Héroes de la Guerra Civil | El futbolista que evitó que los falangistas fusilasen a un compañero
El jugador del Real Madrid evitó que unos falangistas fusilasen al portero del Racing Francisco Trigo

Juan 'Hilario' Marrero.
La semana pasada, inauguramos una serie de episodios de Ilustres olvidados dedicados a héroes anónimos de la Guerra Civil que no encajan en los relatos propagandísticos de ambos bandos. Lo hicimos hablando de Antonio Escobar, un general de fuertes convicciones católicas y que, sin embargo, se mantuvo leal a la República. Hoy, continuamos esos relatos cambiando a un militar… por un futbolista.
Porque, como es lógico, el conflicto no solo afectó a quienes se batieron en los campos de batalla. Todos los estratos de la sociedad sufrieron las consecuencias de la guerra y el fútbol no fue una excepción. A mediados de los años treinta, lo que hoy llamamos el deporte rey comenzaba a ser ya muy popular, siendo junto a los toros el principal entretenimiento popular. Dado que por aquella época el número de equipos que disputaban la Primera División era menor al actual, la liga 1935-1936 llegó a disputarse por completo. La siguiente temporada, eso sí, quedó paralizada por el estallido de la guerra.
Hilario Marrero, de Canarias al Real Madrid
Uno de los afectados en el ámbito del fútbol fue el jugador del Real Madrid Juan Marrero, más conocido como Hilario. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1905, se inició en las categorías inferiores del C.D. Porteño y del Real Club Victoria. De allí, dio el salto a la España peninsular y a los equipos de élite, al fichar por el Deportivo de La Coruña. Por cierto, se cuenta que tal era el pesar de los canarios al ver marchar a uno de sus más prometedores futbolistas, que la afición rodeó la casa del jugador para impedir que se fuera. La leyenda dice que Hilario se disfrazó de mujer para escapar de su propio domicilio y embarcar rumbo a Galicia.
Tras tres temporadas defendiendo la camiseta blanquiazul del combinado coruñés, el delantero canario fichó por el Real Madrid. Con los blancos, jugó cinco campañas, en las que marcó 32 goles. Todo hasta que la guerra lo interrumpió todo, incluido el fútbol.
El golpe de Estado de los sublevados sorprendió a Hilario en La Coruña. El futbolista había viajado a la ciudad gallega con su familia para, desde allí, embarcarse para pasar el verano en Canarias. Pero, en el ínterin de esperar al buque, llegó el 18 de julio. Galicia fue una de las regiones que cayó del lado nacional, con escasa resistencia, por lo que la vida social se mantuvo bastante intacta durante las primeras semanas de guerra.
Salvar a un compañero de la muerte
Fue así como, en una de aquellas noches de verano, un cabaret situado en la calle Orzán de La Coruña se encontraba muy concurrido por jóvenes que buscaban un sano rato de diversión. Uno de ellos era otro futbolista, concretamente Francisco Trigo, portero del Racing de Santander. Tal y como narra Fernando Berlín en su libro Héroes de ambos bandos, Trigo estaba bailando con una chica cuando un grupo de falangistas se presentó en la pista de baile. Uno de ellos se acercó al guardameta, le agarró del brazo y le ordenó que les acompañase.
Por lo visto, alguien les había dado a los falangistas el chivatazo de que Trigo había participado en la resistencia republicana de los días anteriores en La Coruña, algo que a día de hoy no se ha podido confirmar. Tampoco es descartable que la motivación fuera más allá de lo político. El caso es que los derechistas no tenían otra intención con Trigo que la de darle el paseíllo, o sea, de llevárselo para asesinarle.
El futbolista del Racing trató de resistirse y manifestó no entender por qué se lo llevaban, pero sus quejas fueron en vano. Sin embargo, cuando ya salían del local, Hilario Marrero entraba por la puerta. Nunca un portero se alegró tanto de ver a un delantero. La aparición del jugador del Real Madrid provocó un tumulto en el cabaret, cuando los presentes reconocieron al famoso Hilario. Entre estrechones de manos y firma de autógrafos, el futbolista canario reparó en el grupo de falangistas y en que al hombre al que se llevaban no era otro que Francisco Trigo.
—¡Hombre! —le dijo Hilario al jugador del Racing—. Y tú, ¿dónde vas con ellos?
—No sé. Me piden que les acompañe. No me han dicho más.
Hilario se percató rápidamente del fondo de la cuestión y de la necesidad de actuar rápida y al mismo tiempo despreocupadamente.
—¿Pero ustedes no saben quién es este señor? —preguntó el madridista con tono de divertida sorpresa.
—Nos han dicho que tenemos que llevárnoslo —respondió un falangista un tanto cortado.
—¡Si este es amigo mío, Paco Trigo, el portero del Santander!
En ese momento, el cabecilla de los falangistas se acercó a Hilario y le insistió en voz baja: «Nos han dicho que le demos el paseo». El futbolista replicó: «Pero no puede ser, este hombre es de confianza, yo lo conozco perfectamente».
Esas palabras aumentaron las dudas del falangista e Hilario, aprovechando el momento de debilidad, terminó de resolver la situación: «Mira, podemos acercarnos mañana a la comisaría a aclarar todo este lío».
El falangista, ya con otro semblante, se giró hacia Trigo y le confesó: «Pues se ha salvado usted de milagro, porque creíamos que era otro e íbamos a pegarle cuatro tiros».
Uno de los hijos del guardameta explicaba años después que sin duda Hilario le salvó la vida a su padre: «En aquella época te cogían, te paseaban y aparecías tirado en una cuneta», añadía. Al día siguiente, en efecto, Hilario acompañó a Trigo a una comisaría y, tirando de su popularidad, le arrancó de las manos de los falangistas.
Lo gracioso —o trágico— del caso es que unas pocas semanas después el que estuvo a punto de ser fusilado fue el propio Hilario. Otra partida de falangistas lo detuvo y, en esta ocasión, fue un militar el que les advirtió de que estaban arrestando a un futbolista del Madrid, parándoles los pies.
Después de la guerra, Hilario retomó su carrera como futbolista, que se prolongó hasta casi los 40 años. Jugó en el Valencia, el Barcelona, de nuevo en el Dépor y, por último, en el Elche. Además, después fue entrenador de estos dos últimos equipos, así como del Racing de Ferrol, del Betanzos y del Girona. Pero, más allá de los goles, tal vez el gran momento de su vida pueda resumirse en aquella frase del Talmud: «El que salva una vida, salva al mundo entero».
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