The Objective
Cultura

Adiós para siempre a los Crawley: 'Downton Abbey' llega a su fin

Una de las series más aclamadas de los últimos tiempos estrena este viernes su tercera y última entrega

Adiós para siempre a los Crawley: ‘Downton Abbey’ llega a su fin

Imagen promocional de la película.

Los amantes de las historias de los aristócratas británicos están de enhorabuena. O no, según cómo se mire, ya que este viernes se da carpetazo final a la historia de la familia Crawley en Downton Abbey: El gran final. Una de las series más aclamadas de los últimos tiempos estrena este viernes en cines la tercera y última película de las que vinieron después de sus exitosas temporadas.

En todos estos años ha habido lugar a todo tipo de críticas sobre la serie que lleva el inconfundible sello de su creador, Julian Fellowes, probablemente el cineasta que mejor sabe plasmar a la alta aristocracia no solo británica sino también norteamericana, porque su firma está también en La edad dorada, otra producción que va camino de convertirse en un clásico.

Las malas han sido por haber blanqueado una relación entre señores y servicio que, dicen, no es realista, por cuanto jamás fueron así las cosas. Esto se sujeta con pinzas. Para dar por válida esta afirmación habría que analizar casa por casa señorial de los últimos 300 años de la historia del Reino Unido. Tamaña gesta de investigación no se ha dado, que se sepa. Sí que es verdad que la serie adolece de una narrativa quizás exagerada en la bondad de los señores con respecto a sus criados, pero, ¿quién sabe? Las personas buenas también existen y, si es en la ficción, la libertad es total.

Al margen de las magníficas interpretaciones de todos y cada uno de los actores y actrices, de la trama, el vestuario y las localizaciones, hay algo verdaderamente interesante en esta producción: su relato histórico. La serie arranca el año del hundimiento del Titanic, en 1912. De hecho, el primer capítulo habla de cómo la familia Crawley se queda sin su heredero varón —un pariente lejano— al fallecer este en el accidente naviero. Y ahí ya se explica de forma clara cómo funciona la ley británica (¡vigente hasta 2021!) sobre la herencia en las familias nobiliarias, que, a diferencia de las españolas, no permitía heredar a las mujeres ni el título de sus padres ni el patrimonio asociado a este. Una desigualdad que ponía en un serio aprieto a la familia de la serie, ya que tenía tres hijas.

A través de las tramas, tanto de la familia noble como de la de sus criados, se pergeña de una manera muy clara cómo era el mundo anterior a la Gran Guerra —es decir, antes de 1914— y cómo después de esta todo cambió, incluida la forma de vivir de las grandes casas británicas.

Un nuevo mundo económico

Aunque la historiografía sitúa el cambio de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea en 1789, con la Revolución Francesa, lo cierto es que los cambios que se dieron tras la Primera Guerra Mundial en la sociedad fueron espectaculares. El mundo directamente cambió. No había más remedio. Una revolución industrial totalmente en marcha, la caída de los zares de Rusia, el crecimiento imparable del comunismo y del socialismo, y una participación de la sociedad civil cada vez más frecuente en la vida política fueron las claves de que el mundo aristocrático empezara ahí a perder casi todas sus prebendas.

A finales del XIX la palabra de un conde era casi «ley». En esa misma época, que un noble trabajase o se dedicase a tener negocios era visto como una excentricidad, de ahí en parte que casi todas las grandes casas se arruinaran. Comenzó a ser insostenible tener treinta criados y vivir del dinero que aportaban los arrendatarios sin más ingresos que eso y lo que las tierras pudieran dar. Los jóvenes empezaron un imparable éxodo del campo a las ciudades y se comenzó a preferir el trabajo en las fábricas frente al doméstico. Un mundo nuevo que la serie refleja con gran soltura.

Las mujeres, nuevas protagonistas

Si las mujeres nobles carecían de derechos frente a la sucesión (el mayorazgo) de los títulos nobiliarios y el patrimonio, las de clase baja —no existía apenas la clase media— lo tenían todavía peor. El acceso al estudio, si bien era ya un derecho desde 1870 con la Elementary Education Act, no se materializó de forma efectiva. Las mujeres de clase baja apenas hacían los primeros cursos que les enseñaban lo básico —leer y escribir— y poco más, y las nobles estudiaban en sus casas.

En 1913 se calcula que solo el 23% de los universitarios eran mujeres. Un dato alto, sin embargo, si tenemos en cuenta que no tenían ni derecho al voto. El sufragio femenino pleno —en igualdad de condiciones con los hombres— no se alcanzó hasta 1928, con el Representation of the People (Equal Franchise) Act, que bajó la edad mínima de voto femenino a 21 años y eliminó las restricciones económicas.

Todas estas cuestiones se tratan en la serie en ambos niveles (clase alta y baja) de una forma muy interesante, porque tanto en una como en la otra hay mujeres que aspiran a estudiar y otras que no tienen el mínimo interés en que su mundo cambie. Así vemos, por ejemplo, a la menor de las hijas de los condes estudiar enfermería, o a una de las ayudantes de cocina aprendiendo historia a distancia para poder prosperar en un futuro. También el ejemplo contrario: la hija mayor, más apegada a sus privilegios y más pendiente de lograr un buen matrimonio que de ser una mujer «instruida o leída».

La virginidad, «precioso» tesoro

Enlazando con el epígrafe anterior, el tema de la honra de la mujer —es decir, mantenerse virgen hasta el matrimonio— es algo que afecta a todas las clases sociales. Incluso se podría decir que era un requerimiento mayor para las de clase alta. Sin hacer spoiler, por si todavía a estas alturas hay alguien que no haya visto la serie, una de las hijas del conde tiene al comienzo de la primera temporada un «percance» que la hace dejar de ser «doncella». Esto compromete —y mucho— sus posibilidades de hacer un buen matrimonio en caso de ser descubierta.

Aquella era una sociedad que, si bien carecía de medios de comunicación como ahora, el círculo de la nobleza era tan reducido que los cotilleos estaban a la orden del día. Bastaba un mal comentario, con una sospecha más o menos fundada, para arruinar para siempre la reputación de una mujer. Por supuesto, al hombre esto ni lo rozaba: tenía vía libre para hacer su vida soltero e incluso casado, eso sí, con disimulo.

Europa tras la Primera Guerra Mundial

En España la conocemos como la Primera, aunque en buena parte de Europa se la conoce como la Gran Guerra. Y eso que no fue nada comparada con la Segunda Guerra Mundial. Pero sus consecuencias a nivel político, social y económico fueron tan grandes que, en Historia, se estudia como uno de los grandes fenómenos de cambio que vivió Europa (y Estados Unidos). Ya nada volvió a ser lo mismo: un mundo que se moría, el de la aristocracia, frente a otro que emergía potente, el de las clases medias aupadas por la revolución industrial y la bolsa; en definitiva, el gran cambio económico basado en la meritocracia y no en los apellidos. Si hasta ese momento el Reino Unido influía en Estados Unidos, la tortilla se daba la vuelta.

La pérdida de poder el Imperio Británico

Si somos rigurosos con las fechas, esta no se produjo hasta décadas más tarde; de hecho, Isabel II fue la primera monarca británica que ya no fue emperatriz de la India. Pero las cosas comenzaron a tornarse en este momento, porque en la historia nada sucede de un día para otro. El American Way of Life nace aquí, en este momento. Si para un noble británico trabajar seguía siendo algo poco menos que ordinario, en el otro lado del Atlántico se forjaban las grandes familias multimillonarias. No en vano —y aunque ya llevaba un tiempo haciéndose— fue entonces cuando comenzó a proliferar un tipo de unión matrimonial que es todavía un clásico: unir en matrimonio a alguien sin pedigrí pero con muchísimo dinero con alguien con doscientos apellidos pero sin un real.

Traca final sin Maggie Smith

Prácticamente toda la crítica coincidió en que uno de los personajes de mayor peso específico de la serie y de las películas fue la condesa viuda de Grantham, interpretada magistralmente por Maggie Smith, y que ya no está en esta última entrega porque falleció el año pasado. Su personaje quizás sea el más querido porque su mordaz forma de ser y expresarse, así como lo que piensa, refleja mejor que nada qué era la alta aristocracia británica. Siempre se dice que los franceses pecan de chauvinismo, pero eso es porque olvidan mencionar a los nobles británicos: una especie única y exclusiva, unida incluso por un mismo acento, una forma de hablar que define su cuna, formación y pertenencia. Si no sabe qué acento es, busque un vídeo de Isabel II hablando. O de sus nietos, Harry y William. O incluso de Kate Middleton, que, si bien no lo aprendió de pequeña, ahora lo tiene absolutamente dominado.

Publicidad