Oda a las clases trabajadoras
“La extinción de la clase media siempre coincide con la desaparición de la alegría y la cercanía de la oscuridad”

'Los acuchilladores de parqué' (1875), óleo sobre lienzo de Gustave Caillebotte. | Wikimedia Commons
La clase obrera y la clase media tenían una filosofía que le robaba ideas al cinismo, al realismo y al idealismo. Son clases que me vieron nacer y entre las que ha transcurrido toda mi vida, y se diferencian del lumpen, la alta burguesía y la nobleza porque no se ubican en los extremos y son más bien clases intermedias y mediadoras.
El lumpen y la nobleza tienen la misma filosofía de la vida y de la muerte, como bien sabía Pasolini. Los bajos fondos y los altos son vasos comunicantes y ambos son más distantes con sus hijos que la clase obrera y la clase media, y los educan en la dureza. Como para ellos es muy importante el personaje, sin el cual se sienten extremadamente desnudos, sus vidas están llenas de pequeñas mentiras tácticas, con las que van puliendo su figura. La nobleza y el lumpen tienen muy claro que el individuo es una construcción, una suerte de imagen severa que se va esculpiendo día a día. Hablar con ellos es renunciar a la transparencia, pero resulta provechoso si quieres conocer el arte de no nombrar nunca lo real.
De niño viví entre la clase obrera industrial y me impregné sin querer de su filosofía. A las familias obreras que conocí no les gustaba robar y juzgaban con severidad las corrupciones de los alcaldes y los patronos. Cuando se trataba de luchar por condiciones de trabajo dignas, algunos se jugaban la vida. Tenían un claro sentido de la elegancia cuando había que elegir un traje para algún acontecimiento, pero no se les veía demasiado preocupados por el personaje. No iban enfajados a todas partes, no iban amueblados como las señoras de la burguesía, y se permitían libertades con su cuerpo. Georges Simenon llamaba a eso «el espíritu plebeyo» y le gustaba retratarlo en sus novelas.
Más de una vez observé en los obreros una conducta asombrosa: no les gustaba exhibir la inteligencia, como si creyeran que la inteligencia servía para arreglar una máquina pero no para lucirla en las ferias. En ese sentido, eran el grado cero de la frivolidad: no conocían esa entelequia. Podían ser orgullosos en ciertos asuntos personales, pero había en ellos un fondo de modestia. Sentían por la cultura una veneración casi sagrada, justamente porque les faltaba, y no se proyectaban en horizontes ilimitados. Creían en el trabajo y en el progreso y levantaron Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Contaba Dalí que había traicionado a su clase, pues antes era de la burguesía y ahora pertenecía a la aristocracia. Mis padres hicieron lo mismo, si bien en un grado inferior, y con el despuntar de mi adolescencia cambiaron de clase social y nos fuimos a vivir a un barrio de la clase media. Antes nuestros vecinos eran soldadores, fresadores, mecánicos, y ahora eran arquitectos, médicos, abogados. Fue un cambio ventajoso: el piso era mucho más grande y el acceso a la cultura más fácil. Ocurría además que en aquel entonces la clase media estaba llegando a su edad de oro y se hacía notar en todas partes.
«La edad de la seguridad coincidió con la edad de oro de la clase media, y fue también la edad de la confianza»
Al igual que la clase obrera, la clase media creía en el esfuerzo y en el trabajo, y quería educar con dignidad y eficacia a sus hijos. Aspiraban a ser modernos; todo lo moderno ejercía sobre ellos una gran atracción y muy pronto empezaron a padecer la adicción al consumo. Sin darse cuenta desacralizaron la sociedad, sin darse cuenta fueron modificando la familia, y de un modo a menudo silencioso cambiaron el mundo y lo democratizaron. Aunque aún pesaba en ellos la religión, apostaron por el laicismo y se fueron descristianizando. Pagaban religiosamente los impuestos ignorando que estaban financiando la democracia. Los gobiernos que arruinan a la clase media nunca piensan (y si lo piensan aún sería más inquietante) que sin ella no hay democracia, y que como decía el Adriano de Marguerite Yourcenar, sin clase media no hay ni siquiera Estado, y hasta el Imperio romano se apoyó en ella en la época más floreciente de su historia.
Cuando la clase media sucumbe, sucumbe todo, y especialmente sucumbe la mediación y se afilan los cuchillos. El declive de Grecia y Roma está en relación con el declive de las clases intermedias: lo mismo nos puede pasar a nosotros. Todos los gobiernos desde los años ochenta se han dedicado a esquilmar y a maltratar a la clase media, y el lector advertido tendría que preguntarse por qué, ¿por qué quieren aniquilar a la clase que permite que la sociedad sea una malla elástica y estable: un verdadero tejido social? La respuesta podría desvelar los secretos de la tiranía, el nepotismo, la mafia, la autocracia y la descomposición nuclear de los elementos fundamentales de la convivencialidad.
Lo que los sociólogos llaman la edad de la seguridad coincidió con la edad de oro de la clase media, y fue también la edad de la confianza. Para acabar con esa forma de la felicidad basta con acabar con la clase media. Su extinción siempre coincide con la desaparición de la alegría y la cercanía de la oscuridad.