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Cultura

La increíble vida de Tomás Moro, el santo que tuvo el valor de morir por no darle la razón al rey

El cráneo del político y filósofo inglés será exhumado 500 años después de su muerte, para evitar su descomposición

La increíble vida de Tomás Moro, el santo que tuvo el valor de morir por no darle la razón al rey

Tomás Moro.

Inglaterra, año 1534. El todopoderoso rey Enrique VIII, de la dinastía Tudor, gobierna con mano firme un país que no es ajeno a la grave crisis jamás vivida por la Iglesia Católica. La llamada Reforma Protestante tambalea la poderosa Iglesia de Roma que lleva siglos de poder absoluto. A pesar de haber sido la gran responsable de construir en torno a ella una extensa cultura donde florecieron todas las artes como la arquitectura, escultura, pintura, filosofía y literatura, a pesar de haber sido los grandes depositarios de la cultura a través de los monasterios y universidades, una corriente cada vez más mayoritaria eleva las denuncias de corrupción. Venta de indulgencias plenarias, simonía y nepotismo y, lo más grave, una fortísima relajación en las enseñanzas de la propia institución. 

La imprenta, que vivía sus primeros andares, fue el gran escaparate para difundir ideas, unas más fundamentadas que otras y que terminaron con la escisión que hoy perdura. Nacía el protestantismo que, a su vez, se disgregó en varias confesiones. El primero fue Martín Lutero y a continuación Calvino. Más tarde, de ambas nuevas iglesias surgieron otras, pero estas dos fueron el comienzo del fin de la unidad cristiana. 

Tiempos convulsos, pues, los vividos recién comenzado el XVI. Tanto que la historiografía todavía debate si el comienzo de la Edad Moderna puede estar ahí en lugar de en el descubrimiento de América en 1492 o en la caída de Constantinopla en 1453. Sea como fuere, Europa vivía, en pleno auge del Renacentismo, un resurgir en todos los sentidos. 

Inglaterra, como hemos dicho, no era ajena a este tipo de situaciones. Enrique VIII actuó con mano dura contra lo que se consideraba una herejía pero, en términos coloquiales, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aprovechó el revuelo para provocar él mismo un nuevo cisma y por razones básicamente personales. 

El monarca estaba casado con Catalina de Aragón, la hija de los poderosos hijos de los Reyes Católicos. Un matrimonio hecho siguiendo la excelente e inteligente política matrimonial de Isabel y Fernando pero que, en este caso, no había dado grandes frutos. El matrimonio, a pesar de llevar veinte años, era un fracaso desde el punto de vista de los herederos ya que la reina, a pesar de quedarse embarazada en varias ocasiones, solo había logrado que sobreviviera una hija, María. Aunque sí podría llegar a ser reina, de hecho lo fue (María Tudor), la preferencia del varón sobre la mujer era rotunda.

Este hecho, unido a que el rey se había encaprichado de Ana Bolena, aceleró el deseo de solicitar una nulidad al papa Clemente VII, que se negó rotundamente. Los motivos fueron claros: no había motivo que justificara tal nulidad. Un razonamiento que Enrique VIII refutó alegando el hecho de que su mujer, al haber estado previamente casada con su hermano, el difunto príncipe de Gales, Arturo, y haberse por tanto acostado con él, hacía de su unión, un matrimonio inválido según criterio, efectivamente, de la propia Iglesia. Sin embargo Catalina siempre negó haber consumado dicha unión por ser ella muy joven cuando sucedió y por la fragilidad de la salud de su marido. No sirvió de nada. 

El papa, además, tenía bastante respeto por el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de y el gran dueño y señor de la cristiandad. Viendo Enrique VIII que no se salía con la suya, atajó por la vía del medio y creó su propia iglesia, la Anglicana a través del Acta de Supremacía que creó en 1534 y que todos debieron firmar si no querían morir en la negativa. Dicha acta reconocía al rey de Inglaterra como el cabeza y guía espiritual de la iglesia del país y negando al papa toda autoridad, hecho que le servía para lograr su principal interés: declarar nulo su propio matrimonio y casarse con Ana Bolena. Podría haberla tenido de amante, algo muy habitual en la época, pero se cree que ella no accedió a entregarse hasta pasar por el altar. Muchos vieron en esto una gran astucia que no le serviría de mucho ya que pocos años después terminaría siendo decapitada acusada de traición al rey.

Y es aquí, en toda esta algarabía, donde entra en escena nuestro protagonista: Tomás Moro. Su vida fue tan prolífica como interesante. Primero cartujo, abandonó los hábitos, se casó y estudió leyes, convirtiéndose en abogado pero en otras muchas cosas más. Ha pasado a la historia como una de las figuras más relevantes como filósofo, teólogo, político, escritor… Todo un ejemplo de hombre del Renacimiento con una profunda fe pero también con un marcado anclaje en el humanismo. Autor de uno de los libros más relevantes de la historia, Utopía, logró ser el lord canciller de Enrique VIII. Es decir, acumuló todo el poder al que podía aspirar cualquiera después del monarca.

No fue, sin embargo, un hombre ambicioso ni codicioso y sí, sin embargo, tenía grandes dotes como un fuerte sentido del humor para la época y, especialmente, de la justicia. A pesar de ser la mano derecha del rey y contar con su amistad, puso pie en pared y le dijo que por ahí, por firmar el Acta de Supremacía, no pasaba. Y esto le costó ser condenado a muerte. Fue decapitado y hoy en día es un mártir tanto para la iglesia Católica como para la protestante.

Tomás Moro ha pasado a la historia como una de las personalidades más relevantes por su pensamiento y, muy especialmente, por su tenacidad en la fe. Sabía que importaba mucho más la vida eterna y asumió con profundo estoicismo su condena a muerte que hubiera evitado firmando el Acta de Supremacía. Su enfrentamiento al rey, su negativa a considerar nulo el matrimonio con Catalina y sus constantes negativas a darle la razón en todo al monarca le costaron la vida. Pero, en su fuero interno, él sabía que con ello ganaba plaza para toda la eternidad en el cielo. El día de su ejecución, que afrontó con valentía y serenidad, bromeó con su verdugo al que le hizo un comentario sobre que tuviera cuidado con su barba al cortale la cabeza. 

La cabeza de Moro fue hervida antes de impregnarla de alquitrán para que aguantara sin descomponerse en una pica a la vista de todos para que «aprendieran» la lección. Una vez pasado un tiempo, se enterraban sus restos.

Fue beatificado por León XIII en 1886 y santificado por la iglesia Católica el 19 de mayo de 1935, siendo su santo el 6 de julio, como San Fermín. Juan Pablo II lo proclamó el santo patrón de los políticos por su obra Utopía, por ser una obra fundamental en la historia del pensamiento político de todos los tiempos.

Su cuerpo está enterrado en la Torre de Londres, lugar en el que fue ejecutado, mientras que su cabeza está en la Iglesia de San Dunstan, Canterbury, lugar de peregrinación y que ahora se plantea exhumarlo para poder darle una mejor conservación. Al no haber sido sellada la tumba, la humedad lo está deteriorando. Su cabeza, esa que tanto pensó, será próximamente motivo de nuevas peregrinaciones, una vez se exhume y se trate para su mejor conservación.

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