The Objective
Cultura

Coordinadoras de intimidad, narcisismos y patochadas: así va el cine en España

Óscar Aibar desnuda las intimidades del cine con una novela, ‘El baile fantasma’, sobre rodajes, egos y traumas

Coordinadoras de intimidad, narcisismos y patochadas: así va el cine en España

Detalle de la portada de 'El baile fantasma'. | Pepitas de Calabaza

Estoy convencido de que Óscar Aibar (Barcelona, 1967) llevaba mascando la historia detrás de su novela El baile fantasma (Pepitas de Calabaza) mucho antes de que aterrizara en España la serie The Studio, de Seth Rogers. La casualidad, sin embargo, ha querido que el revelado de los entresijos de la industria cinematográfica se esté convirtiendo en moda. Ahora que ya conocemos la peli —y los documentales resultan plomizos y ventajistas—, ¿qué mejor que una ficción con descarados salpicones de realidad acerca de las bambalinas del audiovisual? Es una fórmula vieja y muy versátil. Aunque el público disfrute con la magia, antes o después siempre se excita al conocer el truco. Y es que La Industria (en mayúsculas, claro) es un circo detrás de las cámaras que no deja de actualizarse. También en las humildades patrias.

Se podría decir que la novela de Aibar goza de dos partes. Y no me refiero con esto a las dos líneas temporales, sobre las que bailan la narración y los recuerdos de la protagonista, muy centrados en los pormenores de su trabajo. Julia es coordinadora de intimidad: esa labor que ha asomado el hocico desde hace poco más de un lustro en España, y que consiste en asegurar el bienestar y la comodidad de los actores que participan en escenas de sexo u otras escenas íntimas. Una faena que, tradicionalmente, estaba a cargo de la dirección pero que, en aras de esta creciente fragmentación donde la especificidad hace las delicias de los oportunistas, se ha convertido en una profesión de pronto imprescindible.

Pero volviendo a esa dualidad de la obra que mencionaba, El baile fantasma parece dividirse entre las ficciones extraídas de la versátil mente de Aibar y hechos reales. Peripecias, nudos y desenlaces con los que el lector bucea en las profundidades existenciales de la protagonista, que justifican, en cierta forma, la posibilidad de desnudar el cúmulo parasitario de soplapolleces de una industria con tendencia a la perversión. Y es que el cine, o la televisión, aún hoy son el manjar predilecto de las masas enfervorizadas, captando su atención igual que una gran fuente de luz antimosquitos. Una presión que un sistema exhibicionista y de moral pornográfica solo puede engordar, aumentando los sinsentidos, los esnobismos y el narcisismo mejor armado.

Un animal de rodaje

Así, a pesar de que la obra de Aibar resulte corta (152 páginas) y escrita con ese laconismo gringo tan cansinamente a la moda —si bien más coherente aquí tratándose su autor de un guionista—, nos permite rescatar una imagen nítida de lo que supone ser, como se define a la protagonista, un «animal de rodaje». Una persona que se las ve con hipocresías y burocracias victimistas, dicho secamente: insoportables.

Las opiniones inconsecuentes brotan como la mala hierba en las páginas de El baile fantasma. Lejos de las problemáticas derivadas de la labor de Julia, que es usada por unos y por otros como arma arrojadiza, nos topamos con especímenes que se ponen globos de silicona en las nalgas en un caro exorcismo contra la vejez; con guionistas ególatras y arribistas buscando el aplauso fácil, más basado en algarabías pijoprogres que en verdadero talento; o con ecomanagers que dan la brasa por el uso de vasos de plástico, mientras los actores protagonistas gozan de vivir a todo tren con contadores de calorías, pero no de emisiones. El sinsentido se extiende si se menciona al yogui cantamañanas siamés (metafóricamente hablando) de la actriz principal de la serie en la que trabaja Julia, o a Olga, la directora lamebotas, plegada a los intereses de la productora.

Muertos por dentro

Aibar, quien conoce las entrañas de la profesión, no parece escribir por escribir. En especial cuando aborda las idiosincrasias de esta y su evolución. Basta decir que los recuerdos de Julia la llevan a su primer rodaje, cuarenta años atrás; una experiencia traumática por razones que no destriparé pero que sirve al autor de puente con el presente. Y así, mientras en la actualidad —ficticia y ¿real?— los actores viven al son de los seguidores en redes, quedando su contratación reducida a la fama en ellas, en el pasado se vivía de nepotismos, glorias venidas a menos o serendipias que te colocaban en el lugar y momento adecuados. El pasado del audiovisual, en la novela de Aibar, vive en pagos semanales, densos nubarrones de nicotina, grandes estrellas alcoholizadas y una apuesta a todo o nada por parte de pequeños productores que convierten los sets en agrupaciones familiares nómadas. Mientras, el presente se llena de incógnitas, pormenores ideológicos, represiones, huele a Don Limpio, sabe a agua de pepino, meditación, Orfidales y vive un palpable progreso técnico.

En las primeras páginas de la novela, Óscar Aibar nos narra una anécdota (con un sentido evidente durante la trama) en la que Búfalo Bill y Toro Sentado hablan de las fotografías. Para Toro Sentado, las fotografías «te arrancan el alma». Búfalo Bill le contesta que, si así fuera, «todos estaríamos muertos por dentro». A lo que Toro Sentado asiente, con un dolor que cabe imaginar impregnando su rostro, y recalcando: «Eso es. Muertos por dentro».

La violencia del pasado

No sé si para Aibar la adicción por ver nuestra imagen constantemente inmortalizada, gracias a sistemas que permiten almacenar una infinidad de esos pedacitos de alma que preocupaban a Toro Sentado, es una de las claves de por qué las esperanzas de una profesión antaño misteriosa se han ido deshaciendo. Tal vez esta «novela de rodaje» sea el filtro renovado de antiguas revelaciones como las de Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses (1952), que ya nos avecinaban la muerte de la mística y el ocaso de las magnificencias en el séptimo arte. Como decía Norma Desmond, la actriz de cine mudo a la cabeza de la película de Wilder: «Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas». 

De El baile fantasma, de Óscar Aibar, sale uno con una sensación similar a esa frase.  Como si debajo de la historia, el humor y su pulso, se destilara la violencia del pasado, bien sea este bueno o malo, al que jamás se puede regresar, ni tampoco renunciar a él.

Publicidad