Europa
«Nuestro legado como europeos puede ayudarnos a soportar y quién sabe si no remediar lo que se nos viene encima»

Detalle de 'El rapto de Europa', de Tiziano. | Museo del Prado
Cuando Zeus, adoptando forma de toro, raptó a la hija del rey de Fenicia, todavía se desconocía que su nombre pasaría a ser el de un continente entero del hemisferio septentrional del mundo, un continente que geográficamente rebasa por el norte el círculo polar ártico y por el sur está casi sobre el trópico de Cáncer (como me recuerda mi Espasa), mientras que su frontera oriental que la separa de Asia es un límite convencional; con Asia y África tiene fácil comunicación y del Nuevo Mundo sólo la separa un océano de anchura media. Mediante los dos mares principales sobre los que se abre, el Mediterráneo y el Atlántico, se ha forjado gran parte de su civilización.
A lo largo de su historia, el continente más pequeño del hemisferio norte, que fue habitado desde las primeras etapas de la Prehistoria, ha ejercido una influencia muy superior a la que le corresponde por su tamaño, hasta los últimos tiempos, cuando ha empezado a vislumbrarse cierto declive sin duda.
Y esto nos invita a reflexionar sobre un territorio que llegó a encarnar una idea y unos ideales que todavía creo que merece la pena defender ante las invasiones de los bárbaros –y no me refiero sólo a los EEUU, sino a los nuestros, a los que albergamos dentro de nuestro territorio– por mucho que traigan algunas soluciones, como nos recordaba Konstantinos Kavafis.
Sus civilizaciones más importantes en la Antigüedad se desarrollaron en el Mediterráneo, empezando por la civilización minoica de Creta y la micénica de la Grecia continental. Estas y posteriores civilizaciones harían que Grecia sentara las bases de la filosofía, la democracia, las artes y muchas de las ciencias, además de una cosmovisión. Luego, Roma expandió un imperio que dominó gran parte del continente, difundiendo el latín, el derecho y la ingeniería. El cristianismo se convertiría en la religión oficial de este imperio a finales del siglo IV, antes de que Roma sucumbiera a invasores hunos y gran parte de Europa entrara en la Edad Media, época marcada por el feudalismo, la influencia de la Iglesia y las invasiones bárbaras –ay, esos bárbaros– y no tan bárbaras. En la Europa oriental, Constantinopla y el Imperio Bizantino resistieron hasta que los turcos otomanos se hicieron con ellos en 1453.
Durante los siglos XI al XIII, las Cruzadas y el crecimiento del comercio impulsaron cambios sociales y económicos. En los siglos XIV y XV, el Renacimiento surgió en Italia, rescatando el saber clásico y promoviendo el arte, la ciencia y el humanismo. Le siguió la Reforma en el siglo XVI, que dividió la cristiandad occidental y desembocó en guerras y conflictos nacionales e internacionales.
Los ideales de la Ilustración, en peligro
En los siglos XVII y XVIII estuvo en auge el absolutismo y la Ilustración, que inspiró revoluciones como la francesa. En el XIX, el nacionalismo y la Revolución Industrial transformaron el continente. El siglo XX estuvo marcado por dos guerras mundiales y varias civiles, el nazismo y el comunismo. Tras la Guerra Fría, Europa avanzó hacia la integración con la Comunidad y luego la Unión Europea, consolidando paz, democracia y cooperación internacional e instaurando una época esperanzadora de notable prosperidad.
Y ésta, precisamente, es la época que parece estar llegando a su fin ahora. Muchos de los ideales europeos que se configuraron en la Ilustración en particular, están en peligro.
La razón y la educación como herramienta para alcanzar el conocimiento y el progreso humano se ve debilitada por la proliferación de la desinformación, las teorías conspiratorias y la posverdad; la libertad de expresión y el pensamiento crítico, pilares contra el autoritarismo, se ven erosionados y tensionados por los medios sociales y varios tipos de censura; el universalismo y los derechos humanos inherentes a toda persona, independientemente de su origen, están en peligro por populismos, discursos xenófobos y políticas antimigratorias; la democracia liberal y la participación ciudadana se enfrentan a crecientes niveles de desconfianza institucional, el aumento del abstencionismo y una inquietante atracción por líderes autoritarios; y la solidaridad y cooperación internacional, uno de los pilares de la Unión Europea, se ven mermados por la propia hipocresía de Europa, que no mueve un dedo por frenar la brutal limpieza étnica que está llevando a cabo Israel en Palestina, genocidio en el que de hecho colabora con armas e inteligencia que suministra a Israel, lo que contribuye a nuestro descrédito. Algo que por lo demás ya prefiguró en su momento la guerra de los Balcanes. Y así nos va.
Pero nos queda sobre todo cierta cultura, los idiomas, la literatura, el cine y la música que Europa ha producido a lo largo de los siglos y la cosmovisión que nos ayudaron a forjar, entre tantas otras cosas que forman parte de nuestro legado como europeos, cosas que, por un lado, nos pueden volver algo más lúcidos al permitirnos ver lo que se avecina, quizás, y, por otro, nos pueden ayudar en forma de analgésicos para soportar, por un lado, y quién sabe si no remediar por otro lo que se nos viene encima.