«Son las 11 de la noche y aún no he cenado»: cuando Pedro Sánchez imitó a Felipe II
El segundo de los Austrias fue un marido y padre verdaderamente inusual en la época

Retrato de Felipe II por Sofonisba Anguissola. | Museo del Prado
El hombre más poderoso sobre la faz de la tierra en su época se mostraba a través de sus cartas a sus hijas como un padre preocupado, tierno, cariñoso y siempre dando buenos consejos en un lenguaje poco ceremonioso y cercano. Felipe II es probablemente uno de los mejores monarcas que ha tenido España. Hijo de Carlos I, fue el segundo Austria y el primero de dicha dinastía en nacer aquí. Al contrario que su padre, apenas viajó. Su amor por el arte y la cultura hacían de él un hombre pausado, tranquilo, muy trabajador, excepcionalmente religioso… y mujeriego.
En 1884, Luis-Prosper Gachard, un historiador, paleógrafo y archivero belga de origen francés descubrió algo de un enorme valor histórico: las cartas que Felipe II escribió durante su estancia en Portugal a sus hijas. Tal y como él lo dejó escrito: «En el mes de octubre de 1867 visitaba yo los Archivos reales de Turín, uno de los más ricos y valiosos depósitos de Italia. Entre diferentes series de documentos que atrajeron mi atención, hubo una con la que mi curiosidad fue particularmente excitada: era una colección de cartas autógrafas de Felipe II dirigidas a sus hijas las infantas Isabel y Catalina, que, conservadas cuidadosa y piadosamente por la más joven de estas princesas, llegaron así a los archivos de la casa de Saboya. Innumerables escrituras y despachos de Felipe II han salido a la luz, pero no se conocía ninguna carta a sus hijas. No existe ninguna en los Archivos reales de Simancas».
«La Biblioteca Nacional de Madrid, la del Escorial, tampoco conservan una sola. Y lo que da valor a esta correspondencia, es que si bien no queda mucho por averiguar sobre el carácter y la política del hijo de Carlos V, no podemos juzgar sus sentimientos como padre más que por su conducta hacia Don Carlos; lo que estaba lejos de dar ninguna idea favorable sobre aquellos, a pesar de las extravagancias a las que se había entregado el infortunado príncipe. Estas son las razones que me decidieron a tomar copia de esta correspondencia y que me compromete hoy a presentarlo al público».
Hay numerosas ediciones publicadas desde entonces pero cualquiera es válida para deleitarse con el detalle con el que el monarca escribía a sus hijas contándoles el día a día y las anécdotas más cotidianas. Solía escribir por las noches, de ahí que en una de ellas comience con la frase de este titular : «Son las 11 de la noche y aún no he cenado». Solía empezar cada misiva explicando lo que estaba haciendo en ese momento para luego pedir casi siempre perdón por «haberse holgado tanto en responder». De todos los reyes Austrias y Borbones que hemos tenido en España, sin duda este es el que mejor hemos podido descifrar en su intimidad los historiadores, precisamente gracias al hallazgo de estas valiosísimas cartas.
La vida de Felipe II
Nació el 21 de mayo de 1527 en Valladolid, primogénito varón de Carlos I y de su mujer, la emperatriz Isabel de Portugal. Sobre él recae la pesada losa de la leyenda negra española auspiciada en buena parte por los Orange y los ingleses. Lógicamente, ni fue santo ni fue demonio, ni despótico ni tirano y sí humanista muy en la línea del hombre del Quinientos, es decir, en el esplendor del Renacimiento. De su vida privada sabemos mucho gracias a la incansable actividad epistolar que mantuvo con sus hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.
Antes de entrar en profundidad en esta descendencia, veamos qué vida tan azarosa en el plano sentimental tuvo nuestro protagonista. Felipe se casó cuatro veces de las cuales solo una tuvo la suerte de que surgiera el amor. El concepto casarse por amor es muy del romanticismo, que surgió en el siglo XIX. Hasta entonces el matrimonio era la unión de intereses y más en la nobleza y, desde luego, entre reyes. Un matrimonio real tenía como misión en primer lugar tener uno o varios herederos varones para garantizar la continuidad de la dinastía.
La falta de hijos varones no era una cuestión baladí, podía provocar una guerra civil. En España tenemos el ejemplo de la guerra que hubo a la muerte del último Austria, Carlos II el Hechizado en 1700, que falleció sin descendencia provocando la Guerra de Sucesión española que culminó con la firma del tratado de Utrech en 1713 y la incorporación de la dinastía Borbónica. No era, por tanto, algo trivial que la reina no tuviera descendencia. Y decimos reina bien porque en el XVI esa responsabilidad recaía en ella… como si tener hijos no fuera cosa de dos.
No solo había que garantizar un heredero sino dos o más, habida cuenta de la alta mortalidad infantil de la época donde llegar a adulto era algo que no siempre se lograba. Quizás por eso, durante siglos, la noticia de un embarazo siempre era buena, incluso entre las clases pobres. Tener hijos se consideraba una fuente de riqueza espiritual, también material y una bendición divina.
En el caso de los reyes, también importaba tener hijas ya que estas se utilizaban como piezas del tablero de ajedrez imprescindibles para sellar alianzas entre naciones: «Te ofrezco a mi hija como esposa de tu hijo heredero a cambio de terminar la beligerancia entre nuestros pueblos», era una idea muy usada. Los Reyes Católicos hicieron de la práctica de casar estratégicamente bien a sus hijos todo un arte. La prueba más evidente fue el matrimonio de Juana de Castilla con Felipe el Hermoso, padres de Carlos I y, por tanto, abuelos de Felipe II que recibió la inmensa herencia territorial de su rama materna y paterna; de ahí su vasto imperio.
Otra cuestión muy importante a tener en cuenta en la vida privada de los reyes es la altísima mortalidad en los partos. Aunque no hay datos oficiales sí existe abundante testimonio epistolar. Mayoritariamente las mujeres morían en los partos (un 2%) por septicemias, muerte fetal que terminaba irremediablemente con la muerte de la madre, desangradas, eclampsia, etc. Y era mucho más alta la mortalidad infantil que la materna.
Las esposas de Felipe II
La primera esposa fue María Manuela de Portugal. Fue un matrimonio corto, de tan solo dos años, ya que murió. De hecho, nunca fue reina consorte, solo princesa de Asturias el tiempo que duró su matrimonio, del 15 de noviembre al 12 de julio de 1545. A pesar de la poca duración del matrimonio, tuvieron un hijo, Carlos. Siempre tuvo mala salud y mala relación con su padre quién en su juventud llegó a encerrarlo por traición, muriendo éste en la cárcel. Un golpe profundo del que el monarca jamás se recuperará. La madre falleció unos días después de dar a luz al infante. Una víctima más de un mal parto que la ciencia no podía evitar. Es interesante recordar que los esposos eran primos hermanos y que ese hecho provocara más que probablemente la delicada salud del infante.
Viudo ya el Rey y con un infante con delicada salud, había urgencia de volver a casarse. Fieles a sus costumbres se buscó una candidata ideal para los intereses de España (entonces se llamaba Monarquía Hispánica). Se eligió a la mismísima María Tudor de Inglaterra, que era tía de Felipe. Recordemos aquí que María era hija de Catalina de Aragón, por tanto, nieta de los Reyes Católicos. El único escollo para el matrimonio era que Felipe era todavía príncipe de Asturias mientras que María era ya reina. Carlos I decidió entonces abdicar del trono de Nápoles convirtiéndo así Felipe en rey, no habiendo ningún problema para contraer matrimonio. El 25 de julio de 1554 se celebró la boda en Inglaterra siendo proclamados lo siguiente:
Felipe y María, por la gracia de Dios, Rey y Reina de Inglaterra, Francia, Nápoles, Jerusalén, Irlanda, Defensores de la Fe, Príncipes de España y Sicilia, Archiduques de Austria, Duques de Milán, Borgoña y Brabante, Condes de Habsburgo, Flandes y el Tirol en el primero y segundo año de su reinado.
Las cláusulas matrimoniales fueron de lo más estrictas para evitar que Felipe pudiera apropiarse de la corona inglesa. Tenía que respetar las leyes y los derechos y privilegios del pueblo inglés. España no podía pedir a Inglaterra ayuda bélica o económica. Además, se pedía expresamente que se intentara mantener la paz con Francia. Si el matrimonio tenía un hijo, se convertiría en heredero de Inglaterra, los Países Bajos y Borgoña. Si María muriese siendo el heredero menor de edad, la educación correría a cargo de los ingleses.
Si Felipe moría, María recibiría una pensión de 60.000 libras al año. Pero si María fuese la primera en morir, Felipe debía abandonar Inglaterra renunciando a todos sus derechos sobre el trono. Esto fue lo que sucedió en 1558, es decir, cuatro años después de la boda y sin descendencia. De hecho María creyó estar embarazada pero la ciencia ha podido dar con la explicación a dicho «embarazo». Probablemente murió de cáncer de ovarios lo que hizo que se le retirara la regla y se le abultara el vientre. Ambas características hicieron creer que la reina estaba encinta, algo que tristemente nunca pasó provocando el fuerte rechazo del Rey hacia ella.
Isabel de Valois
La tercera esposa de Felipe fue el gran y único amor del Rey. Con ella tuvo a sus queridas hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Pero antes de entrar en profundidad con su prole, veamos quién fue su madre.
Isabel de Valois era hija de Enrique II de Francia y de su poderosa esposa, Catalina de Médici, que hizo del arte de casar bien a sus hijos su leitmotiv. Su matrimonio con Felipe II fue orquestado precisamente por ella para sellar la paz de Cateau-Cambresis, un tratado firmado en abril de 1559 por Felipe II, Enrique II de Francia e Isabel I de Inglaterra, en virtud del cual cesaban las hostilidades entre los tres países firmantes. Para sellarlo, se prometió a Isabel de Valois como esposa de Felipe II. La pobre Isabelita contaba con 13 años y no había menstruado nunca, cosa que no impidió que se celebrase la boda.
La boda primero tuvo lugar por poderes y hubo una simulación de la consumación para horror de la princesa quien vio cómo el duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, se metía en su cama y en presencia de varios miembros de la corte. Ciertamente ni la tocó pero es de imaginar el susto y repulsa que la pobre niña debió de sentir.
El 6 de enero de 1560 llegó la joven adolescente a tierras españolas, a Roncesvalles, para dirigirse a casarse con su ya marido en el Palacio del Infantado en Guadalajara. El matrimonio no se pudo consumar hasta pasado un año debido a la menarquía de la reina (falta de regla), hecho que sucedió en agosto de 1561 (esto se promulgaba por todas las cortes por la importancia que tenía). En ese tiempo el Rey, que tenía 33 años, veinte más que su esposa, no pudo consumar el matrimonio y, debido a su ardiente deseo, tuvo varias amantes con damas de la corte siendo dos bastante oficiales: Isabel Osorio y Eufrasia de Guzmán.
Las amantes reales no estaban mal vistas y además servían también para comprobar la fertilidad del Rey que, en caso de no dejar embarazada a su legítima esposa, siempre podría argumentar que no era por su culpa. Eufrasia se quedó embarazada del Rey y para evitar escándalos este la casó con el príncipe de Áscoli. Para rizar más el rizo, la madrina del enlace fue la propia mujer cornuda. Increíble pero cierto.
Por fin consumaron el matrimonio y surgió la chispa y el amor entre ambos. Isabel era mujer que, además de poseer una enorme cultura renacentista, ayudaba en las tareas de gobierno de su esposo y ejerció con entrega y cariño su papel de madre, por supuesto, pero también de madrastra con el príncipe Carlos, llegando incluso a intermediar entre padre e hijo en sus muchas desavenencias.
Al comienzo de su matrimonio vivían en el Alcázar de Toledo pero a la joven reina le disgustaba pidiéndole al Rey cambiar de hogar. El Rey, que solo quería complacer a su esposa, trasladó la corte al alcázar de Madrid, siendo ahí cuando se considera que la capital de España se convirtió ya para casi siempre en el lugar de residencia del reino.
Una vez consumado el matrimonio la reina se quedó embarazada pero desgraciadamente culminó en un aborto de dos niñas gemelas. Casi muere en el parto pero milagrosamente se salvó. Poco después tuvo a su primogénita, Isabel Clara Eugenia quien sería el ojito derecho de su padre y poco más tarde, otra niña, Catalina Micaela. Ambas fueron las destinatarias de las hermosas cartas de su padre. Enamorado el Rey como estaba y saltándose totalmente la norma y protocolo, estuvo al lado de su mujer toda la noche en los trabajos de parto, tal y como lo cuenta el embajador francés en un carta a Catalina de Médicis:
Felipe se portó muy bien, como el mejor y más cariñoso marido que pudiera desear, puesto que en la noche del parto estuvo cogiéndole todo el tiempo la mano, y dándole valor lo mejor que podía y sabía.
Que un hombre, y además Rey, estuviera en el parto era algo totalmente inusual, más propio del siglo XXI que del XVI, de ahí que sorprenda tanto y revele la naturaleza del monarca, así como su sensibilidad y profundo amor hacia su esposa. Ese amor hacia ella lo trasladó de manera inevitable a sus hijas, especialmente cuando se quedó viudo en 1568. Isabel murió a los 23 años días después de sufrir un aborto de una niña. A partir de ahí y hasta su propia muerte, siempre vistió de luto siendo su vida profundamente melancólica y entregado a la lectura, tareas de gobierno y la profunda fe.
No es sorprendente que las quisiera tanto, habida cuenta de que era fruto de un amor verdadero. En las cartas que les envió se muestra como un padre amable, cariñoso y preocupado por ellas de manera sincera. Con el inevitable lenguaje del XVI, usa, sin embargo, expresiones coloquiales dejando atrás al Rey para dar paso al padre. Se preocupa por su alimentación, vestuario, rezos, el tiempo que hace, lo que pasean, cómo duermen.
Ana de Austria
Felipe II nunca superó la muerte de su amada esposa y, aunque se volvió a casar, ya nunca más supo lo que era el amor. El motivo por el que decidió volver a contraer matrimonio era claro. El mismo año que murió su querida Isabel, lo hacía su único hijo varón. Apremiaba, pues, buscar una nueva reina que diera un heredero. La elegida fue Ana de Austria, sobrina del Rey.
El matrimonio cumplió de sobra con el deber de tener hijos varones. Tuvieron cuatro y una mujer aunque solo uno llegó a la edad adulta: el futuro Felipe III. Felipe II murió en 1598, 18 años más tarde que su última esposa y después de una terrorífica agonía en la que estuvo todo el rato acompañado de sus muy queridas hijas.