Segundo Llorente, el intrépido misionero que predicó a los esquimales y fundó Alaska
Este cura leonés predicó la fe cristina a los inuit durante cuarenta años, una experiencia que documentó en varios libros

El padre Segundo Llorente, rodeado de varios inuit.
Entre muchas otras cosas, España ha sido siempre a lo largo de su historia tierra de misioneros. Probablemente, el caso más claro sea el proceso de evangelización de América, donde nuestro país jugó un papel clave con figuras de la talla de fray Bernardino de Sahagún, fray Toribio de Benavente, Alonso de la Veracruz o el más conocido fray Junípero Serra. Y eso por no hablar de que el santo designado por la Iglesia como patrón de las misiones es un español, san Francisco de Javier, si bien el navarro no se dedicó a predicar en América, sino en Asia.
Con todo, todos los ejemplos mencionados hasta ahora datan del siglo XVI. Sin embargo, esta semana en Ilustres olvidados hablaremos de un misionero mucho más reciente, pero cuya historia no desmerece la de sus predecesores. Nos referimos a Segundo Llorente, un jesuita leonés que siguió los pasos de su correligionario san Francisco Javier y buscó predicar el Evangelio en los confines más alejados del planeta.
Sueños de juventud
Segundo Llorente Villa nació en Mansilla Mayor, una aldea de la provincia de León, en el año 1906. Hijo de labradores, Segundo fue el mayor de 12 hermanos. Siendo aún muy joven, ingresó el seminario menor de León, donde se forjaron sus inquietudes vocacionales. Así, cumplidos los 17 años, entró en el seminario jesuita de Carrión de los Condes (Palencia).
Ya durante aquellos años de formación, el joven Segundo comienza a desarrollar una cuasi obsesión por Alaska, al considerarlo el destino misionero más remoto y exótico. Sus superiores, no obstante, le proponen irse de misionero a China, pero él declina. De esta forma, su deseo de alcanzar la llamada Última Frontera tendrá que esperar algunos años, un periodo en que el novicio cursa estudios de Humanidades y Filosofía. Por fin, cuando cumple los 24 años, sus superiores en la Compañía de Jesús le conceden el permiso para aventurarse a las frías tierras de Alaska.
«La tarea más heroica en la Iglesia»
Pero el primer obstáculo para el joven jesuita no fue el frío extremo de Alaska, sino el idioma. Segundo viajó a Estados Unidos sin saber una palabra de inglés, por lo que antes de nada tuvo que formarse en la lengua de Shakespeare, cosa que hizo en la Gonzaga University, una universidad que los jesuitas tenían en Spokane, en el estado de Washington. También como paso previo al inicio de su misión evangelizadora, Segundo todavía dedicó algunos años a estudiar teología, hasta que en 1934 se ordena sacerdote.
Finalmente, el joven llega a Alaska en 1935, concretamente a la misión que los jesuitas dirigían en Akulurak. Aunque en su León natal algo saben del frío, lo de aquellas tierras era otra cosa. Segundo tuvo que aclimatarse a temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, siempre embozado en pieles de nutria o de castor y bien calzadas las botas de piel de foca. No en vano, el papa Pío XI había dicho en su día que la tarea misionera en Alaska era «la más heroica en la Iglesia».
Pero decíamos que el reto más importante para el intrépido sacerdote fue el del idioma. Aunque Segundo se manejaba bien en inglés, eso poco le servía con la comunidad inuit (los popularmente llamados esquimales). Poco a poco, fue aprendiendo los fundamentos de aquella endiablada lengua, en la que llegó a defenderse bastante bien. Eso sí, él mismo reconocía que nunca la dominó del todo: «Ojalá pudiera predicar en lengua esquimal con la misma facilidad con que lo hago en inglés o lo haría en español. Una cosa es entender y chapurrear el idioma, y otra muy distinta levantarse delante de un auditorio y dispararles un sermonazo sin zozobras, mugidos ni titubeos».
La frase es de su puño y letra, y es que si por algo se caracterizó Segundo Llorente durante sus cuatro décadas en Alaska fue por su prolífica actividad cronística. En efecto, a lo largo de los años, el sacerdote jesuita escribió multitud de artículos en revistas y varios libros en los que narraba sus peripecias misioneras con los esquimales. El más conocido de esos libros sea seguramente Cuarenta años en el círculo polar.
Faceta política
Durante su larga estancia entre los inuit, el padre Llorente se convirtió para la comunidad esquimal en mucho más que un transmisor de la fe cristiana. Los habitantes de la región llegaron a profesarle tal estima que, cuando el territorio de Alaska inició su proceso para convertirse en un nuevo estado de Estados Unidos, lo eligieron como diputado en la recién creada Cámara de Representantes de la región. Era la primera vez que un sacerdote católico ocupaba un cargo de este tipo en Estados Unidos.
Segundo Llorente ejerció dos legislaturas como representante de su distrito electoral y es considerado como uno de los padres fundadores del estado de Alaska. Unos pocos años después, ante su avanzada edad, sus superiores jesuitas lo enviaron a un destino menos arduo, en los estados de Washington e Idaho, poniendo fin a su larga etapa en la región polar. Allí pasó los últimos años de su vida, hasta su muerte en 1989. Eso sí, sus restos descansan en una reserva donde sólo pueden ser enterrados indios nativos americanos. Tal fue el respeto que el padre Llorente se labró entre aquellas gentes.
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