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Cultura

Cocaína en España: el secreto mejor guardado

David López Canales se pregunta en su libro, ‘¿Una rayita?’, por qué se consume tanta droga y se habla tan poco de ello

Cocaína en España: el secreto mejor guardado

Un hombre se dispone a esnifar varias rayas de cocaína. | Guillaume Bonnefont (Zuma Press)

España es uno de los países líderes del mundo en consumo de cocaína. España es, asimismo, el país de la Unión Europea donde más personas buscan tratamiento por la cocaína. Doce de cada cien españoles, en la actualidad, confirman haberla probado y, sin embargo, y como dice el escritor y periodista David López Canales, «de la coca solo se habla para pillar y nunca por su nombre, como si nombrándola se invocara una maldición». De hecho, ningún político en España reconoce consumirla ni haberlo hecho. Y estarán conmigo en que evidencias de consumo haberlas, haylas.

La cocaína es la reina de las drogas en España, su consumo es superior al de otras sustancias como las anfetaminas, las metanfetaminas, el éxtasis o la ketamina y, de nuevo, sigue siendo un tabú, «uno de los grandes tabús de las sociedades modernas», afirma López Canales. Ni siquiera se habla para tratar de entender su alto consumo en nuestro país. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué ni siquiera los que la consumen hablan de ella?

Históricamente, España ha sido, junto a Amberes, un puerto de entrada de la cocaína a Europa. Por Galicia ha entrado coca a mansalva. Y este es uno de los argumentos que manejan las autoridades para justificar el consumo en España. Prevalencia, lo llaman. Y va así: «Al ser España zona de entrada, según este argumento, hay más droga y se consume más», afirma David López Canales. Y añade: «Como si la lanzaran los narcotraficantes en bolsitas desde avionetas». Y es que puede que este hecho específico condicione, pero no es suficiente para explicar la realidad. Hay un argumento que echa por el suelo esta teoría. Nos lo cuenta el autor de ¿Una rayita? (Anagrama 2025); «Con las fronteras abiertas, Portugal supone el mismo territorio que España y su consumo de cocaína es diez veces inferior». Y es que es cierto que la mayor disponibilidad condiciona la realidad española, pero la pregunta adecuada sería la siguiente: ¿Se consume más cocaína porque es más fácil conseguirla o se acaba consiguiendo más fácil porque se consume más? Otro dato a sumar a la ecuación y a tener en cuenta: en España la posesión de cocaína no está penalizada, lo que seguro ayuda a su normalización e incide en el alto consumo.

El precio de la cocaína es uno de las más estables que existen. En 1982 el gramo valía 10.000 pesetas y hoy 60 euros. En el 82 el sueldo medio anual era equivalente a 7.500 euros de ahora; hoy día es de 30.000. No ha variado apenas el precio del gramo en 40 años, lo que significa que hoy día cualquiera puede pillar un gramito de vez en cuando. Y eso, a buen seguro, favorece también el consumo. De igual manera favorece el consumo el estilo de vida mediterráneo, que invita al consumo social, gracias a que hacemos más vida de puertas afuera que otros países. Es muy habitual, pues, consumir cocaína como parte del ocio nocturno, en grupo, por diversión, como fuente de placer, como evasión. Y de ahí que su normalización sea un hecho. Lo hace tu vecino, y seguramente también alguna vez tú te has metido una rayita.

El cine ha ayudado históricamente primero a aquella visión glamurosa que teníamos de la cocaína y, en los últimos años, a normalizarla. Antes era algo aspiracional, y aparecía siempre en películas de acción, en sofisticadas escenas de sexo, drogas y rock and roll, o bien en entornos violentos, marginales. Hoy, sin embargo, la percepción social de la cocaína es diferente: antes la consumían artistas o élites exquisitas, era cosa de ricos o nuevos ricos; hoy día el fontanero, tu prima la de Cuenca y el camarero del bar de la esquina la toman. Hoy, en el cine, y en las ficciones, aparece la cocaína en entornos cotidianos, en cualquier vida ordinaria. Dicho de otra manera: si en 1986 las drogas eran el mayor problema del país (para uno de cada tres españoles), hoy la sociedad le ha perdido el miedo, y esto sucede tanto para aquellos que las consumen como los que no. Ha desaparecido la percepción de riesgo que se tenía hace 30 o 40 años. Atrás quedaron aquellas agresivas campañas de «La droga mata». No obstante, sigue imperando la cultura del prohibicionismo, heredada de los Estados Unidos. Una cultura que entiende que, como las drogas son imposibles de controlar, inexorablemente llevarán a la perdición al ser humano. Sin matices, sin grises: la droga es pecado y punto.

Ausencia de debate

Afortunadamente hay una nueva generación en la que sus padres son o han sido consumidores y entienden que el debate es un poco más complejo. De ahí nacen las políticas de la reducción de riesgos, que entienden que no todos los consumidores son adictos (como se creía en la doctrina prohibicionista). Sin embargo, aún se mantiene esa sombra lúgubre que estigmatiza al drogadicto, por lo que la ausencia de visibilidad del consumo explica la implantación silenciosa de un pacato puritanismo, y fomenta que se perpetúe el tabú, al tiempo que provoca la ausencia de un debate público necesario sobre el consumo de drogas.

La producción mundial de cocaína supera las 2.000 toneladas anuales (el doble que hace diez años), pero se sigue sin hablar de ello. Una excepción, en 2022, la revista The Economist abogaba por la legalización de la cocaína e incluso llegó a hacer un llamamiento al entonces presidente Joe Biden para que se lo planteara. Pero una flor no hace jardín.

En esta misma línea, David López Canales opina que «legalizar la cocaína supondría ingresos para el Estado, tanto de nuevos impuestos como por la reducción del gasto (desde los medios al trabajo policial o las cárceles) que suponen la lucha contra el narcotráfico, acabar con las redes criminales que viven de su ilegalidad, aumentar la calidad y los controles sobre el producto y crear una alternativa al prohibicionismo». Ello ayudaría también a una mayor educación sobre las drogas y a que hubiese una mayor conciencia del consumo problemático. Hay un argumento central contra esta propuesta de López Canales que es que «el Estado no puede legalizar un producto con consecuencias tan dañinas para la salud». Y es que «el Estado debe proteger a los ciudadanos y no exponerlos a sustancias que, si se vendieran legalmente, dispararían su consumo», nos cuenta David López Canales. Sin embargo, no tenemos pruebas de que este razonamiento sea válido y, por el momento, es una mera hipótesis.

Lo que es seguro es que el negocio de la droga mueve más de 400.000 millones de euros al año, que es uno de los mejores negocios del mundo y un pilar de los imperios del crimen organizado. Lo que también es seguro es que existen evidencias de que el Homo sapiens consume drogas desde la prehistoria (para usos medicinales, rituales, pero sí, también recreativos). Sucede pues que, como nos dice David López Canales, no podemos desterrar el placer del análisis del debate sobre las drogas, ya que eso sería obviar una clave fundamental para comprender su consumo.

Así las cosas, cómo no considerar que la cocaína hace que uno «se sienta la mejor versión de sí mismo» y que esta es la base de las dinámicas de productividad actuales, que ahora se aplican al ocio y a las relaciones personales y que la felicidad hoy día no parece ser una meta, sino una obligación (y que se nos fuerza a todos constantemente a mostrarnos contentos y radiantes 24/7). En un mundo hiperconectado en el que la dopamina es quien gobierna nuestros instintos y la forma en la que nos vinculamos con los demás parece poco inteligente dejar de lado de un debate serio sobre cuestiones que van más allá del puro acto de consumo, que atañen al modo en el que conformamos nuestras sociedades y que nos definen. Y es que, como dice el propio David López Canales, «no se trata ya de sustancias, ni siquiera de nosotros mismos, como seres individuales, sino de quiénes somos colectivamente, a qué futuro como sociedad aspiramos y cómo contribuye eso al bienestar, a la felicidad o el alivio de la angustia humana».

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