The Objective
El purgatorio

Jon Viar: «El nacionalismo vasco es el mayor coñazo de mi vida»

El cineasta bilbaíno visita El purgatorio: «Bildu o ERC son partidos xenófobos y de extrema derecha»

Supongo que el humor es como la belleza, un don natural. Luego todo se puede mejorar (o empeorar) con el paso del tiempo, pero hay quien nace guapo, feo, soberbio o gracioso. Jon Viar (Bilbao, 1985) hace gracia, aunque no lo pretenda. Quizá es por sus gestos, su forma de hablar, recuerda, por momentos, a un joven Woody Allen en vasco. Un vascuence que reniega de la identidad, que asume que el nacionalismo de su tierra ha sido el mayor coñazo de su vida, y que tiene la mala costumbre de decir lo que piensa.

PREGUNTA.- No tengo el recuento de la gente que ha venido a El purgatorio y que no tiene carné de conducir.

RESPUESTA.- Pues siempre creo que uno debe ser consciente de sus limitaciones. Nunca he querido causar ningún problema en la vía pública. Ni atropellar a nadie, ni lastimar a nadie. Y, siendo consciente de que no tenía ese don de la concentración para fijarme en la carretera, que es algo que no me interesa. Nunca tuve una pulsión de adrenalina por eso de la velocidad, por el tema de los vehículos. Siempre procuro ir andando o en transporte público.

P.- Con lo complicado que está el transporte público.

R.- Sí, sí. Yo sufro ese tema a diario prácticamente, tengo que coger bastantes trenes y la verdad es que sí, parece que estamos en una situación un poco inexplicable.

P.- Carné no, pero supo que quería dedicarse al teatro y al cine con 11 años.

R.- Sí, porque estuve dando la chapa a mis padres, y ya con 13 años conseguí comprar una cámara de vídeo analógica para hacer cortometrajes con los vecinos de la urbanización, con los amigos del colegio. Y hacía cortos. Mi madre pensaba que sería algo temporal, que se me pasaría. Eso pensaba ella, pero, para su desgracia, no fue así y continué dedicándome a todo lo relacionado con estas cuestiones creativas.

P.- ¿Se imagina una vida sin eso? ¿Sin haberse dedicado a esas cuestiones creativas?

R.- No, no creo que hubiese podido aguantar. Supongo que cada uno encuentra el camino, de hecho, sigo luchando por hacer estas cosas de teatro y cine, buscando financiación aquí y allá. Es una parte de lo que soy y que no puedo cambiar. Ojalá me hubiese dedicado a algo más estable o más rentable. Pero no sería yo, sería otra cosa.

P.- Defiende que uno debe escribir, para empezar, sobre lo que mejor conoce: sobre su alrededor, su vida, sus temas.

R.- Supongo que en un principio, y más sobre todo con la gente que empieza a escribir, mi recomendación siempre, efectivamente, es ir escribiendo sobre aquello que conoce, para ser lo más honesto posible. Ir hasta el final también. Es decir, contar también aquello que te disgusta de ti mismo, de tu entorno, de lo que eres. Estar dispuesto a mostrar eso.

Luego, por supuesto, siempre habrá maneras de encontrar metáforas para hablar de ti mismo, de lo que conoces, recurriendo a —como digo— metáforas, alegorías. Pero la única manera de hacer algo honesto que pueda interesar a los demás creo que es escribir sobre lo que sabes, por doloroso que pueda ser.

P.- ¿Cree que tienes más bien vis cómica antes que vis dramática?

R.- Supongo que soy humorista, a mi pesar. Sí, efectivamente desde niño, en el colegio, me apunté a teatro y supongo que, no sé si es mi manera de expresarme, mi peculiar fisionomía o mi mirada ante el mundo… Efectivamente, salí y ya se descojonaba todo el mundo. Siempre fui el payaso de la clase. Fui a un colegio laico, afortunadamente, porque mis padres no querían llevarme a un colegio religioso, y tampoco a una ikastola. Entonces fui al colegio francés, que era un colegio muy pijo, pero laico.

Pero bueno, siempre fui un inadaptado social, es decir, no, nunca encajé en esos ambientes tampoco. Luego, pues los profesores algunos entendían mi sentido del humor, y a otros les desagradaba. Desde aquí les pido disculpas a aquellos a los que les pudiera causar muchas molestias o quebraderos de cabeza, pero es parte de lo que soy, de mi biografía. El humor a mí es algo que casi me sale sin querer. Es al final, una mirada escéptica ante el absurdo de la vida. Porque tampoco tengo grandes verdades ni grandes ideales, supongo.

P.- ¿Cómo se abre uno hueco en el mundo de la cultura teniendo la costumbre de decir lo que piensa?

R.- Pues es una buena pregunta, pero yo tengo ese defecto. Desde luego, procuro siempre ser respetuoso y educado, pero siempre he dicho lo que pienso. Por lo tanto, no me adscribo a decir algo pensando que eso me va a beneficiar. Luego, que te quieren utilizar políticamente unos u otros porque has dicho algo que coincide con unos o con otros… Pero yo digo lo que yo pienso, y evidentemente no digo lo que piensan los demás, porque entonces sería esquizofrénico o sería un lacayo de alguien. Y tampoco me paga nadie.

P.- A usted le jode mucho el que le agrupen en un bando o en otro, el «ese es de los nuestros», o «de los suyos», o «de los otros» …

R.- No lo sé. Sí que he procurado que se me conozca por mi trabajo, nada más. Luego sí que es verdad que también me puedo posicionar en determinadas ideas o cosas. No lo he ocultado nunca, tampoco.

«Cuando critico a Bildu me dicen que hago el juego a la derecha; cuando critico al Opus, que a la izquierda»

P.- Jon Viar ahora tiene nuevos proyectos.

R.- Efectivamente, me han publicado en una editorial Kabo&Bero, acaba de ver la luz una obra de teatro. La literatura dramática, como sabes, es una pericia romántica hoy día. No es habitual que una editorial quiera publicar un texto teatral. Es curioso. También es una obra con un tema muy duro, denunciando la complicidad de la jerarquía del Opus Dei para ocultar abusos sexuales a menores. Está inspirada en hechos reales y se ha publicado hace poco.

Y estrenaron una obra mía, El encuestador, en el Off Latina, que es una obra de teatro del absurdo. Vamos a decir que encaja en eso que Martin Esslin calificó como «el teatro del absurdo» en un célebre libro que se publicó en el año 62. Y bueno, pues tiene que ver con eso. Teóricamente, el teatro del absurdo no tiene fábula, teóricamente es cíclico y los personajes no tienen biografía ni psicología, pero siempre te está contando una historia.

P.- ¿Cómo de emocionante es ver una obra representada, una obra escrita por usted?

R.- Siempre que escribes cosas y hay gente que las quiere representar —a veces en microteatro, que eso es más amateur, luego cosas más profesionales—, pues agradeces, como siempre, que haya gente a la que le guste cómo escribes y que lo quiera llevar a escena. Pues siempre estar agradecido a la gente que, bueno, que dedica su tiempo y su esfuerzo en poner en escena un texto que ya has escrito. Y seguir haciendo cosas, en eso estoy. Como Sísifo, voy con la piedra, con la piedra que se cae, la vuelvo a coger, y así. Supongo que así es la vida.

P.- Qué duro es el mundo de la cultura, como otros muchos mundos. Pero en su caso, el de la cultura.

R.- Sí, sobre todo cuando tampoco eres un artista orgánico, en el sentido de que vayas con la moda imperante, con el poder. Es curioso ver cómo en un contexto donde cada vez se desprecia más la palabra en detrimento de otros signos, lo vemos en el teatro, lo vemos en los espacios públicos. Parece que cada vez hay menos espacio para la palabra. Y yo, frente a eso, pues discrepo. Y creo que hay que reivindicar el valor de la palabra y el significado de las palabras.

Jon Viar en El purgatorio. | Víctor Ubiña

P.- ¿Cómo es esto de los artistas orgánicos?

R.- Como ha habido siempre —más, por supuesto, en los regímenes totalitarios que en las democracias—, pero también en ellas. Es decir, si haces cosas que van conforme a las modas, pues será más fácil sacarlas adelante que si vas por tu cuenta, por así decirlo. Con la película que hice de Traidores, hace años el Gobierno Vasco y la ETB casi me echan a patadas. Y el Ministerio de Cultura, que gobernaba el PP, me lo rechazó también porque no cumplía con criterios de igualdad de género. Ya no sé qué hacer. Esto es lo que hay, así que bueno. Pero yo sigo escribiendo y tratando los temas que a mí me interesan, pues como puedo.

P.- ¿Cómo son los criterios de subvención?

R.- Me pierdo totalmente. Sé que los del Ministerio de Cultura son particularmente complejos los criterios, y luego hay otras entidades que puede que sea más fácil, pero bueno, también hay otras maneras ahora de financiar: con fondos de inversión conseguir una parte. Me pierdo, porque la verdad es que la producción es algo que me ha resultado siempre tan tedioso que, bueno, escribo guiones cuando me piden y trabajo como actor en rodajes cuando me llaman también. Pero es que la producción procuro no ocuparme de ello.

P.- Comentaba antes ese texto dramático que ha publicado la editorial Kabo&Bero, se llama Una herida incurable y está inspirado en el caso Gaztelueta: la condena de 11 años de prisión —que después el Tribunal Supremo rebajó la pena a dos años— a un profesor de la escuela Gaztelueta (Vizcaya), una escuela del Opus Dei, el profesor es José María Martínez. Condenado por abusos sexuales a su alumno Juan Cuatrecasas. Y le escuchaba decir algo puede parecer una tontería, pero después igual no lo es: que los temas no los elige uno, sino que le eligen a uno.

R.- Como la tiranía del azar, por así decirlo. Yo conocí este caso muy cercano y pensé que, pues bueno, que era imposible a lo mejor hacer una serie, una película. Pero bueno, dije: «Os voy a escribir una obra de teatro sobre esto», como tantas obras que escribo sin pensar en nada más. Pero hubo una editorial a la que le interesó por una cosa y la quisieron publicar, y la publicaron. Y como cuando tienes mucha información de un tema, pues dices: «Bueno, voy a dar mi versión de los hechos», evidentemente cambiando nombres, etcétera. Pero sí, me parecía que tenía que contar la historia del caso Gaztelueta. Y más aun viendo que sectores cercanos al Opus Dei o a intelectuales de la órbita nacional-populista, como Miguel Ángel Quintana Paz y otra gente, han defendido al pederasta condenado. Y por lo tanto, digo mi versión de los hechos.

P.- Es una constante en su carrera: no le preocupa, o al menos no mucho, el meterse en asuntos espinosos.

R.- Pero, y ¿qué vas a hacer?

P.- Sabe que hay mucha gente que diría: «Yo prefiero intentar pasar del tema».

R.- Y es legítimo. El asunto es que, a veces, la indignación es un motor muy… para escribir obras y tales. Es un motor tremendo. No siempre, a veces escribes otras cosas… Pero concretamente, habría que tratar de analizarlo, pero es un deber moral contigo mismo. Es decir, aquellas cosas que sabes que son injustas, que son indignas, que debes denunciar. Nada más. Y en mi caso, mi manera de expresarme es escribir teatro, guiones de cine, o un documental cuando he podido hacerlo —que es más barato de producir— y nada más.

P.- Es decir, si fuera político, pues haría política, pero como usted es un artista…

R.- No sería político nunca. Yo, por mi forma de ser, no duraría ni cinco minutos en un partido político.

P.- Porque usted, ¿la disciplina de partido?

R.- ¿La disciplina de partido? Tengo que venir aquí a decir lo que me diga Adriana Lastra o no sé quién…Pues digo: «Váyanse ustedes a tomar por el culo», evidentemente. Me dedicaría a mi trabajo. Por supuesto que tengo ideas y, cuando ha surgido el partido de Izquierda Española, siempre les apoyo en lo que me pidan porque coincido, pero tampoco puedo hacer mucho más.

Es que no va con mi personalidad esa cosa de la política, no he tenido nunca yo esa vocación. Lo que pasa es que es verdad que he vivido en un contexto donde había que denunciar ciertas cosas, pero que yo creo que no son prepolíticas. Es decir, oponerte al terrorismo, por ejemplo… Y si coincido en algo básico con personas de ideologías diferentes, pues bienvenido sea.

P.- ¿No crees que Una herida incurable, esta obra de teatro, se pueda llegar a estrenar por lo menos a corto plazo?

R.- No, pero porque es caro de producir.

P.- No es tanto por el tema.

R.- Quizá también por el tema que denuncia, efectivamente: las complicidades. Pero bueno, se han hecho muchas cosas. Fíjate en la famosa película Spotlight, que se hizo denunciando a la archidiócesis de Boston por el encubrimiento de abusos sexuales en la Iglesia Católica. Lo curioso es que a mí me ha pasado. Cuando estrené la película de Traidores, hubo gente, amigos, amistades de la izquierda que, como critico mucho a los independentistas, me decían: «Estás haciendo el juego a la derecha». Es decir, ¿qué tendrá que ver? ¿Desde cuándo criticar a Bildu o a Esquerra Republicana —partidos que, en mi opinión, son xenófobos y de extrema derecha realmente— desde cuándo eso puede perjudicar a la izquierda?

Y ahora, al revés: cuando publiqué esta obra de Una herida incurable, denunciando a ciertos sectores de la Iglesia Católica —sobre todo del Opus Dei— me han dicho: «No, estás haciendo el juego a la izquierda». Pero para empezar, no creo que sea yo tan importante, ni tan relevante, ni nada. Me importa un huevo. Lo único que quiero decir es: «Voy a denunciar aquello que me parece que es indigno», sin preocuparme de si va a beneficiar políticamente o no. A mí me parece una estupidez. Tú haces algo que es conforme a tu criterio moral.

P.- Es curioso lo de coincidir, esta idea un tanto estúpida, que es lo de «hacerle el juego». No, yo defiendo lo que defiendo, si alguien coincide conmigo, pues me parecerá muy bien o muy mal, me da lo mismo.

R.- Lo estamos viendo en la política actual. Hay un sectarismo, muchas veces, que es aburridísimo. Es decir, yo tengo amigos de ideologías totalmente distintas a la mía, y a lo mejor coincido en muchas más cosas con ellos que con otra gente que está más cerca ideológicamente y me aburren soberanamente. O lo que decías de las creencias religiosas. Pues a mí, ¿qué me importa que usted crea en Dios, en Buda o en Michael Jackson o en lo que quiera? Pero no me lo imponga. Me da igual.

P.- Le escuché con los compañeros de Tálanton Podcast, una respuesta curiosa a la pregunta ¿qué ha sido más complicado, escribir y documentarse sobre el asunto de ETA o sobre el asunto de la Iglesia Católica, del Opus Dei? Y decía algo así como que en ambos temas está la Iglesia.

R.- Sí, claro. Efectivamente, la Iglesia Católica en el País Vasco ha tenido un papel siniestro. Pero ya no solo los curas o párrocos, sino obispos como Setién: un personaje racista y un personaje siniestro que llamaba hermanos a los etarras. Y la actitud general de la Iglesia Católica, ya a nivel global, con este tema de los abusos y con otras cosas. Cuando Juan Pablo II condenaba el uso del preservativo o a los homosexuales, o no sé qué… pues eso es terrible.

En el caso de Juan Pablo II, su confesor era Marcial Maciel. Quien quiera que busque información sobre este señor, y con esto lo digo todo. Y fíjate que creo que el único que empezó que se da cuenta de que la situación es tremenda —y no sé si en parte dimite por eso— es Ratzinger. Y Bergoglio, por el que tampoco tengo ninguna simpatía, por lo menos, al final, en este asunto, sí que ha tenido una actitud un poco más un poco más decente.

«Mertxe Aizpurua, a la que le recibe como un interlocutor válido, bajo el seudónimo de ‘Maite Soroa’, ha señalado a gente para que le pusieran un bombazo»

P.- Una parte de su carrera —y de la parte más conocida de su carrera— y sé que lo repetimos en los medios de comunicación, pero es intentar acabar con algo que se ha dado mucho en sectores de la sociedad y de la política. Y es que, una vez acabada ETA, el relato que ha triunfado es el de los verdugos.

R.- Creo que cualquiera que me conozca sabe lo que pienso de esto. Y te pongo un ejemplo más reciente. Hace poco estaba con un amigo en Bilbao y, joder, fíjate lo de Alvise… que salga diputado. A mí el sujeto este, el Alvise, te puedes imaginar la repugnancia moral que me provoca gente de ese nivel. Pero claro, que salga eurodiputado Alvise, fíjate qué esperpento. A mí me produce sorpresa, me genera estupor que haya 800.000 personas que puedan votar a semejante sujeto.

Pero más estupor me provoca que Pernando Barrena sea eurodiputado por Bildu. Un tío que era artífice de la ponencia Oldartzen, la de la socialización del sufrimiento. Y eso no genera estupor en amplios sectores de la izquierda en España, el hecho de que Fernando Barrena sea eurodiputado.

Lo mismo te digo. Hace poco salió un diputado de Vox —que no me acuerdo cómo se llama— defendiendo el franquismo. Evidentemente, todo esto, a cualquier persona demócrata, nos produce estupor, rechazo. Y creo que esta gente de Vox cada vez se parecen más a la caricatura que han hecho de ellos. Es decir, cada vez son más, o cada vez se les nota más esa… esa cosa… ese populismo rancio y cutre.

Pero bueno, del mismo modo que puedo decir que me parece que en Vox hay gente franquista que me merece todo mi rechazo, joder, si digo que hay gente en Bildu, como Mertxe Aizpurua—que es diputado del Congreso y que se le recibe como un interlocutor válido—, que, bajo el seudónimo de «Maite Soroa», ha señalado a gente para que le pusieran un bombazo… Pues esto: parece que soy de derechas si digo una cosa, o soy de izquierdas si digo otra, no, soy demócrata.

Para empezar, evidentemente, yo condeno todo lo que es el crimen, y defiendo que el monopolio de la violencia lo tenga el Estado. Lógicamente, como mal menor, porque si no lo tiene el Estado, lo tienen las mafias. Y ese monopolio debe estar sujeto a la ley y al Estado de Derecho. No hay más. Y si hay alguien que comete cualquier acto ilegal, aunque sea por defender una causa muy noble, pues por supuesto que debe cumplir una pena.

De todas formas, yo creo que las cosas que digo, de verdad, creo que son un poco de sentido común. Lo que pasa es que, por mi manera de expresarme, parece muy excéntrico… pero de verdad que no digo nada… Siempre que hablo en público o lo que sea, tengo que tener cuidado, porque luego sube el pan, y me sacan un corte, y se hace viral, y no sé cuántos… ¿Qué le vamos a hacer?

Jon Viar en el plató de THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

P.- ¿Y por qué cree que se hace viral?

R.- No tengo ni idea. Yo solo digo lo que pienso, así me va.

P.- Sí, es cierto que me provoca especial repugnancia algo que pasa en el Congreso, a raíz de este tema que se venía estos meses comentando de Vito Quiles o Bertrand Ndongo. Uno puede ser crítico con esta gente, con razones y con argumentos. Pero que salga Mertxe Aizpurua en la tribuna del Congreso a venir a decir lo que es el buen o mal periodismo. Cuando, como usted decía, esta mujer, desde los medios de comunicación, se dedicaba a lo que se dedicaba.

R.- Luego hay un factor que tiene que ver con lo que Guy Debord llama «la sociedad del espectáculo», de la representación. Efectivamente, en los medios de comunicación hay una tendencia a la espectacularización en algunos casos. Es decir, me has mencionado esto que pasa, que tampoco sigo por salud mental, de veras que no sigo mucho la actualidad política.

Entonces veo algo, no sé qué… Ábalos tal… parece una cosa esperpéntica. Lo único, sigo un poco porque leo las columnas de Daniel Gascón, que creo que es el que mejor escribe sobre política en España, pero no sigo muy en el detalle.

Lo que es cierto es que, bueno, gente de estos que has nombrado que a mí no me interesa nada. Efectivamente, lo que he visto alguna vez: van como persiguiendo a la gente por la calle y no sé qué. Circo, no sé. Pero la otra persona, efectivamente, eso es incomparable con ninguno que nombremos.

P.- En el CEU San Pablo, en una jornada llamada «ETA en la ficción», Jon Viar dijo: «Cuando gran parte del electorado progresista de este país piensa que el Partido Popular es menos democrático que Bildu, es que la convivencia en España es imposible». ¿Tiene confianza de que eso algún día pueda recomponerse?

R.- Bueno, yo, en contra de quizá cierta opinión generalizada, sí reivindico el espíritu de la transición democrática. Gracias a la Ley de Amnistía, todos los presos políticos salieron de la cárcel. Mi padre fue uno de los últimos presos políticos en salir de la cárcel en el año 77. Y reivindico el papel de ese Partido Comunista de España que, ya en el año 56, firma ese texto por la reconciliación nacional de los españoles sin hacer ninguna concesión a decir que el 18 de julio del 36 hubo un golpe de Estado militar y se impuso una dictadura, un régimen totalitario —autoritario, diría Stanley Payne, o totalitario, podemos discutir—, un régimen ilegítimo en cualquier caso.

Tampoco idealizo la Segunda República. De hecho, mi padre me contaba, tantos comunistas y socialistas que llevaban tantos años en la cárcel, y no idealizaban la Segunda República. Sabían todos los errores que se habían cometido, el desastre… Los que idealizan la Segunda República es una ideología posterior a los años 60, la del FRAP, que es de donde nace lo que luego surgirá: un partido político en España muy importante, que tiene esa visión: hace una enmienda a la transición democrática, que por supuesto no fue idílica, y fue sangrienta, y hubo cosas terribles.

A mí me parece que la reacción del Partido Comunista después del asesinato de los abogados de Atocha fue admirable. Y defendió el Estado de Derecho y una transición para ser un país imperfecto. Claro, es que la democracia es imperfecta. Lo que es perfecto es el totalitarismo, la dictadura, el horror. A mí hay muchas cosas que no me gustan, claro, pero se hizo en un momento dado tratar de homologarse a un país democrático.

Entonces, estos últimos años —supongo que también a través de la crisis económica y todo eso— hay una enmienda a la transición democrática y a la Constitución, con todos sus fallos. Primero, desde lo que se denomina un poco como heredero del FRAP o de la extrema izquierda. Y después ha venido por la extrema derecha, movimientos que estamos viendo también. Contra la Constitución, etcétera.

Lo que creo es que una cosa son las ideas que uno tenga. Yo no me oculto: yo soy republicano. Me gustaría defender una república centralista, profundizar en el laicismo, en un país laico, no aconfesional. Es decir, toda una serie de cosas, por supuesto. Pero tendré que decir: para conseguir mis objetivos, tendré que defenderlos democráticamente y tener mayoría en los parlamentos. Ni más ni menos. Y se podrá reformar lo que se pueda, y lo que no, pues no.

Ahora, decir —como se ha dicho en algunos sectores—, efectivamente, que esta democracia es una continuación de la dictadura, esto es lo que sostienen algunos. A mí esto me parece que es una basura, nada más. Porque creo que eso es banalizar el horror que fue la dictadura de Franco, también en gran medida.

Luego, pues oye, mira, Juan Pablo Fusi, que es el mayor sabio que yo conozco —junto a Juaristi y a Santos Juliá—, pues Juan Pablo Fusi dice que el problema de España no son las autonomías, son los nacionalismos. Si lo dice Juan Pablo Fusi, ¿quién soy yo para decir lo contrario?

Ahora bien, reivindico ese sentido del significante jacobino, aunque sea como aspiración retórica, no como un fin en sí mismo, sino porque entiendo que es un medio para defender la isonomía, la igualdad… Es decir, la igualdad de derechos y de oportunidades. Que yo sé que hay una parte de la derecha también aquí que detestan la igualdad, o dicen que hay que defender la libertad pero no la igualdad. Y que reniegan de la Revolución Francesa porque les parece un horror. Bueno, pues yo evidentemente estoy en contra de cortar cabezas y estoy en contra de esa sangría que fue, pero no del espíritu de la Revolución Francesa.

«La Iglesia Católica tuvo un papel siniestro en el País Vasco»

P.- Pero, por volver a la pregunta inicial. ¿Es optimista —no sé si a corto o largo plazo— de que en el ámbito progresista de España dejen de ver a Bildu como un aliado más democrático que el Partido Popular?

R.- No soy optimista. Ni pesimista tampoco. Simplemente constato lo que veo, es lo que he denunciado en ocasiones, se blanquea a todo tipo de partidos, digamos, que son separatistas y que en mi opinión son muy reaccionarios y, desde luego, opuestos a los ideales de la izquierda. Se les blanquea desde la izquierda institucional para justificar sus pactos contra la derecha, contra toda la derecha.

Bueno, como no estoy de acuerdo con eso, lo digo. Y ya, cuando encima se blanquea un partido, como tú dices, que es además el brazo político de ETA, pues simplemente lo denuncio. Yo no estoy de acuerdo. No me dedico a esto ni vivo de la política ni pretendo convencer a nadie de nada. Escribo mis obras de teatro, mis ensayos. Y si me sacáis aquí, me preguntáis, os digo. Pero tampoco sé si mi opinión es especialmente relevante ni sirve para nada. Lo mismo que no voy a blanquear el franquismo —como hay una parte también que lo quiere hacer—, tampoco voy a blanquear a ETA ni a nada de esto, evidentemente.

P.- Si se hace viral su opinión, entiendo que es porque hay mucha gente que comparte lo que dice, y que a veces, en el espacio público, no hay muchos artistas o gente de la cultura que lo diga a las claras.

R.- Creo que sí. Es que la gente de la cultura es, como digo, como la gente de la política. Yo creo que es un reflejo de la sociedad. No es como cuando nos dicen: «los políticos», como si fueran extraterrestres. Yo no estoy de acuerdo: los políticos son un reflejo muy, muy fidedigno de lo que es la sociedad. Y, en contra de los discursos populistas —si hay algo que no soporto es el populismo—, estoy a favor de que los políticos estén muy bien pagados, muy bien remunerados. Estoy a favor de eso, de que se haga lo que creo que debe ser, y de que se dediquen los mejores.

Yo no tengo ningún interés en dedicarme a la política. No tengo ninguna vocación de servicio público. Y respecto al mundo de la gente de la cultura, pues hay de todo. Es que también quiero decir que no tenemos por qué obligar a la gente de la cultura a que se posicione sobre nada. Yo lo que pasa es que, bueno, es verdad que como he escrito y he hecho cosas sobre temas como el caso del terrorismo o el caso de los abusos de la Iglesia, es lógico que me preguntéis. Pero entiendo que mucha gente no tiene por qué posicionarse.

P.- Y entiendo lo que dice, y lo comparto. Pero claro, hay mucha gente de la cultura —perdón por generalizar— por ejemplo, que opina sobre lo que está pasando en Gaza: el genocidio, el ataque indiscriminado. Pero igual no opinan de otras cosas, de otros dramas que se han vivido en España.

R.- Cada uno se expresa, opina sobre lo que le parece. Yo, como no soy un todólogo y no soy Ramón Espinar, pues no voy a estar hablando de todos los temas que aparecen en el mundo. Evidentemente, no soy un experto en el conflicto que hay entre Palestina e Israel. He leído siempre a gente que me parecía que me merecía respeto, como David Grossman.

Creo que Netanyahu es un personaje asqueroso, que Hamás es un horror… pero, evidentemente, yo qué sé. O no sé sobre Putin, por ejemplo. Otro tema interesante. Qué curioso: tanta gente de extrema derecha y de extrema izquierda que parece coincidir en que hay que defender a Putin, que les parece un referente, pues no estoy de acuerdo.

Pero tampoco creo que tenga que estar posicionándome sobre cosas de las que no soy un experto. Es verdad que me posiciono más en temas en los que, por desgracia, soy un experto a mi pesar, porque me han tocado y los he contado en películas o tal. Pero bueno, en ese sentido, sí que hay algo de pose. Entiendo lo que dices: gente que se posiciona en los temas siempre pensando que no tiene nada que perder.

P.- A eso iba.

R.- Efectivamente, ya te he entendido. Pero es que eso es humano. Qué te voy a decir, si es que todo el mundo dice chorradas.

P.- Si le digo la palabra «identidad» …

R.- Uf, vaya… Es curioso, cada vez que un político habla de identidad, me llevo la mano a la cartera. ¿Qué es esto de la identidad? ¡Qué pesadez con la identidad! Creo que es el peor de los fanatismos.

Me hace gracia que lo hayas preguntado porque esto que vemos ahora no es solo la identidad de los nacionalismos periféricos. Ahora hablamos de la «identidad cristiana» frente al «gran reemplazamiento» —otro delirio—, o de todo tipo de identidades nacionales, o plurinacionales, o de género, o de no sé qué. Yo creo que es un narcisismo muy estúpido.

No sé qué es la identidad. ¿Qué me quieres decir? ¿Como Dios? ¿Qué es Dios? No sé qué me quieres decir, me parece muy pesado. ¿Cuál es mi identidad? Yo qué sé. Si acaso, algo que te define. Creo, en todo caso, más que tu origen —esta tiranía del origen—, es tu situación socioeconómica y cómo la vives. Y eso es precisamente de lo que menos hablamos.

No hablamos de eso. Hablamos de todo este narcisismo de las identidades. Fíjate, hay un repliegue identitario frente a la catástrofe económica, al capitalismo financiero, etcétera. Está esa tentación de la identidad. A mí me sorprenden estos que se dicen nacionalistas o soberanistas, que hay que reclamar «soberanía» o cuando te hablan del «globalismo», como si fuera un insulto.

Hay también algunos teóricos interesantes —como Diego Fusaro—, pero todo ese punto rojipardo que hablan también de «la cosa identitaria», a mí, es que esto de la identidad… En todo caso, reivindico los ideales de ciudadanía, los valores de la Ilustración. Y, como te decía: el laicismo identitario y el laicismo religioso. Ambos. Y esta es la posición en la que yo me encuentro, así de excéntrica.

P.- ¿Y qué idea, qué ámbito, le da más juego a la hora de hacer sátira?

R.- Es curiosa esta pregunta porque lo hablaba con algunos amigos cineastas —no voy a decir nombres; algunos son muy conocidos—. Y hace un tiempo hablábamos de que nos parecía curioso porque últimamente parecía que la izquierda nos daba más motivos o nos daba más facilidades para la sátira, incluso más que la derecha.

Cuando antes, siempre era más la derecha, o el arquetipo del reaccionario, el que te daba más juego. Y todas las tonterías de esta izquierda oficial —vamos a decir—, pues también dan mucho juego. Precisamente con esta cosa de las identidades.

Pero bueno, ahora también hay una derecha muy loca en el mundo, que ha resurgido como reacción. El trumpismo es una forma de wokismo, de despertar. Solo que es el hombre blanco, heterosexual, de clase baja o lo que sea… Pero es fragmentar la ciudadanía de alguna manera. Y a mí todo esto me parece una pesadez. Ya tengo bastante con el nacionalismo vasco, que me ha resultado el mayor coñazo de mi vida. Y ahora, a ver, tantos identitarios… Pues mira, no sé lo que te voy a decir.

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