula de Bilbao, avanzando a 12 nudos por el Canal de las Bahamas rumbo a Cuba, a 130 kilómetros al Nordeste de la isla. Era el 13 de septiembre de 1964.
El mensaje fue captado en la cercana base norteamericana de Guantánamo, y fue rebotando hasta llegar a la estación de la CIA en Nicaragua. Allí, un agente cubano del servicio de información norteamericano, llamado Félix Rodríguez, dio la orden: ataque hasta la destrucción del objetivo. Tiempo después diría que se había equivocado, que había confundido el Sierra Aránzazu con el Sierra Maestra, buque insignia de la marina mercante cubana.
Mientras tanto, el barco español seguía navegando tranquilamente, con su tripulación de 20 personas bajo el mando del capitán Pedro Ibargurengoitia, vizcaíno, obviamente, y su carga de juguetes, alimentos, tejidos y material agrícola. Era ya el ocaso cuando una lancha rápida apareció a popa y encendió un potente foco, para iluminar el nombre de la nave. Luego desapareció, pero aquello dejó preocupado al patrón.
Las elucubraciones no durarían mucho, solamente diez minutos, porque al filo de las 20 horas se destapó la caja de los truenos. Dos embarcaciones rápidas comenzaron un ataque coordinado desde babor y estribor, disparando ametralladoras y cañones de 20 y 40 milímetros. Barrieron con su fuego mortífero el puente, desde donde se gobierna el barco, y la zona de los camarotes, donde se hallaría la tripulación fuera de servicio. La intención era obvia, matar al mayor número posible de tripulantes, la determinación también, como demostrarían los 800 orificios de proyectil que se contabilizaron posteriormente.
El capitán Ibargurengoitia fue de los primeros en caer alcanzado por las balas. Herido grave, pudo dar dos órdenes: mandar un SOS por radio y abandonar el barco, pues se había declarado un incendio. Cuando intentaban arriar el bote volvieron a ametrallarlos. Finalmente, pudieron botarlo y alejarse del Sierra Aránzazu en llamas.
Siguieron doce horas de agonía, literal para el capitán y para el tercer maquinista, un joven de 23 años, que fallecieron mientras estaban perdidos en el mar. Finalmente, un mercante holandés que había captado la petición de ayuda y acudió en su busca, los rescató. A bordo de este barco todavía hubo otra muerte, la del segundo oficial.
El ataque al Sierra Aránzazu, que unos calificaron de piratería y otros de terrorismo, fue reivindicado por una obscura organización de nombre rimbombante, el Movimiento Insurreccional de Recuperación Revolucionaria, MIRR por sus siglas, una organización de exilados cubanos dirigida por un tal Orlando Bosch Dávila. Era uno de los grupúsculos de acción que trabajaban a las órdenes de la CIA para derribar a la Revolución cubana, una de cuyas tareas era tomar represalias contra quienes rompiesen el bloqueo comercial que Estados Unidos le había impuesto a Cuba en 1960, al final de la presidencia de Eisenhower.
En 1968, ese mismo Orlando Bosch fue detenido y condenado a prisión en Estados Unidos por ametrallar a un barco mercante polaco en el puerto de Miami. El MIRR se había equivocado al elegir el lugar, pero no la presa, porque Polonia era un país comunista, uno de los miembros del Pacto de Varsovia que, a remolque de la Unión Soviética, mantuvieron materialmente al régimen castrista hasta que desapareció la URSS.
Sin embargo, el ataque al barco español resultaba insólito en sí mismo, porque no existía en todo el mundo occidental un régimen más genuinamente anticomunista que el de Franco, y España era un importante aliado militar de Estados Unidos.

Eisenhower y Franco
La llegada a la presidencia de Estados Unidos del general Eisenhower -enero de 1953- había supuesto la ruptura del boicot al régimen franquista que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, mantenían las democracias occidentales. Unos meses después se firmaron los Pactos de Madrid, que establecían una ayuda económica y militar -material de guerra- de Washington a España, a cambio de cuatro bases aéreas y una importantísima base naval en Rota, junto al Estrecho de Gibraltar.
España fue llamada «el portaviones de Estados Unidos en Europa», y la visita de Eisenhower a Madrid en 1959 supuso el respaldo definitivo a Franco. Eisenhower se encontró con una recepción sin parangón, un millón de personas que le victoreaban «¡Ike, Ike!» (¡Vencedor, vencedor!), y además empatizó con Franco, que lo trató «de general a general».
Esa luna de miel de Franco con el presidente que impuso el bloqueo a Cuba tenía, además, un complemento en su contrario, las malas migas con Fidel Castro. En la noche del 20 de enero de 1960 Castro, que sólo llevaba un año en el poder, daba uno de sus largos discursos por la televisión. En un momento dado, entre tantas cosas que decía, acusó a la Embajada de España de ser un nido de actividades contrarrevolucionarias. El embajador Juan Pablo de Lojendio, que escuchaba la emisión, se sintió «calumniado», y ni corto ni perezoso se presentó en los estudios de Telemundo exigiendo derecho de réplica.
Aunque la emisión se cortó, existen numerosas imágenes del diplomático en actitud «poco diplomática», dando voces y agitando la mano en las narices de Castro, que aparece anonadado. Testigos presenciales cuentan que estuvieron a punto de acribillar a tiros a Lojendio, pues el séquito de Castro desenfundó sus pistolas y se oyó cómo las montaban. La reacción del dictador cubano fue el desconcierto y le preguntó a Lojendio: «¿Tiene permiso de su jefe de gobierno para hablar?». El embajador dijo que no había pedido permiso a nadie, era una cuestión de honor personal.
Lojendio fue expulsado al día siguiente, Cuba retiró a su embajador de Madrid y durante 15 años las relaciones diplomáticas fueron a nivel de secretario de embajada. Y, sin embargo, Franco no aceptó el bloqueo norteamericano y siguió sosteniendo materialmente a Cuba, una de esas situaciones paradójicas que son como las bromas de la Historia.
Historiadores y analistas políticos se han preguntado durante décadas por qué Franco apoyó a Fidel Castro. «Franco entendió que Cuba era algo nuestro y por eso eludió las presiones norteamericanas para que formásemos en el rebaño de boicoteadores», es la explicación más sencilla, que sostiene Serafín Fanjul, de la Real Academia de la Historia. Pero hay otras más estrafalarias, como la de que Fidel Castro era gallego -en realidad lo era su padre.
Otras explicaciones bucean en la Historia de España y la psicología del general. El llamado Desastre del 98, la guerra perdida frente a Estados Unidos, que se quedó con Cuba, Puerto Rico y Filipinas, dando fin a lo que nos quedaba del Imperio español, despertó una hostilidad general hacia Estados Unidos, pero en el caso de Franco añadió un agravio personal. Dado que España se había quedado prácticamente sin Marina de Guerra y arruinada, el gobierno cerró la Academia Naval, y el joven Franco no pudo seguir su fuerte vocación de marino, como su padre y su hermano mayor.
Si 60 años después esa frustración juvenil llevó a Franco a simpatizar con una Cuba que desafiaba a Estados Unidos, queda en el campo de la especulación. Pero lo que es cierto es que cuando Franco murió, Fidel Castro ordenó tres días de luto nacional en Cuba.