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Cultura

El concepto corrupción

«Los griegos temían la corrupción y la tiranía porque les parecían hermanas gemelas y complementarias»

El concepto corrupción

Detalle de 'Discurso de Sócrates' (1867), óleo sobre lienzo de Louis Joseph Lebrun. | Wikimedia Commons

Corromper quiere decir romper completamente y desde dentro. Originariamente, el término se aplicaba al deterioro físico y orgánico. Con el tiempo, su significado se trasladó al ámbito moral, social y político. De esa manera, la corrupción puede también entenderse como una forma de degradación de la naturaleza esencial de algo, y que atañe por tanto al núcleo mismo del ser, de forma que la verdadera corrupción es siempre nuclear, y pudre la interioridad del sistema, extendiendo la degradación a toda su estructura y operando como un nudo de conexión desde el que la podredumbre se propaga casi de forma automática por el tejido social. Es entonces cuando todo se corrompe y brilla el paradigma de la prostitución.

El Estado se convierte en un burdel donde se prostituyen políticos, economistas, ideólogos, publicistas, periodistas y escritores que ponen su pluma al servicio del poder. También se corrompe el lenguaje. Ya sabían los griegos que la descomposición del lenguaje es esencial para agrandar el pudridero, propagando la ignorancia, el engaño y el deterioro moral y político por la totalidad del sistema a partir de un engranaje de significantes vacíos que sólo sirven para dividir y excluir.

En su Metafísica, Aristóteles habla de la corrupción como la pérdida del ser, es decir, el tránsito de lo que es hacia lo que no es. Referido al universo político, sería la perdida de la esencia misma de la política, fundamentada en el bien común, y la deriva hacia algo que ya no es política, que es otra cosa. Para Aristóteles, todo ser natural tiene una causa final (un propósito). La corrupción ocurre cuando una cosa deja de cumplir su fin natural y quiebra su propósito. De lo dicho por Aristóteles se podría derivar la idea, que desarrolla Maquiavelo en su texto sobre Tito Livio, de que un régimen corrupto sólo puede mantenerse con leyes severas que ponen en peligro la libertad de acción y de pensamiento.

Podríamos sintetizar las diferentes formas de corrupción como la transformación degradante de una cosa desde el estado natural, moral o estructural hacia otro inferior, debido a la ruptura de sus principios constitutivos o finalidades esenciales. Esto la convierte no solo en un fenómeno individual (como el soborno), sino también en un problema ontológico (ser que se pervierte), ético (virtud que merma) y político (instituciones que se descomponen y apestan).

Para el Platón de La República, la corrupción de la polis surge cuando los gobernantes abandonan la justicia y el bien común en favor de intereses personales, degradando la democracia, en cambio Foucault, que fue claramente antiplatónico en su crítica de la verdad trascendente, vería la corrupción como una manifestación de las relaciones de poder desequilibradas, donde las estructuras de dominación perpetúan prácticas corruptas para mantener el control.

«Foucault no entendía la corrupción como una desviación, sino como parte del tejido institucional»

Foucault no entendía la corrupción como una desviación, sino como algo inherente al funcionamiento del poder en ciertas estructuras. Es decir, no sería una anomalía, sino parte del tejido institucional. En Vigilar y castigar, Foucault muestra cómo las instituciones modernas buscan controlar cuerpos y conductas mediante la vigilancia y la normalización. Una institución que parece transparente puede estar organizada de modo que normalice prácticas corruptas bajo la apariencia del orden. Lo oculto, lo discreto, se vuelve parte del control y parte del sistema, que lo atraviesa y lo vertebra desde la invisibilidad y la omisión.

Volvamos a Grecia. Se dice que la Atenas de Platón era una ciudad de unos 250.000 habitantes, de los que casi la mitad eran esclavos. Los ciudadanos con derechos plenos que podían votar no llegaban a 30.000. Por más que los políticos quisieran ocultar sus movimientos orquestales, la gente se enteraba y ciudadanos como Platón sabían cuántos votos se habían comprado, en qué barrios y en qué casas. Para el que miraba por encima y por debajo de la ocultación, surgía la evidencia de que la democracia ateniense era la normalización de la corrupción, que de ese modo se convertía también en una forma de control, ejercido desde la descomposición del sistema. Para gente que pensaba un poco y que aspiraba a formas de gobierno justas, los hurtos, traiciones, aberraciones y contradicciones de políticos como Alcibíades (el amante despechado de El Banquete) eran el resultado de estrategias corruptas para llegar al poder y para ejercerlo, que hallaban refugio perpetuo en el sistema democrático tal como había sido establecido.

Más que negar la democracia, los pensadores de Atenas censuraban que fuese una estructura que dejase tan abiertas las puertas de la corrupción, que bien podía derivar en tiranía.  En la época de Platón eran frecuentes los sobornos, el clientelismo, los benéficos públicos de carácter demagógico, los pagos a los jueces y a los ciudadanos influyentes y el uso de la exclusión con fines políticos, generando un sistema que se deslizaba a menudo hacia formas de dictadura encubierta. Los griegos temían la corrupción y la tiranía porque las veían siempre cerca, a la vuelta de la esquina, y parecían hermanas gemelas y complementarias. La corrupción rompía desde su mismo núcleo las estructuras democráticas y la tiranía cubría todas las descomposiciones con el manto del miedo y coacción.

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