The Objective
Cultura

Edith Stein: filósofa judía, monja católica, mártir en Auschwitz y santa

La biografía de Irene Chikiar Bauer plasma admirablemente el tránsito de la intelectual desde la filosofía a la religión

Edith Stein: filósofa judía, monja católica, mártir en Auschwitz y santa

Edith Stein.

En agosto de 1942 fueron asesinadas en las cámaras de gas de Auschwitz Edith Stein y Teresa Benedicta de la Cruz. En realidad no fueron, sino fue, porque ambas eran la misma persona. La filósofa judía Edith Stein se había convertido al catolicismo en 1921 y en 1934 había tomado los hábitos de monja con su nuevo nombre. En 1987 fue beatificada por el papa Juan Pablo II, que en 1998 la canonizó. Ahora una monumental biografía, Edith Stein. Judía. Filósofa. Santa (Taurus) explica su trayectoria vital e intelectual.

La autora es la argentina Irene Chikiar Bauer, que tiene en su haber otra voluminosa y admirable biografía: Virginia Woolf. La vida por escrito, también publicada por Taurus, en 2015. Ambos libros son modélicos en su rigor, minuciosa documentación y fluida lectura.

Edith Stein creció en Silesia, en una familia judía. Su padre tenía un aserradero y cuando falleció, la madre, muy religiosa, se ocupó del negocio. Edith inició sus estudios superiores en la Universidad de Breslau y allí descubrió la fenomenología de Edmund Husserl, lo que la impulsó a trasladarse a Gotinga, donde el maestro impartía sus clases. Se convirtió en su discípula, pero la relación con el filósofo fue compleja, porque este en ciertos momentos entorpeció su carrera académica para mantenerla como ayudante. En esta época Stein se declaró agnóstica y frecuentó a otros discípulos de Husserl como Hans Lipps y el polaco Roman Ingarden.

El segundo es especialmente relevante por varios motivos. En primer lugar, porque hubo un interés amoroso entre ambos, que no llegó a materializarse, ya que cuando Ingarden se decidió a pedirle matrimonio a Stein, ella le respondió que era demasiado tarde, porque había iniciado su camino religioso. En segundo lugar, porque la voluminosa correspondencia entre ambos es un documento clave para entender el proceso de conversión al catolicismo de la filósofa, y Chikiar Bauer la cita con profusión. Y en tercer lugar, porque Ingarden fue años después profesor del futuro papa Juan Pablo II y fue a través de él que este conoció la historia de Edith Stein, a la que acabó canonizando.

Más allá de las dramáticas circunstancias de la vida y muerte de Stein, el libro plasma de forma admirable su evolución intelectual y el tránsito del pensamiento filosófico al religioso. Los capítulos dedicados a sus años académicos en el círculo de Husserl son muy sugestivos. Retratan un momento en el que el prestigio de este iniciaba su declive en favor del ascenso de la nueva y joven estrella de la filosofía alemana, Martin Heidegger, con el que Stein tuvo algún contacto. Aunque mucho menos cercano que el que mantuvo la otra gran figura femenina del pensamiento germánico de la época: Hannah Arendt. Ambas judías, es muy interesante analizar las diferencias entre ellas, que marcaron sus trayectorias. Stein procedía de un medio mucho más conservador que Arendt, cuya familia era de la burguesía liberal urbana. Y también es relevante la diferencia de edad: Arendt nació 15 años después de Stein y se encontró con un medio universitario menos reacio a las mujeres.

Influencia de los místicos españoles

En la conversión al catolicismo de Edith Stein tuvo un papel relevante la vivencia del horror de la Primera Guerra Mundial, unos años en los que pasó de un fervoroso e ingenuo patriotismo a la preocupación por el dolor humano. Ante la perplejidad de Ingarden, ella encuentra en la fe un sentido para su vida que no le había proporcionado la filosofía. Le explica en una carta: «Estoy convencida -no solo desde el punto de vista religioso, sino también filosófico- de que hay cosas que están más allá de los límites de las posibilidades naturales del conocimiento. La filosofía, entendida como ciencia del conocimiento puramente natural, como sin duda usted la concibe, justamente por ello puede reconocer esos límites. En consecuencia, respetar los límites es filosóficamente consecuente, y querer averiguar algo que está más allá de esos límites con medios puramente filosóficos es contradictorio». Stein opta por la fe y en otra carta escribe: «He aprendido a amar la vida desde que sé para qué vivo».

Puesto que ingresa en la orden de las carmelitas descalzas, en su religiosidad son cruciales los dos grandes místicos españoles: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Los escritos de la primera son su guía en los primeros años como monja y sabemos que la figura de San Juan de la Cruz fue para ella un faro en los terribles meses finales que desembocaron en Auschwitz. En otra de sus cartas a Ingarden, centradas en discusiones sobre filosofía y religión, le escribe: «Es necesario que tomemos una decisión a favor o contra Dios. Esto es lo que se nos exige: decidirnos sin una prueba de garantía. El camino va de la fe a la visión, no al revés. (…) Donde falta la propia experiencia, uno debe apoyarse en testimonios de homines religiosi. De esto no hay escasez. Según mi modo de entender, los más impresionantes son los místicos españoles Teresa de Jesús y Juan de la Cruz».

Con el ascenso del nazismo su situación empezó a complicarse. Pese a su conversión, a ojos de las autoridades seguía siendo judía y lo primero que se le prohibió fue dar clases. «Cuanto más oscuro se vuelve aquí todo para nosotros, tanto más tenemos que abrir el corazón a la luz que viene de arriba», escribió en esta época.

Huida frustrada

En 1939, la prudencia aconsejó salir de Alemania y se trasladó desde el convento de Colonia a otro de las carmelitas en los Países Bajos, donde logró refugiar también a su hermana Rose -convertida al catolicismo, pero no monja-, que había salido de Alemania con dirección a Bélgica. Sin embargo, tampoco allí estaban seguras, porque Holanda no tardó en capitular. Hicieron gestiones para huir a España o Suiza, pero las autoridades eclesiásticas de estos países solo estaban dispuestas a hacerse cargo de ella porque era monja, y Edith se negó a abandonar a su hermana. Hubo un momento en que estuvieron a punto de conseguir un permiso de entrada en Suiza para ambas, pero se torció en el último minuto.

En 1941 las dos hermanas fueron obligadas a llevar la estrella de David amarilla. El 2 de agosto de 1942 fueron detenidas por oficiales de las SS en el convento carmelita de Etch y conducidas al campo de Westerbork, junto con otros judíos convertidos, entre los que había varios sacerdotes. No pasaron allí mucho tiempo. El 7 de agosto partieron camino de Auschwitz en un hacinado vagón de ganado y dos días después ambas murieron en las cámaras de gas. Otros dos hermanos de la familia Stein fallecieron también en campos de extermino nazis. Tres lograron salvar la vida porque huyeron a tiempo a Estados Unidos.

Edith Stein dejó un legado de escritos filosóficos y religiosos entre los que destacan Ser finito, ser eterno, Sobre el problema de la empatía y Ciencia de la cruz. Escribió: «Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente, busca a Dios».

Publicidad