El tiburón siembra el pánico
El 20 de Junio se cumple el 50 aniversario del estreno de ‘Tiburón’

Watson y el tiburón, tercera versión pintada por John Singleton Copley (Detroit Institute of Art).
Los defensores de los animales creen que la «campaña difamatoria» contra los tiburones empezó con el cuadro Watson y el tiburón, pintado en 1778 por John Singleton Copley. Copley era un retratista de enorme éxito entre la alta sociedad de Londres, y también cultivaba las escenas históricas con un toque dramático muy a la moda. Precisamente este cuadro describe un hecho real protagonizado por un personaje histórico.
En 1749 al grumete de un barco mercante inglés se le ocurrió darse un baño en el puerto de La Habana. Un tiburón de grandes dimensiones lo atacó dos veces, comiéndose un pie y parte de la pierna antes de que lo rescatasen sus compañeros. Hubo que amputarle la pierna derecha y el chico, llamado Brooke Watson, quedó condenado a llevar una pata de palo desde los 14 años, pero en aquella época no existía la autocompasión. Continuó trabajando en la mar y luego pasó a tierra para participar en varias campañas militares durante medio siglo, incluso contra Napoleón. Además, hizo carrera política llegando a ser diputado, Lord Mayor de Londres (alcalde) y Gobernador del Banco de Inglaterra.
Watson, a quien en el ejército habían apodado «el Comisario Pata Palo», encargó a su amigo, el pintor Copley, que pintase su aventura adolescente, y Copley lo retrató en un espectacular desnudo inspirado en el Gladiador Borghese, una emotiva escultura helenística del Louvre. Todo el cuidado que puso en la búsqueda de modelo para la figura humana contrasta con su torpe representación del tiburón, aunque la enorme boca con su cerco de dientes sería bastante para impresionar al público.
El tiburón era un animal poco conocido en Europa, la mitología clásica habla de terribles monstruos marinos que se enfrentan a los hombres, pero no los identifica como tiburones, y en la Biblia se dice que a Jonás se lo tragó «un gran pez», convertido en ballena en las historias medievales de santos. Sin embargo, Aristóteles describe las características biológicas de los escualos en su Historia de los Animales, y el romano Plinio el Viejo habla de lo peligroso que es el «pez-perro».
Pero sería el descubrimiento de América por los españoles lo que llevó a conocer los grandes tiburones devoradores de hombres. De hecho la palabra «tiburón» la adoptamos de la lengua taina, el primer pueblo del Caribe con el que entró en contacto Colón, y Covarrubias lo define en su famoso Diccionario de 1611 como «Un pescado grande que sigue las naves que van a Indias, y es muy tragón y engulle cuanto cae dellas en la mar. Cuenta Gomara, en su Historia, que matando uno déstos le hallaron en el buche un plato de estaño, dos caperuzas y siete perniles de tocino y otras cosas».
Un corsario inglés que hizo una campaña de rapiña por el Caribe llevó a Londres en 1559 el cuerpo de un tiburón, que fue exhibido públicamente, llamándole «shark», palabra de origen alemán que significa canalla. Y ese carácter peyorativo está también en Shakespeare, pues las brujas de Macbeth, estrenada en 1606, cuando hacen su pócima mágica, entre otros componentes horripilantes le echan «mandíbula y panza del voraz tiburón».
Sin embargo, fue el cuadro de Copley lo que reveló al público los peligros que suponían los grandes escualos devoradores de hombres. Su pintura tuvo tanto impacto que el artista hubo de hacer varias copias, y creó una paranoia que supuso en el siglo XVIII algo parecido a lo que la película Tiburón de Spielberg supondría en 1975.
Lo cierto es que por mucho que los animalistas quieran presentar una imagen positiva de los tiburones, por mucho que se diga que es un dios benéfico en las mitologías de los pueblos del Pacífico, los grandes escualos, el tiburón blanco, el tiburón toro y el tiburón tigre, atacan, matan y se comen a los hombres desde tiempos inmemoriales. En los periódicos australianos de principios del siglo XX se encuentran repetidas noticias de bañistas atacados por tiburones, especialmente desde que los australianos comenzaron a practicar el surf en 1914.
Pero el enfrentamiento definitivo entre el tiburón y el hombre tuvo lugar en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial. El crucero pesado USS Indianápolis zarpó de San Francisco en julio de 1945 con una misión de alto secreto, transportar hasta una base aérea en las Islas Marianas las bombas atómicas que se iban a lanzar sobre Japón. Hizo la entrega el 26 de julio y luego tomó rumbo a Filipinas. Dado el carácter reservadísimo de la operación, nadie conocía su ruta y llevaba consigna de no hacer transmisiones de radio. El Indianópolis era como un fantasma, nadie sabía de su existencia.
En la medianoche del 30 de julio de 1945, un submarino japonés lo atacó con torpedos y lo convirtió en el último buque hundido en la Segunda Guerra Mundial. De los 1.200 tripulantes que iban a bordo, unos 880 sobrevivieron al ataque del submarino lanzándose al agua. Algunos se subieron a balsas neumáticas, pero la mayoría solo contaba con un chaleco salvavidas, o flotaba agarrado a un madero.
Al amanecer del 31 de julio aparecieron los primeros tiburones, y comenzaron a comerse marineros. En el Atlántico nadie sobrevive a unas horas en el agua por el frío, pero el agua del Pacífico es cálida y se puede aguantar varios días flotando. Ese fue el horrible destino de los náufragos, que durante tres días vieron como los escualos iban comiéndose a sus compañeros, sabiendo que luego les tocaría a ellos. Nadie los buscaba porque nadie conocía el viaje del Indianápolis, pero el 2 de agosto un avión que pasaba por allí los avistó y dio la voz de alarma. Un hidroavión y un destructor consiguieron rescatar a 316 supervivientes. Los tiburones se habían comido a más de 400 hombres.
Y llegó Hollywood
El cine no podía desaprovechar las emociones que provoca un tiburón atacando a un ser humano en un medio no controlable para el hombre como son las aguas del mar. Era el equivalente al león o al tigre de las películas de aventuras en África o la India, un elemento más de violencia para el cine de ese género. Pero en 1975 un joven cineasta llamado Steven Spielberg decidió enfocarlo de manera distinta, hacer una película en la que el tiburón no fuese una circunstancia, sino el tema principal del argumento. Así nació Jaws (Mandíbulas), llamada Tiburón en España.
Spielberg tenía menos de 30 años y un buen currículum de realizador en la televisión, pero solamente había dirigido una película que había pasado sin pena ni gloria. Sin embargo, la productora Universal Pictures confió en él para que pilotase lo que los ejecutivos de Universal planeaban como una nueva forma de negocio en el cine.
La productora había comprado los derechos de una novela de Peter Benchley llamada Jaws que había sido el libro más vendido en el mundo en 1974. Su argumento se basaba en la aparición de un «gran blanco», la especie más feroz de tiburón, en una localidad de vacaciones de Nueva Inglaterra. El propio novelista escribió el primer guion para la película, que Spielberg modificaría mucho durante el rodaje, que fue largo y problemático, excediéndose en tiempo y presupuesto a lo previsto.
Era una época en que no existían los efectos de ordenador que ahora lo trucan todo, Spielberg trabajaba con un maniquí de tiburón que recordaba a un ninot de falla valenciana. Era poco creíble, a Spielberg no le convencía nada, y eso le llevó a plantear la mayoría de las secuencias con un enemigo invisible, del que sabíamos que estaba allí por una secuencia musical minimalista compuesta por John Williams, que se ha convertido en un clásico.
Resulta que el joven Spielberg era un genio y convirtió el defecto en virtud. El tiburón resulta ser una presencia numinosa, que nunca vemos durante la primera hora y media de película, elevando el suspense de la historia hasta la brutal aparición del monstruo, en un clímax digno de una ópera wagneriana. Cuando los productores la vieron terminada sabían que tenían entre manos algo que revolucionaría la industria del cine. Precedida de una campaña publicitaria sin precedentes, fue estrenada en 450 cines a la vez, algo insólito en la época, y se iba a convertir en la película que más dinero había recaudado hasta ese momento de la historia del cine.
Pero el fenómeno fue mucho más allá de un éxito de taquilla, el Tiburón de Spielberg supuso una revolución en el arte del cine y dejó una huella profunda en la sociedad. Estrenada el día de antes de comenzar el verano, el 20 de junio de 1975, a mucha gente les fastidió las vacaciones, porque provocó un auténtico pánico colectivo, niños y mayores no querían bañarse en el mar por miedo a que apareciese un tiburón, y la fobia se extendió en algunos casos a tenerle miedo a las piscinas e incluso a las bañeras.
El éxito de la que está considerada una de las mejores películas de la historia provocaría además una tendencia cultural, la «Sharksplotaition», un subgénero cinematográfico cuyo nombre en inglés quiere decir «explotación de los tiburones». En estos 50 años se han producido en Estados Unidos al menos 94 películas que son secuelas de aquel Tiburón de 1975, la película que nos dejó sin veraneo.