Héroes de la Guerra Civil (I) | Antonio Escobar, un general católico y 'rojo' fusilado por Franco
Este militar, padre de un falangista y de una monja, se mantuvo leal al Gobierno de Azaña al estallar la Guerra Civil

Antonio Escobar.
En pleno cincuenta aniversario de la muerte de Franco, no son pocas las voces que desde distintos ámbitos tratan hoy de presentarnos la Guerra Civil como un maniqueo enfrentamiento entre los benditos rojos y los malvados azules. Evidentemente, las causas y el propio desarrollo del conflicto fueron infinitamente más complejos que eso, sobre todo porque —al margen de los políticos y de una minoría ciudadana muy radicalizada— la Guerra Civil fue ante todo una contienda fratricida que atropelló a millones de españoles, encajándoles a culatazos en dos trincheras contrarias.
Por eso, por la memoria interesada que algunos —con el Gobierno a la cabeza— pretenden imponernos, hoy en Ilustres olvidados comenzamos una serie de episodios dedicados a personajes aparentemente contradictorios de la Guerra Civil, perfiles que no encajan en los polarizados relatos de hunos y hotros, por usar la expresión de Unamuno. Figuras que, en medio de la barbarie, rechazaron a los monstruos en favor de la razón y que hasta llegaron a arriesgar la vida por el teórico enemigo. Porque la famosa tercera España no fue solo la de personalidades como el propio Unamuno, Manuel Chaves Nogales, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón o Julián Besteiro, sino que el grueso de sus filas estuvo compuesto por hombres y mujeres anónimos.
Así, esta semana, comenzamos con un general republicano con un hijo falangista; un militar abiertamente católico, pero que fue fusilado por los sublevados. En otras palabras, un hombre de principios atrapado entre dos bandos que no pagaban a supuestos traidores. Su nombre, Antonio Escobar.
Nos situamos en 1879. Ese año, Thomas Edison hace su primera demostración pública de la bombilla, se descubren las cuevas de Altamira y Pablo Iglesias funda el Partido Socialista. En la ciudad autónoma de Ceuta, nace Antonio Escobar Huertas, en una familia de tradición militar. Su padre, comandante de infantería, muere en la guerra de Cuba cuando el pequeño Antonio era todavía un niño. El joven sigue los pasos de su progenitor y a los diecisiete años empieza su carrera militar, concretamente en la Guardia Civil, una trayectoria que le lleva por varios destinos en la Comunidad Valenciana, las dos Castillas, Aragón, Madrid y Cataluña.
Estalla la Guerra Civil
Es en Barcelona, habiendo alcanzado el rango de coronel, donde le sorprende el inicio de la Guerra Civil. La capital catalana fue escenario de combates y Escobar se mantuvo leal al Gobierno republicano. Así, el 18 de julio, el coronel ceutí dirigió una columna de hombres hacia la Universidad y la plaza Cataluña. Dos días después, rindió a los últimos sublevados en el convento de los Carmelitas. Su actuación, junto a la de otros oficiales, fue clave para asegurar el control de la ciudad por parte del Gobierno.
Eso sí, desde su condición de ferviente católico, Escobar quedó horrorizado con la matanza que la multitud perpetró en el convento, no solo entre los rebeldes sino también entre los monjes. Esta división entre sus creencias religiosas y su sentido del deber y la lealtad militares le acompañó durante toda la guerra. Por cierto, que el coronel ceutí siempre se mostró en desacuerdo con haber permitido que las milicias anarquistas se armasen durante aquellas primeras horas de la contienda. El tiempo le daría la razón cuando Barcelona y otras zonas de Cataluña se convirtiesen en el escenario de una cruenta guerra civil a pequeña escala entre las distintas facciones izquierdistas.
En la defensa de Madrid
Asentadas las respectivas zonas republicana y sublevada, la guerra derivó en un rápido intento de las tropas nacionales por llegar a Madrid desde el sur. Por su parte, Escobar participó en el esfuerzo de bando gubernamental por detener el avance de los ejércitos de los generales Franco, Yagüe y Varela desde el sur. La columna en la que combatía Escobar fue perdiendo terreno progresivamente hacia la capital, siendo gravemente herido el coronel durante la batalla de Madrid.
Tras ello, fue destinado de vuelta a Barcelona, donde le tocó lidiar con los ya mencionados disturbios de mayo de 1937 entre anarquistas, marxistas y comunistas. Durante aquellos sucesos, volvió a ser herido y —previo permiso de Azaña— viajó al santuario mariano de Lourdes para dar gracias por haber salvado la vida. No hace falta aclarar lo llamativo de que un alto oficial republicano mostrase tan abiertamente su fe en medio del intenso anticlericalismo reinante en el bando gubernamental. Además, cabe subrayar que Escobar pudo haber aprovechado su visita a Francia para escapar de la guerra, pero el ya general se presentó en su puesto unas semanas después.
Su siguiente destino fue la batalla de Brunete, en julio de 1937, la ofensiva con la que el ejército republicano trataba de romper el cerco sublevado sobre Madrid. Fue en aquellos días cuando le llegó la noticia de la muerte de su hijo José, falangista que combatía en el bando contrario y que fue abatido en Belchite.
A continuación, Escobar pasó a comandar un ejército republicano por la zona de Ciudad Real y los montes de Toledo. Tras ello, dirigió una última ofensiva gubernamental en Extremadura y Córdoba. Pero el ataque era a la desesperada y los muchos mandos republicanos, incluido el general ceutí, tenían claro que había que rendirse. Es por eso que Escobar apoyó el golpe de Estado del coronel Casado contra el presidente de la República, Negrín, con intención de acelerar el final de una guerra que ya tenían perdida.
Rendición y fusilamiento
El 26 de marzo de 1939, Escobar rindió sus tropas al general Yagüe en Ciudad Real. Su homólogo franquista se ofreció a facilitarle una salida de España, pero Escobar rehusó: «Me he limitado a cumplir con mi deber. No he hecho nada malo». A esto, Yagüe replicó: «¿Le parece poco el haber perdido una guerra?». Escobar, a su vez, respondió: «Las guerras hay que saber perderlas». La contestación de Yagüe hacía presagiar el peor final: «Pero es que no sé si nosotros sabremos ganarla».
En efecto, unos meses después, Escobar era condenado a muerte. Fueron muchas las voces que pidieron a Franco que le perdonase la vida, incluyendo la de algunos de sus generales y la del arzobispo de Sevilla. A fin de cuentas, Escobar era un católico convencido y hasta tenía una hija monja. Todo fue en vano. El 8 de febrero de 1940, fue fusilado. Él mismo dirigió su ejecución. Murió besando un crucifijo.
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