The Objective
Ilustres olvidados

José de Acosta, el naturalista que descubrió la corriente de Humboldt… 215 años antes que él

Este jesuita, evangelizador incansable, se adelantó también a las teorías de Darwin

José de Acosta, el naturalista que descubrió la corriente de Humboldt… 215 años antes que él

José de Acosta.

La Ilustración es hoy considerada por muchos como el periodo donde más altas cotas de pensamiento se han alcanzado en la historia. Signo de ello es que seguimos usando el término «ilustrado» para definir a una persona especialmente cultivada. Los ilustrados, en efecto, defendían por encima de todo la razón, privilegiando la observación empírica como fuente de conocimiento. Y a este planteamiento le añadían —dicho sea de paso— una no despreciable pátina anticlerical.

Es por esto último que conviene recordar a un personaje de nuestra historia que, pese a vivir 200 años antes y ser jesuita, se adelantó a dos de los grandes paladines de la Ilustración, Alexander von Humboldt y Charles Darwin. Nos referimos a José de Acosta.

Cristóbal Colón descubrió América; Hernán Cortés, Francisco de Pizarro y muchos otros la conquistaron; pero son innumerables quienes la exploraron, la habitaron y construyeron una sociedad fruto del crisol entre Occidente y el Nuevo Mundo. En la nómina de estos últimos, destaca con luz propia José de Acosta y de Porres, un polifacético personaje que contribuyó a dar a conocer la recién descubierta América y a civilizarla.

Una cabeza privilegiada

Acosta nació en Medina del Campo en el año 1540, en una familia acomodada pero no de origen noble, ya que su padre era comerciante. Sin embargo, la numerosa prole del matrimonio no continuó los negocios de su padre: de los nueve hijos, siete escogieron la vida monástica o ingresaron en la Compañía de Jesús. Uno de ellos fue el propio José, que se hizo jesuita con solo 12 años. Ya desde esa tierna edad el joven mostró sus buenas aptitudes para el estudio y para el latín, hasta el punto de que en sus años de adolescencia escribe algunos autos sacramentales. Ante su talento, sus superiores le envían a varios colegios en Castilla y Portugal para impartir clases.

Pero en José de Acosta no solo latía un corazón humanista y letrado, sino también el impulso misionero. Es por eso que, tras completar sus estudios, ordenarse sacerdote y un breve paso por Roma, es destinado a las incipientes misiones jesuitas en el Nuevo Mundo. Así, Acosta llega al Perú en 1572. Allí, recorre varias misiones y ciudades, y es el primer europeo en describir por escrito lo que los incas llamaban el «soroche», es decir, lo que hoy conocemos como el mal de altura.

Naturalista y evangelizador incansable

En América, Acosta da rienda suelta a una de sus inclinaciones más marcadas, la de naturalista. Es así como empieza a poner por escrito sus observaciones de la realidad americana, desde su flora y fauna hasta su geografía, pasando por las costumbres de los indígenas. Esas páginas irán tomando forma con los años hasta conformar su gran obra, la Historia natural y moral de las Indias.

Paralelamente, Acosta se convierte en uno de los primeros espadas de la enseñanza y la predicación de los jesuitas en el Perú. De esta forma, el sacerdote vallisoletano da clases como catedrático en la Universidad de San Marcos —la primera de América, fundada un par de décadas antes por Tomás de San Martín—. Además, la Inquisición le reclama como consultor. Por último, es nombrado provincial de los jesuitas en el Perú, máxima autoridad de la orden en la región. Durante su mandato, aplicó un estilo evangelizador en el que los indígenas fueran protagonistas, incorporando varios sacerdotes locales y fundando un colegio especialmente dirigido a criollos.

Durante los casi veinte años que pasó en América, a los que se suman otra década más de vuelta en la España peninsular, Acosta fue una de las figuras más influyentes en la pujante Compañía de Jesús. Eso le hizo acreedor de la confianza del rey Felipe II y hasta del Papa. Esa actividad político-religiosa la compaginó con una vida docente y de escritos como teólogo.

Descubridor y precursor de la evolución

Pero, más que por su faceta sacerdotal, si por algo ha pasado a la historia José de Acosta es por su vena naturalista. Ya hemos hablado de la extensa descripción que el jesuita hace de América en su Historia natural y moral de las Indias, nada menos que en siete volúmenes. En esa obra, Acosta hace al menos dos contribuciones fundamentales. La primera es la de documentar por primera vez una corriente marina de agua fría presente en la costa pacífica de Sudamérica que tiene gran influencia en el clima del continente. El famoso geógrafo y explorador prusiano Alexander von Humboldt popularizó el descubrimiento más de 200 años después, hasta el punto de que todavía hoy seguimos llamándola corriente de Humboldt, pero el hallazgo fue enteramente de Acosta.

Por otra parte, el jesuita español también se anticipó en cierta forma al biólogo Charles Darwin, al observar que las especies animales y vegetales de América presentaban semejanzas con las europeas, lo que podía explicarse por modificaciones a lo largo del tiempo. Vamos, por la evolución.

Las aportaciones de Acosta, sin embargo, se quedaron cogiendo polvo en el cajón de la historia hasta que otros llegaron a ponerse sus medallas. El motivo seguramente tuvo que ver con un rechazo a la idea de que razón y fe pudiesen ir de la mano. Acosta es un paradigma vivo de la falsedad de esta idea.

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