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Auge y caída de la princesa de Éboli, una de las mujeres más poderosa del reinado de Felipe II

Mujer con grandes dotes de mando, inteligente y de fuerte carácter, tuvo un papel inmenso en la corte del monarca

Auge y caída de la princesa de Éboli, una de las mujeres más poderosa del reinado de Felipe II

Retrato de la princesa de Éboli. | Autor desconocido

El 12 de febrero de 1592 exhalaba su último suspiro Ana Hurtado de Mendoza de la Cerda y de Silva y Álvarez de Toledo, más conocida como la Princesa de Éboli. Su vida terrenal llegaba a su fin con 51 años y también el encierro de más de una década. Había sido enviada por orden de Felipe II el 28 de julio de 1579, primero al Torreón de Pinto (Madrid) y más tarde a la Fortaleza de Santorcaz (Madrid). Privada de la tutela de sus hijos y de todas sus pertenencias, moría una de las mujeres con más poder de la segunda mitad del siglo XVI. Un final, sin duda, de lo más triste. 

Princesa de Mélito, condesa de Aliano y marquesa de Algecilla, todo eso por derecho propio, y princesa de Éboli, duquesa de Estremera, duquesa de Pastrana y marquesa de Diano por matrimonio. Ha pasado a la historia como la princesa de Éboli y por llevar siempre tapado el ojo derecho al estilo pirata (se cree que porque padecía de estrabismo). 

Mujer con grandes dotes de mando, inteligente y de fuerte carácter, tuvo un papel inmenso en la corte de Felipe II. Había nacido el 29 de junio de 1540 en el seno de una de las familias con más poder e influencia de la nobleza castellana. Y, tuvo la suerte de ser hija única, de ahí que heredase todos los títulos de su padre, Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda. Su madre fue la primera esposa de su padre, María Catalina de Silva y Álvarez de Toledo, hija, a su vez, de los condes de Cifuentes.

Matrimonio e hijos de la Princesa de Éboli

Con esta retahíla de títulos se imponía casarla bien. Así que, con 12 años fue prometida por su padre y el futuro Felipe III con Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli y ministro del rey. El matrimonio se celebró cuando Ana tenía 17 años, una edad tardía para la época. A pesar de haber sido un matrimonio concertado, como todos en aquella época y más para las mujeres de su linaje, fue próspero y tuvieron la nada despreciable cifra de diez hijos. De estos, siete llegaron a la edad adulta, algo también poco habitual en su época. La última de sus hijas, Ana, fue la que la acompañó en su encierro. A los demás nunca más los volvió a ver. 

Era una mujer hermosa, con una vasta formación cultural y que, en parte por su carácter pero sobre todo por su matrimonio, llegó a obtener grandes cotas de poder. Quizás por ello su final fue tan terrible. 

La princesa de Éboli se quedó viuda en 1573, heredando así todo el patrimonio de su rico marido. Decidió entonces hacerse monja, obligando a recluirse en un convento de los fundados por Santa Teresa de Jesús a todas sus criadas. Pero la vida monacal no era lo suyo y pronto se cansó de la austera celda que le había sido concedida.

Sin tener en cuenta las reglas de convento, decidió trasladarse con sus criadas a una casa que había en el huerto dentro de la clausura. Esto enfureció a la santa abulense que consideraba que la princesa se estaba arrogando prebendas que no le correspondían, como disponer de joyas y ricos ropajes, salir cuando le daba la gana a la calle y tener comunicación con el exterior.

Santa Teresa, también mujer de fuerte carácter (como ya explicamos en este artículo), tomó cartas en el asunto y expulsó del convento a todo el séquito de Ana, dejando a la princesa sola, cortándole todos esos privilegios y esperando así que ella misma tomara la decisión de irse de la vida de clausura. Y eso pasó. Encerrada y sin privilegios, se debió de decir a sí misma que lo suyo no era la vida del convento y se volvió con todo por donde había venido. Se instaló en su palacio de Madrid después de escribir una biografía totalmente distorsionada de Teresa de Jesús. 

Una vez en Madrid instalada en su palacio, comenzó gradualmente a tener una cada vez más fuerte influencia en la corte de Felipe II, especialmente en la etapa en la que el monarca estaba casado con Isabel de Valois, de la que logró hacerse muy amiga. Estando cerca de la reina, obtenía los favores del rey, hecho que provocó que circularan en la época los rumores de que era amante del monarca. Un hecho que nunca se ha demostrado. 

Lo que sí se sabe es que tuvo amoríos con Antonio Pérez, el secretario del rey. La princesa de Éboli, probablemente movida más por la ambición de poder que por amor, lograba así una posición muy favorable dentro de la corte… hasta que Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, hijo natural de Carlos I y, por tanto, hermano de sangre de Felipe II, descubrió el romance. 

El amante de Ana temió entonces que el secreto de sus amores llegaran a oídos del rey y optó por adelantarse no teniendo mejor idea que asesinar a Escobedo. Un año más tarde, Felipe II ordenó su detención. Comenzaba así el declive de la princesa de Éboli que se vio envuelta, lógicamente, en dicho asunto turbio. Además, pasó algo que terminó por provocar su caída definitiva que no fue otra que la de conspirar contra Juan de Austria en su intento de casarse con María Estuardo, reina de Escocia. Como pueden observar, la corte del siglo XVI hubiera llenado las páginas de la crónica social de la época porque no se cortaban en traiciones, amoríos, asesinatos y todo tipo de traiciones. 

Felipe II decidió atajar todo el asunto y la princesa de Éboli fue detenida y enviada a prisión de la que ya nunca más saldría. Eso sí, con ciertas comodidades y rodeada de sus criadas. Está enterrada junto a su marido en la colegiata de Pastrana, Guadalajara.

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