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Cultura

'La hermana de Nietzsche': la falsificación filonazi del pensador

El profesor Ulrich Sieg estudia la manipulación de los manuscritos del filósofo realizada por Elisabeth Förster-Nietzsche

‘La hermana de Nietzsche’: la falsificación filonazi del pensador

Elisabeth Förster-Nietzsche | Dominio público

El nombre de Elisabeth Förster-Nietzsche por sí solo no les dirá nada, aunque sospecharán por el apellido que pueda tratarse de un familiar del conocido filósofo. Y acertarán por partida doble: no solo porque así es sino porque su importancia histórica deriva de esa familiaridad. No es que la vida de Elisabeth no albergue por sí sola episodios interesantes y hasta sorprendentes, como luego veremos. Nacida en la ciudad sajona de Röcken, su vida se prolongó durante 89 años (falleció en Weimar, en 1935). Vivió por tanto –no hace falta subrayarlo- una etapa crucial en la vida política de la Alemania contemporánea. Aun así, será su cercanía al célebre pensador lo que determinará su trascendencia histórica y la razón por la que sigue despertando interés biográfico (Carol Diethe y Kerstin Decker han estudiado su figura en sendas obras; ninguna de ellas, que yo conozca, traducida al español). Ahora sí se ha traducido el excelente estudio que el profesor de la Universidad de Marburgo, Ulrich Sieg, publicó en alemán en 2019 con el título de La hermana de Nietzsche. Elisabeth Förster-Nietzsche y el lado oscuro del poder (La Esfera de los Libros, traducción de Beatriz de la Fuente).

Antes, empero, de ocuparnos de los personajes concretos, debemos dar un pequeño rodeo para situar todo en su contexto adecuado. Los grandes sistemas filosóficos suelen dar lugar a interpretaciones distintas, a veces incluso divergentes y hasta contrapuestas. No solo no hay mayor inconveniente en ello sino que a menudo suele tomarse esa disparidad como muestra irrefutable de fecundidad o riqueza intelectual. Desde el platonismo al existencialismo, de Tomás de Aquino a Immanuel Kant, el pensamiento occidental se ha nutrido de exégesis variopintas: ello en buena medida es lo que da sentido a hacer historia de la filosofía. Pero algo muy distinto sucede con aquellos otros pensadores que no aspiran a crear un sistema, sino que hasta abominan de este: son los críticos o, aún más, iconoclastas, que pasan a la historia como poderosos revulsivos de las creencias establecidas. Friedrich Nietzsche (1844-1900) podría aspirar sin duda alguna a ser el paradigma de esta segunda modalidad.

Bastaría con citar el título de una de las obras más conocidas del filósofo alemán para caracterizar el sentido que pretende dar a su labor intelectual: El crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo. Filosofar a martillazos significa destruir con fruición todo el edificio de la ética y metafísica de la cultura occidental, basado –según él- en la ilusión y el engaño. La crítica de Nietzsche es radical porque cuestiona las bases mismas, desde el lenguaje a la epistemología, del intelecto europeo a lo largo de una dilatada historia que tuvo sus orígenes en la antigua Grecia. De ahí su vehemencia contra ídolos y dioses diversos (el Dios cristiano, el peor de todos), para situarse «más allá del bien y del mal» y adoptar un rol de profeta cuasi apocalíptico, remedando al viejo Zaratustra.

Esta historia es de sobra conocida y no es necesario insistir en ella. Otra cosa distinta es la consecuencia insoslayable del talante nietzscheano: todo intento de entender o, peor aún, explicar su filosofía mediante pautas convencionales que presupongan coherencia y racionalidad está condenado al fracaso o, lo que suele ser más frecuente, la distorsión de su pensamiento. Abundan por ello los Reader´s Digest que ofrecen un Nietzsche estereotipado. Pero no es menos cierto que prolifera también la perspectiva opuesta: el carácter abierto, ambiguo, oscuro y fragmentario del legado nietzscheano se presta a que cada cual pueda bucear en él y entresacar la cita o fragmento que mejor cuadre a sus premisas o intereses. Nada hay más fácil que llevar al filósofo germano al terreno que uno quiera. Hay un Nietzsche para cada ocasión, podría decirse con sorna.

Siendo lo anterior más que suficiente para propiciar una manipulación de la filosofía nietzscheana, no lo es todo o, mejor dicho, no es suficiente a la hora de dar cuenta de la concatenación de circunstancias adversas que llevaron a una brutal distorsión de sus escritos. Y, como ya habrán adivinado, aquí es donde entra en juego la figura de su hermana. Tanto es así que el libro de Sieg comienza en la primavera de 1889, cuando Elisabeth, que entonces vivía en Paraguay, recibe la noticia de la crisis definitiva –«parálisis progresiva» incurable- de su querido Friedrich en Turín, que le lleva a ser internado en un centro psiquiátrico. El episodio es muy conocido: Nietzsche, que sufría graves alteraciones neurológicas –a causa del somnífero cloral, según su hermana; por sífilis, según la interpretación más extendida- se abraza sollozando a un caballo que era golpeado sin piedad en las calles de la ciudad piamontesa. Ya no recuperará la razón en los 11 años que le quedan de vida.

Reescritura de textos

Antes de elucidar qué hizo Elisabeth con los manuscritos de su hermano, conviene detenerse un instante en su trayectoria vital, aunque solo sea para explicar qué hacía en un lugar tan remoto e improbable como Paraguay. Casada con un furibundo antisemita, Bernhard Förster, Elisabeth compartía con su marido un impulso mesiánico que les llevó hasta aquel lejano país para fundar, junto a poco más de una decena de familias de la misma nacionalidad, una colonia («Nueva Germania») de pureza racial aria. Debido a las condiciones insalubres y las penurias económicas, el proyecto fue un desastre (aunque, paradójicamente, la colonia alemana se mantuvo, aunque con otras características, hasta nuestros días). Förster se suicidó aquel mismo año de 1889 y cuatro años después su viuda volvió a Alemania. Ahora ya no tenía más objetivo vital que convertirse en albacea de su admirado Friedrich.

Y lo hizo con toda su determinación y hasta sus últimas consecuencias. Ulrich Sieg establece que Elisabeth «dedicó una energía considerable a la falsificación» del pensamiento nietzscheano, entendiendo por tal amaño no tanto la elaboración de nuevos documentos que se hicieron pasar por manuscritos del genio cuanto el borrado, alteración o sobreescritura de cartas, documentos, esquemas y borradores. La principal víctima de este proceso de reordenación –por decirlo suavemente- fue, claro está, todo el material no publicado que ahora aparecería de forma póstuma con un sentido nada imparcial y poco respetuoso con el diseño original. Teniendo en consideración el carácter de Nietzsche y la forma en que concebía su actividad intelectual, puede calibrarse lo que esto implicaba. Surgía así otro Nietzsche. Un texto tan controvertido como La voluntad de poder sería la expresión más significativa de esta nueva perspectiva.

En ese texto confluían tres elementos para una tormenta perfecta: la innegable ambigüedad del pensamiento nietzscheano, su no menos patente osadía y la férrea resolución de Elizabeth de llevar la filosofía de su hermano a su molino ideológico que, a tono con los tiempos que corrían, fue adquiriendo unos tintes cada vez más autoritarios, nacionalistas, xenófobos y antisemitas. No hace falta enfatizar las implicaciones de esta actitud en su contexto geopolítico. Simpatizante en principio de Hindenburg, Elisabeth terminó -como era previsible- en la órbita nazi y abrazó con escasos reparos sus presupuestos doctrinales. Baste decir respecto a esta cercanía ideológica que el mismo Führer acudió a su entierro. El dictamen de este libro es taxativo: «Elisabeth puso el Archivo Nietzsche al servicio del nacionalsocialismo».

¿Hablamos de un Nietzsche nazi? No, seamos cautos con las simplificaciones. Incluso, como señala el autor de esta obra, es «demasiado reduccionista ver en Elisabeth solo a una notoria estafadora». Aunque nos resulte incómoda, la realidad no se presta a esquematismos tan primarios. La hermana de Nietzsche contribuyó a la glorificación de este a costa de reescribirlo en el sentido que le dictaban su ideología y las coordenadas de la época. Lo que es innegable es que determinados principios de esa filosofía –el superhombre, el Anticristo, el nihilismo, el eterno retorno, la mencionada voluntad de poder- se prestaban como anillo al dedo al aparejo ideológico del Tercer Reich. Mutatis mutandi, una suerte parecida a la que corrió la obra wagneriana.

En cuanto a Nietzsche, sería absurdo responsabilizarlo de unos sucesos que ocurrieron décadas después de su muerte. Distinto –y mucho más cuestionable- es el papel que desempeñó su hermana. Estamos en todo caso ante una historia compleja, turbia y ambigua, en la que los protagonistas son a la vez víctimas y verdugos. Y, al fondo, una profunda falsificación intelectual al servicio del poder más perverso.

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