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Ilustres olvidados

Diego García de Paredes, el militar de fuerza sobrehumana al que llamaban el 'Sansón'

Este soldado extremeño era célebre en toda Europa por su brío y su habilidad con las armas

Diego García de Paredes, el militar de fuerza sobrehumana al que llamaban el ‘Sansón’

Retrato de Diego García de Paredes. | Tomás López Enguídanos

El siglo XVI es sin duda uno de los momentos álgidos de la historia de España. Con una América recién descubierta y una monarquía que dominaba sobre el mayor territorio jamás amasado por un imperio occidental, fue esta una época de grandes reyes, exploradores y soldados. Esta semana hablaremos de uno de estos últimos, un destacado militar y, en palabras de Rafael García Serrano, uno de esos dioses que nacieron en Extremadura.

Diego García de Paredes y Torres nació en 1468 en Trujillo. Era, pues, paisano de otros dos personajes ilustres de esta época, el conquistador del Perú, Francisco de Pizarro; y Francisco de Orellana, de quien ya hablaremos en este podcast en otra ocasión. De familia de hidalgos, el joven Diego se inició desde la niñez, siguiendo los pasos de su padre, en el terreno de las armas, un arte para la que se mostró muy dotado por su gran corpulencia y altura. Hasta dos metros medía García de Paredes, según las crónicas, una talla insólita para la época.

Guardaespaldas y condotiero de los Borgia

Con estas hechuras, Diego tenía claro que su camino pasaba por poner su espada al servicio de los grandes señores. Existen dudas sobre si pudo participar en la fase final de la guerra de Granada, aunque es una hipótesis que hoy se tiende a descartar. Así, la primera vez que García de Paredes entró en batalla fue ya en Nápoles en torno al año 1496. En aquellos años, Fernando el Católico se disputaba con los franceses el dominio sobre el reino itálico. Por no hablar de que esa era también la zona de influencia de un tal Alejandro VI, más conocido como el papa Borgia.

El caso es que Diego García de Paredes se puso primero al servicio del pontífice valenciano, después de que este descubriese admirado sus dotes para el combate en un duelo con unos italianos. Hablando de duelos, por cierto, se habla de que el soldado extremeño, que todo hay que decirlo era un tanto pendenciero, llegó a batirse en más de trescientas ocasiones a lo largo de su vida. Esos desafíos nunca le trajeron la derrota, pero sí algún disgusto, como veremos más adelante.

En aquellos años de condotiero papal, Diego participó en la liberación del puerto de Ostia de las manos de un corsario vasco a sueldo de Francia, en la toma de la ciudad de Montefiascone, que se había rebelado contra el papa, y en las conquistas de Imola, Forlí, Rímini o Faenza. Fue entonces cuando, en uno de sus frecuentes duelos, mató a un capitán italiano decapitándole. El suceso fue motivo de escándalo en la Corte papal, lo que dio en su detención. Pero el indómito extremeño escapó y, tras un breve paso por las tropas de la poderosa familia Colonna, acabó al mando del Gran Capitán.

Hombre de confianza del Gran Capitán

Al lado de Gonzalo Fernández de Córdoba, Diego protagonizó algunas de sus más sonadas hazañas. Una de ellas ocurrió en el año 1500, durante el asedio a la ciudad griega de Cefalonia, en aquel momento bajo dominio otomano. Los turcos que defendían la plaza con una máquina que lanzaba garfios sobre los atacantes, apresando a los soldados y subiéndolos hasta lo alto de la muralla, donde los mataban o capturaban. En un momento dado, uno de aquellos ganchos alcanzó a García de Paredes, que llegó al otro lado del muro. Pues bien, cuando los otomanos ya se las prometían felices, el militar extremeño comenzó a batirse con cuantos enemigos le salían al paso, dejando una pila de cadáveres a su paso. Por increíble que pueda parecer, las Crónicas del Gran Capitán cuentan que Diego estuvo combatiendo durante tres días enteros en las almenas turcas.

Sólo la fatiga y el hambre acabaron por rendir al hercúleo soldado, que fue capturado. Sin embargo, Diego aprovechó un asalto de los españoles para liberarse y ayudar desde dentro al esfuerzo de sus compañeros. Uno de los primeros biógrafos de Diego García de Paredes cuenta que tantas bajas hizo el extremeño desde la muralla como las tropas del Gran Capitán desde fuera. La plaza, como es natural, acabó cayendo y aquel episodio le valió a Diego el sobrenombre del ‘Sansón de Extremadura’, en alusión al juez del pueblo de Israel de fuerza sobrehumana.

Pero el servicio de García de Paredes al Gran Capitán no se quedó en aquella anécdota, por gloriosa que fuera. El extremeño, ya con el grado de coronel, estuvo presente, por ejemplo, en la célebre batalla de Ceriñola, la jornada en la que se considera que nació el germen de los tercios españoles, y también en la batalla del río Garellano, otra victoria española clave sobre los franceses pese a la importante inferioridad numérica.

Precisamente a orillas del Garellano hizo Diego García de Paredes otra de las suyas o, como dice la crónica, un «hecho tan verdadero, como al parecer increíble». Parece ser que, cuando el Gran Capitán se encontraba en su tienda preparando la batalla con sus oficiales, García de Paredes hizo una sugerencia que no gustó al cordobés. El extremeño, entonces, herido en su orgullo, cogió su mandoble y corrió como un poseso hacia el puente que dividía a los dos ejércitos, retando a los franceses. Estos, ante la vista de un sólo enemigo, le acometieron. Sin embargo, la estrechez del paso hacía que sólo pudieran atacarle uno o dos al mismo tiempo. La escabechina que organizó García de Paredes se la pueden ya imaginar. Hasta 2.000 hombres se dice que murieron bajo su espada, una cifra seguro exagerada pero que da una idea de la proeza.

Encontronazo con Fernando el Católico

Pese a todo, el final de la aventura italiana fue agridulce. Gonzalo Fernández de Córdoba, pese a haber rendido Nápoles, sufrió las suspicacias de Fernando el Católico en el famoso episodio de las cuentas del Gran Capitán. Fue entonces cuando García de Paredes irrumpió en presencia del rey, arrojándole su guantelete y desafiando a cualquiera que pusiese en duda a su comandante. Nadie de los presentes se atrevió a aceptar el duelo y Fernando, acercándose a él, le devolvió la manopla diciéndole: «Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer».

Pese a ello, al poco tiempo, García de Paredes perdió el marquesado con el que había sido premiado tras la guerra de Nápoles. Su reacción fue de desaire y el extremeño se hizo corsario, llegándose a poner precio a su cabeza en España. Este periodo de rebeldía no duró mucho, ya que Diego se puso al servicio del cardenal Cisneros en su cruzada norteafricana, que acabó con la conquista de Orán en 1509.

Fama eterna

Todavía haría varias correrías García de Paredes por Italia, África, Navarra y otros lugares. Desde que Carlos V accedió al trono, estuvo a su servicio y, estando junto a él, le llegó la muerte. Tuvo un accidente al caerse del caballo y falleció de sus heridas unos días después, el 15 de febrero de 1533.

Tal fue la fama de Diego García de Paredes en su tiempo, que Cervantes le dedica estas palabras en El Quijote, comparándolo con los grandes héroes de la Antigüedad: «Un Viriato tuvo Lusitania / un César, Roma / un Aníbal, Cartago / un Alejandro, Grecia / un conde Fernán González, Castilla / un Cid, Valencia / un Gonzalo Fernández, Andalucía / un Diego García de Paredes, Extremadura».

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