El abismo de la técnica
«Heidegger era el innombrable, a pesar de que nadie como él había sabido abordar el abismo de la técnica»

Martin Heidegger.
París era una fiesta filosófica. Los filósofos estaban cansados de jugar a los dados como hacían los de La Sorbona, y querían jugar a los bolos y demoler estructuras, como hacían los de Vincennes. En el pensamiento de la Rive Gauche resplandecía un concepto del siglo XVIII al que Foucault le había dado una nueva vida: el concepto tecnología, que no hacía referencia al conjunto de dispositivos y las máquinas sino al saber que las concebía y las manejaba: un planteamiento totalmente heideggeriano. Por aquel entonces se estaba produciendo, en el pensamiento francés de nuevo cuño, un giro radical en la forma de pensar la técnica. Hasta entonces la crítica a la técnica, a la producción, a las grandes estructuras tecnológicas era de inspiración marxista, pero a partir de entonces la orientación empezó a ser heideggeriana. Para Heidegger la esencia de la técnica es la capacidad humana para verlo todo como energía almacenable, como fondo disponible y como recurso manejable. Ves un río y te olvidas del agua y sólo piensas en la cantidad de energía que producen sus presas, miras un bosque y ves madera en potencia. Las cosas no se muestren como son, sino como elementos útiles, predecibles, calculables. Heidegger ve esa fase de convertir el mundo en materia utilizable y almacenable como una iluminación, más bien pavorosa, que provoca ceguera y que ubica al hombre como un depredador y un escamoteador del ser, porque la madera no te deja ver el ser del árbol, y la presa no te deja ver el ser del agua, y compruebas que hasta los hombres y mujeres son definidos como recursos humanos, como materia disponible. La técnica puede ocultar, con su dialéctica pragmática y cruel, el ser del mundo y nuestro propio ser, y hasta los puede hacer desaparecer en laberintos como los que ahora estamos creando en internet.
Tengo la impresión de que todos mis maestros de París, los incluidos en la French Theory, hicieron una crítica a la técnica de naturaleza heideggeriana más que marxista, pero entonces no lo sabíamos porque nadie, jamás, en ningún momento y en ninguna circunstancia, citaba a Heidegger: era el gran omitido, y hasta a Sartre le costaba hablar de él. Foucault adopta ciertas categorías ontológicas y metodológicas de Heidegger, especialmente en su visión de la técnica como una forma de configuración del mundo y del sujeto, mientras que se aleja del marco marxista tradicional, centrado en la economía política y la ideología. De hecho creo que utilizó el ampuloso concepto de «tecnología» en lugar del más preciso de «técnica» para que no lo relacionasen con Heidegger. Ahora mismo, tengo la certeza de que Heidegger inspiró el fondo de su filosofía, su misma sustancia, además de toda su teoría sobre las tecnologías del saber, del placer y de la vida. Y ya no digamos Derrida. Es el discípulo más directo que ha tenido Heidegger, pero no exactamente en filosofía, pues Derrida pensaba que había que abandonar el problema del ser, en las antípodas de lo que quería Heidegger. Pero en todo lo demás lo siguió de forma tan fiel como radical.
Sí, todos eran heideggerianos y yo en la inopia. Hasta Deleuze tenía ramalazos heideggerianos, si bien los ocultaba con extremo cuidado para no decepcionar a la afición. Normal que omitieran a Heidegger, no parecía el mejor filósofo en tiempos de la contracultura y la neocontracultura. Ignorábamos que en realidad era un místico del que bebían todos, independientemente de su ideología, pero al mismo tiempo nadie pronunciaba su nombre: Heidegger era el innombrable, a pesar de que nadie como él había sabido abordar el abismo de la técnica.
La técnica, su esencia, su ideología convierten la tierra en almacén de recursos y mercancías, reales o posibles, más que en la morada resplandeciente de la vida. Nos priva de acceder al ser profundo de las cosas, y a las profundidades de nuestro propio ser. Y en la medida en la que el ser, el Dasein, está fundido a la vida (y hasta sería la vida misma según Ortega), cruzar el puente soñado por el transhumanismo y pasar de una vida biológica a una vida digital, implicaría que la técnica nos habría sorbido por completo, y habríamos desaparecido en ella como temía Heidegger. Eso sería para él el abismo: el olvido completo del ser, o su inmersión definitiva en algo parecido a un océano tecnológico. No habría vida, no habría existencia, pero sí que habría técnica y tecnología. Toda una pesadilla filosófica.