Fascinación por las experiencias cercanas a la muerte
El 50 aniversario del ‘Vida después de la vida’ de Raymond Moody coincide con una explosión de libros sobre el tema

Un enfermo es atendido en una unidad de cuidados intensivos. | Guillaume Bonnefont (Zuma Press)
«Pienso en la muerte». Así comienza Tu enfermedad será mi maestro, del chileno Cristian Geisse, que la serie Mapa de las lenguas de Random House recupera hábilmente en un momento propicio. La etapa terminal de su madre dirige la mirada del autor por las breves grietas que se abren en la frontera con lo Otro. Su indagación no parte de presupuestos teológicos o mitológicos, sino de las experiencias concretas de quienes han transitado ese espacio y han podido volver. Geisse lo hace desde una óptica peculiar, muy literaria, aún por desarrollar, a la cola de un movimiento que sigue los pasos del libro fundacional de todo un género, el de las experiencias cercanas a la muerte (ECM).
En 1975, el doctor Raymond Moody irrumpió en el mercado editorial con Vida después de la vida (Edaf), un estudio a partir de entrevistas de 150 personas que habían vivido alguna ECM. Pese a las diferencias culturales y temporales, presentaban rasgos sorprendentemente comunes: abrumadora sensación de paz y bienestar; sensaciones de estar fuera del cuerpo físico y de flotar a la deriva o a través de la oscuridad, a veces descrita como un túnel; conciencia de una luz dorada; encuentro, y a veces comunicación, con un «ser de luz»; rápida sucesión de imágenes visuales del propio pasado; experiencia de otro mundo de gran belleza. Cada uno de los sujetos, normalmente en situaciones de muerte cerebral por enfermedades o accidentes, habían pasado por uno o varios de estos elementos en sus historias. Todos insistían en que era demasiado real para ser un sueño. A todos los marcó profundamente.
Aunque objeto de numerosas críticas desde el ámbito científico, la metodología del estudio era inequívocamente académica. Moody no era un charlatán new age: doctor en Filosofía por la Universidad de Virginia, cuando descubrió la veta investigadora que marcó su vida se sacó un segundo doctorado, este en Psicología, en la West Georgia College. Su libro vendió millones de copias en todo el mundo. Personajes conocidos comenzaron a relatar en los medios sus propias experiencias. En España, la paradigmática fue la de Antonio Gala, que la definió poéticamente como «una gran sonrisa».
Desde entonces, la tendencia fluctúa en intensidad, pero no desaparece, como a la espera de un tirón definitivo que podría estar cerca por una multitud de factores. Why Do We Keep Writing About Life After Death?, se pregunta la crítica literaria Mary Stachyra en The Atlantic. A este lado del océano, la tendencia parece especialmente madura. En lo que llevamos de 2025 se han publicado libros como Después de la vida (Roca), de Cristina Lázaro; Lo que la muerte me enseñó (Roca), de José Morales del Río; y Reanimación extracorpórea (Destino), de Jordi Riera del Brío. Los tres autores aparecen en la portada con el correspondiente título de doctor.
Pero para analizar lo más interesante de esta hornada quizá sea mejor viajar un poco en el tiempo (algo más que relativo en las ECM, por otra parte). En concreto, un año hacia atrás y un par de meses hacia adelante. En septiembre del año pasado, el (por supuesto) doctor Manuel Sans Segarra publicó Ego y Supraconciencia (Planeta). Tras una destacada carrera médica en el Hospital de Bellvitge, y reconocido por su rigor científico, decidió dedicarse a investigar las ECM y, sobre todo, divulgar sus conclusiones con un lenguaje asequible pero profundo que le ha proporcionado millones de visualizaciones en redes sociales. Sans Segarra va más allá de Moody, en un intento por unir ciencia y espiritualidad para superar el paradigma materialista que, parece evidente, no da ya para más.
Ciencia 2.0
La continuación de ese empeño nos lleva a un futuro cercano: la publicación en octubre de La ciencia del último umbral, de Álex Gómez-Marín. Prologado por Sans Segarra, el autor también aparece, obviamente, como doctor… pero de otro tipo. Lo es en Física Teórica por la Universidad de Barcelona. Director del Laboratorio de Comportamiento de los Organismos en el Instituto de Neurociencias de Alicante, profesor asociado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y director del Pari Center en Italia, su carrera académica iba como un tiro en la dirección más convencional hasta que vivió en primera persona una ECM hace cuatro años. Su largo mano a mano con Sans Segarra en el programa Vida Eterna es un fabuloso anticipo de lo que puede ofrecer este autor aún joven que desafía el paradigma actual de la neurociencia con rigor y claridad, conocimiento y osadía sin frikismos.
Sans Segarra y Gómez-Marín coincidieron en el diagnóstico de una ciencia lista para dar un paso decisivo, con los misterios de la mecánica cuántica con mucho campo por abrir. El segundo lo explicó hundiéndose en los orígenes del problema actual: «Galileo declaró hace cuatro siglos un divorcio forzoso con su inevitable reparto de bienes: el alma humana, para la religión, y el movimiento de los astros y de las cosas en el mundo, para la ciencia. Y ha ido muy bien durante siglos, si la ciencia fuera un proyecto empresarial se podría decir que ha tenido un éxito brutal en lo material. Hace siglo y pico llegó la psicología para estudiar la psique, palabra griega para el alma, la mente, la consciencia… pero se centró en el conductismo, porque la conquista es algo que se deja medir, matematizar. Hasta que en los años 90 del pasado siglo (y tres décadas en ciencia no es nada), el Premio Nobel Francis Crick le dio algo así como la bendición papal al estudio científico de la consciencia en los laboratorios ortodoxos». En esa corriente aún en estado embrionario se incardina él: «Estoy tratando de explorar una ciencia 2.0».
Desde ahí, las ECM se presentan como algo parecido a un precioso combustible para acelerar la exploración. Pero Gómez-Marín insiste en que hay que entender que necesitamos un motor distinto. «La tentación es hacer un escáner cerebral para entender las ECM, pero quienes caen en ella no se dan cuenta de que lo realmente importante es la historia que cuenta el paciente. Una podría ser una anécdota, incluso diez, pero mil… Mil historias contadas por pacientes que no se conoce a gente muy bien formada, eso ya son datos científicos. La experiencia humana es nuestro dato científico, nuestro material de trabajo, no solo el receptor cerebral, el circuito cerebral, la resonancia… Que también son importantes, pero como herramientas secundarias».
Especies narrativas
Cuando nos mandaban diseccionarla en el laboratorio del colegio, querían enseñarnos «cómo era» la rana mirando sus partes. Pero la rana es un ser que salta, croa, se reproduce… Algo complicado de analizar cuando la tenemos destripada sobre nuestro pupitre. «Soñamos narrativamente, imaginamos narrativamente, recordamos, anticipamos, esperamos, desesperamos, creemos, dudamos, planeamos, revisamos criticamos, construimos, cotilleamos, aprendemos, odiamos y amamos bajos especies narrativas. Para vivir realmente, nos inventamos historias sobre nosotros mismos y sobre los demás, sobre el pasado y el futuro tanto personal como social». Barbara Hardy sostiene en Towards a Poetics of Fiction que la narrativa es un «acto mental primario». El movimiento que buscan científicos 2.0 como Gómez-Marín necesita que los narradores arrimen el hombro.
«Pienso en la muerte». La primera frase de Tu enfermedad será mi maestro tiene una fuerza que no puede igualar ninguna de las interesantísimas disquisiciones de Sans Segarra o Gómez-Marín. El marketing de la editorial subraya la síntesis de ficción y ensayo, la originalidad, el notable estilo literario del autor. Todo cierto. El vuelo narrativo, sin embargo, queda corto, y no solo por las poco más de 150 páginas, sino por la estructura demasiado anárquica, la fragmentación de las fuentes o el excesivo apego a la figura de Oliver Sack, muy interesante pero bastante limitadora.
En cualquier caso, resulta estimulante la sensación de apertura de una nueva vía. «Desde hace tiempo que estoy intentando profundizar en la relación entre literatura y ciencia». La dirección, a través de la exploración del territorio que anticipa la enfermedad de su madre, parece la correcta. De momento, los pasos son vacilantes, como los de un niño pequeño, temeroso de la vertiginosa distancia del suelo cuando se atreve a asentarse sobre sus dos pies.