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Cultura

Jaume Aurell y la actualidad de la Edad Media

El historiador propone en el libro ‘Legado de gigantes’ un decálogo de enseñanzas para nuestro tiempo

Jaume Aurell y la actualidad de la Edad Media

El historiador, medievalista y catedrático Jaume Aurell. | Manuel Castells

Jaume Aurell, doctor en historia medieval, presenta Legado de gigantes. Un decálogo de valores medievales para nuestro tiempo (Editorial Rosamerón). El libro rescata las aportaciones fundamentales de este periodo, proponiendo un decálogo de enseñanzas para nuestro tiempo. «Recuperar como propia una época como la medieval es también recuperar la autoestima por nuestro pasado y avanzar a hombros de gigantes», afirma en conversación con THE OBJECTIVE.

PREGUNTA.- Afirma que nuestra sociedad ha olvidado al Medioevo como su «otro yo», ¿por qué cree que hoy existe una desconexión tan fuerte con la Edad Media?

RESPUESTA.- Porque los grandes valores medievales –como el heroísmo, la lealtad, la veracidad y la cortesía– son difíciles de encontrar hoy día. Y esto es especialmente grave en el caso de los gobernantes: a ellos me gustaría dedicarles especialmente este libro. 

P.- ¿Qué prejuicios intelectuales o complejos modernos cree que distorsionan nuestra percepción del periodo medieval?

R.- El mayor prejuicio es que seguimos teniendo una idea de la Edad Media –como algo grotesco, oscurantista y tenebroso– heredada de la Ilustración, es decir de una época tan respetable como las otras pero que tiene ya una antigüedad de tres siglos. Imagínese que alguien va al dentista y encuentra dos puertas. En la primera, se le dice que va a ser operado con técnicas del siglo XVIII. En la segunda, con las del siglo XXI. Pues lo que nos duele tanto a los historiadores –a quienes conocen verdaderamente la Edad Media– es que la mayor parte de la gente decide acceder a ella a través de las «técnicas» (en este caso, historiográficas) del siglo XXI. Esto no deja de ser duro para nosotros, y para intentar esquivar este equívoco me decidí escribir este libro, que no sólo «desmitifica» sino que además «propone».

P.- ¿Cómo influyó la modernidad en la construcción de una imagen negativa o reduccionista del Medioevo?

R.- La modernidad, como muchas otras épocas, han generado artificialmente una némesis –un opuesto– para realzar o reforzar sus propios valores. Ese es el influjo que tuvo en la modernidad, la construcción de una imagen despectiva y reduccionista. En este sentido, yo no pretendo idealizar la Edad Media ni demonizar la Edad Moderna, porque lo que te enseña la historia es que no hay épocas definitivamente buenas ni definitivamente malas, como no hay personas completamente buenas ni completamente malas. Por esto, lo peor son las generalizaciones del tipo: «esta época es mala», «esta etnia es perniciosa», «los habitantes de tal nación son violentos». Simplemente pongo el dedo en la llaga de los valores más positivos de la Edad Media para intentar recuperarlos para nuestro tiempo. Y, desde luego, si tuviera que elegir en que época no querría haber vivido no sería la Edad Media, sino las décadas centrales del siglo XX, que fueron capaces de engendrar monstruos como Hitler, Stalin, y Pol Pot. Así que, de lecciones de la modernidad, creo que pocas. 

P.- ¿Qué elementos étnicos, culturales y religiosos se sintetizaron en la Edad Media para dar forma a la identidad occidental?

R.- Europa se constituyó de una mezcla muy sustanciosa y respetuosa de procedencias tan diversas como el sustrato prerromano, el latino, las diversas formaciones germánicas y las eslavas, así como sustanciosas aportaciones del mundo judío y árabe. Esto nos enseña dos cosas. La primera, es que buena parte de la riqueza de Europa es haber sabido acoger lo mejor de las diversas tradiciones que ha ido conociendo –aviso a navegantes evidente de cómo afrontar hoy la problemática de la inmigración. La segunda, es que eso lo ha conseguido precisamente porque no ha cedido en nada de lo esencial –básicamente, el respeto por la dignidad de cada persona, la convicción de que sin un orden legal es imposible generar sociedades justas, la búsqueda insaciable de sistemas políticos representativos, la insaciable búsqueda de la verdad por encima de todo a través del desarrollo teológico-filosófico y científico, y la aspiración a una vida más sublime a través de la sofisticación material y las representaciones artísticas. 

«Hemos perdido mucho de los valores esenciales para la Edad Media de lealtad y veracidad»

P.- ¿Por qué considera importante recuperar ciertos valores medievales en el contexto actual, más allá de una nostalgia romántica?

R.- Considero que es conveniente recuperar esos valores porque son precisamente los que se complementan mejor con los que ya tenemos de buenos en la actualidad. Por ejemplo, es obvio que hemos perdido mucho de los valores esenciales para la Edad Media de lealtad y veracidad, pero en cambio hemos mejorado mucho en las condiciones tan justas que surgen de los Estados del bienestar. Mi punto no es tanto suprimir las segundas para abrazarse a las primeras, sino combatir por conseguir la implantación de ambas.

P.- Usted menciona que la Edad Media ha sido manipulada historiográficamente. ¿Qué implicaciones tiene esto para la comprensión moderna de ese periodo?

R.- Cualquier manipulación es una distorsión de la verdad y, como tal, acaba perjudicando profundamente tanto al que profiere la mentira como al que la asume acríticamente. Suelo contar que el detonante de este libro fue una portada de un periódico de dimensión internacional en la que se leía, el 25 de febrero de 2022, a grandes trazos: «Putin empieza una guerra medieval en Ucrania». Yo pensé, inmediatamente: la guerra de Ucrania tiene de todo menos de medieval, en la cual se respetaba la lógica feudal y caballeresca. ¿Se imagina, por ejemplo, que, en los dos últimos siglos, las guerras hubieran seguido esa lógica, basada en el respeto al enemigo y la no involucración en la guerra de la población civil, empezando por los niños y los mayores? ¿Se imaginan que en Palestina y en Ucrania no hubieran sido involucrados los civiles y los bombardeos y escaramuzas hubieran quedado limitados a los soldados? Yo respondería a ese periódico: ¡Ojalá la guerra de Putin tuviera una lógica medieval! Este, es el tipo de comportamientos, y ese tipo de lógicas, es lo que me gustaría que retornaran en la actualidad. Se que, en buena medida, es algo utópico. Pero algo ganaríamos con el simple gesto de dejar de utilizar el adjetivo «medieval» como algo despectivo. 

P.- Frente a otras civilizaciones como Rusia, China, India o el islam, ¿por qué afirma que es la Edad Media lo que verdaderamente distingue a Occidente?

R.- Efectivamente, lo que hace específico a Occidente es la Edad Media, porque en ese período –que algunos consideran «oscuro»– es donde maduraron todos los valores que llevaron a la modernidad como el Estado de derecho, el sistema democrático, la reducción de las desigualdades sociales y económicas, la ciencia y la universidad. Las otras grandes civilizaciones, habiendo conseguido incluso una mayor prosperidad y conocimiento que Europa –evidente en el mundo árabe y chino– por diversos motivos no llevaron a esa culminación. Por ejemplo, Rusia no consiguió distinguir política y religión; China nunca fue capaz de superar el régimen autocrático y lo único que ha importado de Occidente es una ideología que se ha demostrado tan nociva como el comunismo: la India es quizás la que consiguió un influjo mayor de Occidente, pero sus tradiciones ancestrales han arrastrado en buena medida, la gran cuestión de la desigualdad social; y el Islam, en una dirección justo contraria a Rusia, la religión ha prevalecido sobre la política, no la política sobre la religión –ambos extremos son igual de nocivos. 

P.- La Edad Media es un periodo muy largo y diverso. ¿Cómo explicaría su estructura y evolución a través de figuras como Benito, Abelardo o Marco Polo?

R.- En efecto, la Edad Media es larguísima y este es parte del problema, tal como explico en el libro: que se ve como un objeto único, cuando en unas variedades inmensas tanto en el tiempo como en el espacio. Por tanto, efectivamente hay figuras en tiempos muy diferentes como Benito, que es de la primerísima Edad Media, Abelardo que es en plena edad media o Marco Polo que es hacia el final ya de la Edad Media. Pero cada uno de ellos se identifica con uno de los grandes valores que intento exponer en el libro: Benito con el espíritu contemplativo, Abelardo con su insobornable pasión por el conocimiento y Marco Polo con su sofisticación económica y cultural. 

«Abelardo, con su lógica ya urbana y universitaria, posibilitó el surgimiento de la ciencia racional y de la filosofía especulativa»

P.- ¿Qué papel desempeñaron los benedictinos en el desarrollo del conocimiento místico durante la Edad Media?

R.- Aportaron una combinación de conocimiento místico y respeto por la tradición filosófica recibida – a través de sus insustituibles transcripciones manuscritas –, una combinación que paradójicamente permitió y fundamento el conocimiento universitario más racional que franciscanos y dominicos, generado alrededor de las universidades medievales.  

P.- ¿Qué importancia tuvieron intelectuales como Bernardo de Claraval, Pedro Abelardo y Tomás de Aquino en el pensamiento medieval?

R.- Quizá de esos tres intelectuales, el que más influjo tuvo fue Pedro de Abelardo porque Bernardo era un punto de llegada, es decir, que recogía toda la tradición benedictina. Abelardo, con su lógica ya urbana y universitaria, posibilitó el surgimiento de la ciencia racional y de la filosofía especulativa que culminarían figuras como Tomás de Aquino.

P.- Muchos ven la Edad Media como una época misógina. ¿Cómo respondería ante esa crítica, considerando figuras como Hildegarda de Bingen o Juana de Arco?

R.- Bueno, me parece que esta crítica cae por su propio peso, cuando se tiene un mínimo de cultura. Cuando uno conoce un poco la Edad Media y se adentra en los escritos y las obras de la polímata Hildegarda o la influyente Juana de Arco, no le queda ninguna duda de que hay pocas épocas que puedan enorgullecerse de haber generado unas condiciones adecuadas para que puedan surgir esas personalidades. Pero en el libro también me refiero a muchos otros ejemplos, como Santa Catalina de Siena, que trataba de tú a tú a papas y reyes; a la gran Leonor de Aquitania, que tenía una agenda personal que la llevó a cometer acciones políticas (esposa de dos de los personajes más poderosos del momento) y culturales (promoción de la prosa trovadoresca); o la sublime Christine de Pisan que en su Ciudad de las Damas, en plena Edad Media, ya afirmaba que la única diferencia que hay entre los hombres y las mujeres es que las a los hombres se les permite estudiar y a las mujeres no. El día que las mujeres accedan a los estudios esa diferenciación habrá terminado – su admonición resultó estrictamente profética. En cambio, en la Edad Moderna, por mucho que se halla llevado mejor fama, nos cuesta mucho encontrar mujeres como estas, por lo menos hasta el siglo XIX. Y una de las grandes excepciones sería Teresa de Jesús, cuya formación era, estrictamente medieval, esos libros que ella consideraba que le habían hecho tanto daño espiritual, pero que es evidente también que le infundieron un espíritu heroico que es lo que la hizo grande para la posteridad.

«El derecho es uno de los valores fundamentales que enhebran y fundamentan la vida de Occidente»

P.- ¿Qué nos dice la fundación de la universidad en el siglo XII sobre el valor que el Medioevo daba al conocimiento?

R.- La Universidad, un invento en efecto plenamente medieval, sigue siendo una institución de conocimiento básica, y que ha conservado, en su esencia, lo que diseñaron sus creadores franciscanos y dominicos. Los universitarios medievales nos enseñan que es mejor poco de sabiduría que mucho de conocimiento: hoy disponemos de muchos datos que nos dan un gran conocimiento de las cosas, pero ellos conseguían algo que es más importante que el conocimiento: la sabiduría. 

P.- ¿Por qué considera que el derecho fue tan fundamental en las primeras universidades medievales, junto con la teología y la medicina?

R.- Sí, el derecho en efecto es uno de los valores fundamentales que enhebran y fundamentan la vida de Occidente, y lo que le diferencia de las otras grandes cuatro civilizaciones. Aquí es bueno desmitificar, una vez más, la idea de que la Edad Media daba la espalda al mundo clásico porque sin el mundo clásico no se hubiera podido recuperar el derecho. Y también de ahí surge la imagen del libro: la de los intelectuales como enanos a hombros de gigantes, que podían ver más que sus predecesores –las autoridades clásicas– porque se encaramaban en sus hombros y conseguían aumentar todavía más esa cultura. Esta imagen muestra también la sutileza del mundo medieval, que llegaba al punto de distinguir la tradición griega, situada en el hombro derecho, y la latina, situada sobre en el hombro izquierdo. 

P.- ¿Qué buscaban los prerrafaelitas al idealizar la Edad Media al final del Romanticismo? ¿Era una forma de crítica a la modernidad?

R.- Efectivamente, los prerrafaelitas son los primeros críticos de la modernidad y es muy interesante porque se sitúan cronológicamente poco antes del modernismo, ese movimiento cultural y artístico, que como todo «ismo» es una extremada exageración de la modernidad y, por tanto, implica en sí mismo una crítica, un paroxismo. Por tanto, considero que la sutil crítica a la modernidad de los prerrafaelitas –a través de la idealización de la Edad Media– fue más eficaz que la demoledora acción del modernismo, en el que hay una crítica brutal de los períodos anteriores sin presentar a cambio ningún modelo viable como alternativa.

«El mundo medieval podría ser más pobre materialmente, pero desde luego no era un mundo tan ansioso»

P.- ¿Cómo se utilizó la imagen de la Edad Media con fines ideológicos durante los totalitarismos del siglo XX?

R.- Es un asunto interesante al que me refiero en el libro. Los totalitarismos de entreguerras –especialmente fascismos y comunismos– ahondaron en las raíces medievales no con la honestidad de quien rastrea su tradición sino con la malevolencia de quien utiliza el pasado simplemente como herramienta para legitimar el uso de la violencia en el presente. Suelo argumentar que la historia es esencial para comprender los problemas (con un respeto hacia ella, por ejemplo, la URRS y los Estados Unidos nunca hubieran invadido Afganistán), pero jamás para legitimar una acción injusta en el presente, como tenemos desgraciadamente mucha experiencia actualmente. 

P.- Usted establece un paralelismo entre el arte románico y el arte abstracto, y entre el gótico y el modernismo. ¿Podría explicar esta relación?

R.- Sí, efectivamente, el arte románico tiene muchísima relación con el arte abstracto porque son dos artes contenidos donde se suscita al observador la imaginación y la capacidad de leer los símbolos. Las corrientes artísticas donde se muestra muy poco y uno tiene que adivinar todo lo que no ve aparentemente (y en eso el románico es un maestro) me parecen fascinantes. Siempre remiten a ese consejo tan sabio de el zorro al pequeño príncipe («lo esencial es invisible a los ojos») o el de la gran literata Carmen Martín Gaite –de la que este año conmemoramos el centenario de su nacimiento y que me ha inspirado tanto en la escritura de este librito– quien afirma que «la vida es maestra en insinuar mucho más de lo que muestra». Los medievales de eso sabían mucho.

P.- ¿Cómo influyeron el feudalismo y el amor cortés en el desarrollo de virtudes como la lealtad, la cortesía y la confianza? 

R.- El amor cortés me parece especialmente representativo de lo que podríamos recuperar de la Edad Media, no tanto por la relación entre hombres y mujeres, sino para superar la actual insoportable deriva a la banalización de las relaciones humanas. El amor cortés –alternativa, o mejor, complemento al amor romántico de la actualidad– enfatiza la profundidad de las relaciones humanas, por las que hay que pelear hasta llegar al fondo del conocimiento del otro. El esfuerzo que esto suponía garantizaba una mayor duración, lo que sería también el mejor antídoto a lo efímero de las relaciones actuales –que generan unos grados de ansiedad pandémicos, muy difíciles de desarraigar. Nosotros hemos hecho del amor cortés una caricatura de machismo y patriarcalismo. Pero los que conocemos los textos medievales que explican ese cortejo –basado en una persuasión más que en una coerción, en una sofisticada atracción intelectual más que en una burda simplificación sexual– nos quedamos desconcertados ante estos reduccionismos. El mundo medieval podría ser más pobre materialmente, pero desde luego no era un mundo tan ansioso. 

«La tradición es aquella parte del pasado que sigue siendo actual»

P.- ¿Qué valor tenía la tradición en la Edad Media, y por qué cree que hoy se tiende a descartarla tan rápidamente?

R.- La tradición (traditio: «entrega») es aquella parte del pasado que sigue siendo actual. Por tanto, en descartar la tradición es como amputarse una pierna o un brazo, porque es perder parte de lo que se tiene actualmente. Comento en el libro aquellas dos admoniciones tan sabías. La primera, de Eugeni d’Ors: «Lo que no es tradición, es plagio». La segunda, la de Gustav Mahler: «La tradición no consiste en adorar las cenizas, sino en avivar el fuego». Si consideramos adecuadamente estas dos citas, nos ayudarán muchísimo a recoger lo mejor de nuestra tradición y descartar lo peor como espurio. 

P.- Para terminar, ¿cómo define usted la cortesía medieval y por qué es tan necesaria en la sociedad contemporánea?

R.- Aquí hago referencia a la máxima que me enseñó mi madre desde pequeñito: «Lo cortés no quita lo valiente». Las formas hay que conservarlas porque dicen mucho del contenido de las cosas, no son extrínsecas a él. Recuerdo el dolor que me causó el modo en que fue tratado el presidente de Ucrania cuando fue a visitar por primera vez al presidente de los Estados Unidos. Estaba claro que los mandatarios norteamericanos no habían asimilado una de las máximas del mundo medieval: hacerse cargo del sufrimiento ajeno. Pensé que, desgraciadamente, esta historia dice mucho de los políticos que tenemos hoy día, y por tanto no me gustaría que esta anécdota quedará restringida a unos políticos concretos y que –en lo de grotesco que tiene, irónicamente una auténtica némesis de la Edad Media– fuera tomada como una lección que todos deberíamos aprender porque a nuestro nivel grande o pequeño, siempre podemos contribuir hacer la vida más agradable de los demás a través de nuestro trato cortés, aunque (o precisamente porque) estemos en desacuerdo político, cultural o ideológico.  Esto es todo lo contrario del consensualismo vacío tan predominante hoy día, donde todo el mundo afirma estar de acuerdo en todo, cuando en realidad no están de acuerdo en nada, y por tanto es realmente imposible que se pongan de acuerdo. La cortesía a la que me refiero, que he aprendido de mis lecturas medievales, está llena de sinceridad, de lealtad, de decirse las cosas a la cara, y que al mismo tiempo es capaz de cuidar las formas. 

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