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Cultura

Pol Morillas y la creciente irrelevancia de Europa

El politólogo y director del Cidob analiza en ‘En el patio de los mayores’ la crisis europea en un contexto mundial hostil

Pol Morillas y la creciente irrelevancia de Europa

El politólogo y director del CIDOB, Pol Morillas. | X

En el patio de los mayores, son estos no solo los que dominan sino los que dictan las reglas. Los otros —en rigor, todos los demás— solo tienen un cometido: obedecer o, por decirlo con más propiedad, someterse. En el patio de los mayores en que se ha convertido la geopolítica global —¿alguna vez en la historia humana fue de otro modo?—, solo tienen derecho a intervenir los que gozan de poder y estatus para ello. La coerción y el despotismo se ejercen en todas direcciones, no ya solo contra los rivales sino también con los aliados. Los ideales de cooperación y respeto mutuo no es que hayan quedado tan solo obsoletos, sino que, en un escalón más bajo, suenan ingenuos.

En el patio de los mayores (editorial Debate) es el título del ensayo que ha publicado recientemente el politólogo Pol Morillas, director del Cidob, un centro de investigación de relaciones internacionales de Barcelona. Su subtítulo precisa la aplicación de ese elocuente enunciado: Europa ante un mundo hostil. Su punto de partida recuerda al de tantos otros ensayos recientes, de procedencia no solo española, sino europea y americana, que muestran un cierto asombro porque el mundo salido —supuestamente liberado— de la angustia de la Guerra Fría, se haya convertido en poco más de un par de décadas en un escenario más sombrío, inestable e inseguro. ¿Qué hicimos mal? O, por poner el dedo en la llaga, ¿perdimos una oportunidad histórica, que no se volverá a repetir?

En el contexto que vivimos, el propio concepto de crisis puede dejar de tener un significado preciso porque parecemos instalados en una crisis permanente. La solución de cualquier enfrentamiento (desde Gaza a Ucrania, pasando por Irán o la rivalidad chino-estadounidense) aparece siempre nimbada de provisionalidad. Pero, más aún, no damos abasto a resolver ninguno de estos problemas sin que surjan otros focos y conflictos, paralelos o anejos. Así, la cuestión del flanco este de la OTAN o la geopolítica del Ártico, con el contencioso de Groenlandia en primer término. Y ello sin contar el volcán africano, que entrará en erupción cualquier día de estos.

Uno de los problemas —no precisamente el menor— de esta situación es que nuestro propio utillaje analítico ha quedado inservible o, cuanto menos, no ayuda a una mejor comprensión de lo que está pasando. La idea de progreso, por ejemplo, que ha constituido el basamento de nuestra ubicación en el mundo desde el siglo ilustrado, se nos ha desplomado de manera estrepitosa, junto con otras categorías y conceptos que pasaban por ser planteamientos incuestionables. A ciegas y a tientas, así vamos. Ponemos parches, no remedios.

El andamiaje de la democracia, tal como la hemos concebido en el último medio siglo, se nos ha venido también abajo, dando paso a unos sistemas híbridos —iliberales— que apuntan más a una concepción autocrática del poder. En este aspecto, como en tantos otros, ya no podemos llamarnos a engaño, porque apenas se disimula. Por no mencionar el desván de la historia al que han ido a parar —al menos en este corto plazo— los checks and balances. Curiosamente, lo único que pervive incólume es lo peor del pasado, nuestros viejos fantasmas: entre ellos, el nacionalismo xenófobo, la limpieza étnica, el populismo y la exclusión.

Un vegetariano entre caníbales

De un confín a otro del globo, por los más diversos motivos —y con más o menos razón— somos o nos sentimos vulnerables, y esa creciente sensación de desamparo genera malestar, inseguridad y refugio en supuestas certezas que terminan siendo manipuladas por toda suerte de demagogos, una especie al alza. De ahí una búsqueda compulsiva de identidad o identidades, para librar los choques y escisiones que han sustituido dentro de cada sociedad las otrora complacientes proclamas de cooperación y solidaridad.

En este espacio conflictivo, los europeos nos sentimos particularmente incómodos, por dos motivos principales: uno, porque los valores de los que hemos hecho gala en los últimos tiempos se cotizan cada vez menos; dos, porque la propia estructura y condición de la Unión Europea la hace especialmente inerme ante las contingencias de este mundo nuevo del siglo XXI. El politólogo Ivan Krastev ha utilizado recientemente en una entrevista una metáfora contundente: Europa, dice el profesor búlgaro, es ahora mismo «el vegetariano invitado a una cena de caníbales».

La memoria de las dos guerras mundiales, que parecía el exorcismo europeo para nuevas catástrofes, se ha revelado al fin y a la postre tan inane como una circular de política agrícola. La fuerza, la extorsión y, en definitiva, la violencia desatada siguen siendo el lenguaje de hoy, como lo fue el de ayer y, según todas las trazas, será el de mañana. Podríamos seguir desgranando elementos constitutivos del actual impasse, pero en el diagnóstico hay consenso, en líneas generales. Parodiando a Ortega podríamos decir que ahora sí sabemos lo que nos pasa, pero no por eso tenemos las soluciones más a mano.

En este punto precisamente es donde radican las limitaciones de un ensayo como el de Pol Morillas. No es culpa suya, en estricto sentido, por supuesto. El carácter divulgativo del libro y su extensión reducida terminan por imponer sus contornos. De este modo, las reflexiones del autor, siempre pertinentes, a menudo agudas, inciden en describir o redibujar un panorama que ya conocemos. Por decirlo en términos simplificados, pero fácilmente entendibles, todos sabemos que Europa ha quedado fuera de juego en la geopolítica actual. No necesitamos que nos lo recuerden, sino arbitrar soluciones urgentes.

Transformación europea

Incluso si, por otro lado, tiramos de ese hilo, seamos serios, no nos hagamos trampas: ¿es ese un problema de hoy? ¿Por qué tanto énfasis en el ahora, cuando se trata de un asunto que venimos arrastrando desde hace más de un siglo y que se puso de relieve en términos brutales con la II Guerra Mundial y su desenlace? La situación actual —Ucrania, Putin, Trump, la defensa europea— no es más que una anécdota o, si se prefiere, un peldaño más en un proceso de desfallecimiento histórico del Viejo Continente, una tendencia tan palpable que constituye desde hace tiempo uno de los tópicos recurrentes de la conciencia crítica europea. Desde esta perspectiva, las alarmas de hoy, entre el presentismo y la incongruencia, o son hipócritas o son cínicas.

Nadie pone en cuestión los pasos positivos dados por Europa en el último medio siglo para superar sus fantasmas seculares, en especial los que han llevado a la constitución de la integración europea. Ahora bien, con la misma sinceridad y hasta crudeza, debemos reconocer que no han sido suficientes para marchar al compás de los acontecimientos. Más bien al contrario, estos últimos han terminado desbordándonos, como se pone de manifiesto en términos dramáticos en nuestros días. La pregunta clave, por tanto, es: ¿existe realmente una voluntad política suficientemente poderosa para revertir o, cuando menos, paliar la irrelevancia europea?

Por decirlo en términos de Pol Morillas, no basta «una reacción coyuntural a las crisis internacionales» como la presente, por más que se tomen medidas extraordinarias. Hace falta mucho más, un salto cualitativo que suponga una transformación integral de la Unión Europea, una superación de las expectativas nacionales en una entidad de nuevo cuño. Todo esto, no nos hagamos ilusiones, es mucho más fácil enunciarlo que llevarlo a buen término.

Ahora bien, volviendo al principio, «para jugar en el patio de los mayores y enfrentarse con garantías a un mundo hostil, la UE necesitará mejores capacidades y dosis más grandes de integración política». O eso o nos vamos al garete. Con todas sus consecuencias, porque en el patio de los mayores no hay sitios para los neutrales ni los débiles. Aunque son cosas que ya sabemos, nunca está de más que nos las repitan, porque hoy por hoy seguimos sin estar por la labor. Si para esa advertencia sirve este ensayo, bienvenido sea.

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