La verdad, según Fernando Savater
Savater y Jaume reflexionan en este capítulo sobre uno de los temas centrales en la obra del filósofo español
En la octava entrega de las conversaciones que Fernando Savater viene manteniendo con Andreu Jaume sobre los grandes asuntos de su obra se aborda la eterna cuestión de la verdad, un concepto tan manipulado como banalizado en nuestro tiempo, sobre todo porque suele olvidarse su origen así como su evolución, desde sus tempranas formulaciones en Grecia, donde fue algo que se descubría y se desvelaba, hasta su adaptación a la política imperial de Roma, que convirtió la verdad en una imposición. Savater logra aquí mostrarnos todos los matices y las aristas de una palabra que late en el fondo de nuestra condición sin que pueda delimitarse en un solo campo y que por ello nos obliga a pensar con especial cuidado y profundidad.
A continuación, la conversación al completo:
PREGUNTA.- Querido Fernando, vamos con quizá el gran asunto de la filosofía, que es la verdad. Platón en algún momento dice que lo que define al ser humano es esa hambre de conocimiento que le impulsa a querer saber cómo funciona la realidad, el misterio constituyente de la naturaleza, de las cosas… Y por eso los seres humanos hemos convenido en conceptualizar eso a través de la verdad. Un término muy discutido, que ha evolucionado a lo largo de los siglos y a través de los distintos pensadores de las distintas escuelas filosóficas. Decía Ortega que «pensar es pensar la verdad» y que si bien la verdad es una, la verdad es histórica al mismo tiempo. Ahora bien, cómo esa verdad puede ser sobrehistórica sin relatividad ninguna es el gran asunto, ¿no?
RESPUESTA.- Lo primero es aclarar que la verdad es distinta según los campos en que se aplique la palabra verdad. Aristóteles asegura en la Ética a Nicómaco que lo que no se puede es aplicar los criterios de una ciencia en otros. Aplicar los criterios de la física a la historia, por ejemplo, no se puede. La verdad tiene sus sus propios campos. Hay verdades que se pueden discutir porque son apreciaciones, son cosas que se han considerado socialmente verdaderas, aunque se puede discutir en último término; mientras que otras, se refieren a una objetividad, es decir, tienen un objeto detrás que respalda ese concepto de verdad. El problema es saber en qué campo se aplica esa verdad. Es decir, hay un tipo de verdad científica que en algunas ocasiones se confunde con la verdad por antonomasia. Esas cosas que se aplican en terrenos de la religión o del arte, etcétera… se aplica un concepto de verdad científico que no corresponde a eso. La ciencia tiene sus verdades, pero no se aplica a todo lo que existe en el mundo porque hay cosas que no pueden aplicarse a la verdad científica.
P.- Quisiera hacer un poco de arqueología de la verdad, en el sentido historicista de Ortega, porque decía que es una costumbre muy propia de la modernidad, considerar que las verdades de ayer son un error para hoy. Simplemente, son cambios de actitud frente a verdades que funcionaban.
R.- Es un poco aplicar los criterios de la ciencia a campos que no son científicos. Obviamente, el libro de química de hace tres siglos no sirve para hoy. Hay verdades que sí que evolucionan según los descubrimientos objetivos que se van haciendo, pero las consideraciones artísticas no tienen esa misma evolución. No vamos a decir que el Picasso es un gran avance respecto a Velázquez. No tiene sentido aplicar ese criterio. El problema es esa especie de dominio de la ciencia sobre todo lo demás. Nuestra época es la época científica por excelencia y entonces aplicamos los criterios científicos a campos que no tienen absolutamente nada que ver. Todas esas discusiones un poco pintureras. Decir que la Biblia se equivoca es tan absurdo como decir que la cosmografía aclara temas teológicos.
P.- Es también la consecuencia de creer que la razón lo puede explicar todo.
R.- Pero la razón científica. Por ejemplo, en el terreno de la filosofía, cuando decimos hablar de la verdad, la filosofía no aporta pruebas, aporta argumentos. La ciencia aporta pruebas porque hay una realidad objetiva exterior a la ciencia a la cual se puede recurrir.
P.- La ciencia hace reducciones, que es lo que no hace la filosofía.
R.- La filosofía puede argumentar respecto a la realidad de la vida, al destino humano y cosas por el estilo. Pero son argumentos. No se puede comprobar, como se puede comprobar una doctrina como la teoría de la gravedad de Newton. Hay verdades que están sometidas porque, insisto, tienen una referencia exterior. El científico, en vez de pegarse con otros científicos porque sostienen una cosa distinta, dice: «Vamos a ver qué dice la realidad o cómo se comprueba eso». Pero es que en el terreno de otras verdades —el arte, la filosofía— lo que hay es una realidad que se puede interpretar y argumentar de maneras diferentes.
P.- Uno de los primeros que abordó la cuestión de la verdad en la historia de la filosofía es Parménides. Él no se hubiera considerado un filósofo, porque era un poeta, un teólogo, un mago, incluso. Pero en su obra, describe un viaje iniciático de un joven al que una diosa le enseña la verdad. Y esa verdad dice que es una verdad esférica, rotunda, que es el ser, y que le dice que solo podrá acceder a lo que existe, a lo que hay. ¿Cómo podríamos explicar, digamos la diferencia que hay entre ese concepto de verdad parmenideo y el que viene después, o el que popularmente se considera hoy en día?
R.- Primero, porque es curioso que el concepto teológico de la verdad precede al científico. A diferencia de lo que suele creer la gente, la primera visión de la verdad es la que da la teología. La expresión griega de la alétheia [αλήθεια] de «quitar el velo que cubre algo» es la verdad. Yo creo que ese concepto griego tiene bastante menos que ver con la verdad empírica, pues ya es posrenacentista, es deductivo. Nosotros sacamos la verdad de unos argumentos. Cada persona va probando una pequeña cosa y entre todos se prueba una teoría más amplia, más extensa. Y cuanto más amplia es la teoría, más dudosa es la verdad. Las verdades parciales y localizadas pueden alcanzar un grado de certeza enorme, mientras que según vamos ampliando el concepto y viendo las cosas cada vez más lejos, nos vamos alejando también de la posibilidad de una certeza. Esto es porque el concepto de verdad va acompañado del concepto de certeza. Estamos ciertos de la verdad según la verdad es abarcable. Según se va haciendo más inabarcable, vamos perdiendo nuestra certeza. Al final, tienes que conformarte con otra vez la vuelta a la teología. «Yo soy la verdad y la vida». Es ya la voz del dios lo que se oye, no la voz de la realidad.
P.- Y después de la gran indagación de Parménides, viene la de Platón. Primero, digamos, la del Platón más influido por Sócrates, ¿verdad? Porque hay dos Platones. Se suele diferenciar entre el más joven y temprano. Pero luego Platón se apodera de Sócrates y lo convierte en un personaje suyo.
R.- Sócrates es un personaje creado por Platón. Si lo comparamos, por ejemplo, con el Sócrates de Jenofonte, no tiene nada que ver. El de Jenofonte es una especie de burgués ingenioso que decía cosas desconcertantes y que se había hecho popular, casi un influencer de su época, mientras que el Sócrates de Platón es un personaje superior.
«La verdad es distinta según los campos en que se aplique la palabra verdad»
P.- Pero digamos que en los diálogos más tempranos, según los estudiosos, se puede adivinar un Sócrates más cercano al real, por así decirlo.
R.- Sócrates era un escéptico. No era un personaje como esos sabios orientales que poseen las verdades y que las van dando así al discípulo que está sentado ahí arrodillado delante de él, sino que era un indagador, pero más o menos escéptico. Estaba siempre planteando una duda sobre lo que se sabía. Planteaba un poco el concepto de la verdad como aquello que aparece cuando se ha desechado lo falso.
P.- En Sócrates, por tanto, la verdad está asociada a la virtud y el conocimiento asociado a la virtud. Entonces conocer significa actuar moralmente.
R.- Conocer significa adecuarse en un campo determinado a la realidad, que es distinta, porque la realidad es polifacética. Yo creo que los errores que se tienen muchas veces en discusiones es que se exige un criterio de verdad en un campo en que ese criterio no sirve. Pretendemos que, por ejemplo, en las discusiones sobre si una película es buena o mala, nunca va a haber un criterio de una certeza como la que hay diciendo que el agua es hidrógeno y oxígeno en una proporción determinada. No hay duda de que el agua es eso. En cambio, que Ciudadano Kane es la mejor película que se ha hecho, pues es una cosa que se puede discutir infinitamente. En lo que se refiere a los sentimientos, además, son de los que nos encontramos más cerca. Es decir, yo cuando cuando siento una frustración o amor o lo que sea, estoy más seguro de eso que de las leyes de la gravitación universal.
P.- Hay un salto muy vertiginoso entre lo que ocurre entre Parménides y Sócrates y Platón con respecto a la verdad. Porque Parménides te sitúa y dice que la experiencia y la verdad es eso, una experiencia iniciática, que todos podemos vivir de alguna manera y que te lleva a esa revelación del ser donde no hay nada, sino que lo único que existe y que podemos aprender es ese ser que es esa verdad esférica y rotunda. Pero ahí no hay movimiento, la verdad es inmutable. Y después ya con Sócrates y Platón no nos queda más remedio, por así decirlo, que matar a Parménides.
R.- Porque Parménides es el principio y el fin. Empieza el concepto de verdad pero lo acaba. No da más posibilidades. Y además, ese concepto, digamos iniciático, es un concepto en el cual la verdad no es algo exterior a nosotros, sino interior. O sea, nos transformamos en la verdad. Para Parménides, el que conoce la verdad se convierte en la verdad y descubre el ser que es él mismo; uno mismo se integra en el ser. Mientras que Platón empieza a hablar de un conocimiento exterior. No digamos ya en el caso de Aristóteles, que es un observador, es un científico que se fija en cosas. Aristóteles en un momento determinado dice que hay peces que hacen nidos, como los pájaros y uno piensa que, claro, «incluso Aristóteles caía en supersticiones de la época»… hasta que en la costa jónica se encontró unos peces voladores que hacen nidos en las rocas. Es que, claro, se había fijado en eso.

P.- Pero volviendo a ese cambio de Parménides a Sócrates: el segundo busca la virtud y tiene otro método de descubrimiento de la verdad, que no es impositivo, no es una revelación, sino que es la mayéutica, que es esa forma de preguntar. Y después Platón recoge todo eso y construye la idea del bien como la verdad máxima.
R.- Lo interesante de Sócrates en la mayéutica es que la verdad no es una cosa que se puede uno descubrir solo, sino que se descubre en un diálogo; entre varios. Y eso es fundamental. De hecho, Platón cuando escribe en contra de la escritura, paradójicamente, dice: «Es que los diálogos no se pueden escribir». A pesar de que son suyos los diálogos famosos. La gracia del diálogo es que tú no sabes lo que te va a decir el otro. El descubrimiento del diálogo es que tú estás hablando con alguien que va a contestar respecto a lo que has dicho, pero que tú no sabes lo que va a decir. En cambio, cuando tú lees un diálogo, el escritor es dueño de los dos interlocutores.
P.- ¿Qué introduce esa idea del bien supremo platónica con respecto a la verdad?
R.- Platón ahí regresa por otro camino a lo parmenídeo; a algo superior a lo que estamos descubriendo permanentemente. El mito de la caverna es un mito sobre el tema de la verdad. Evidentemente, los que están encerrados en la caverna no pueden ver la realidad. Ven sombras, ven figuras, ven una proyección, pero no pueden ver la realidad. Y al que ha visto la realidad, la verdad no le creen. El mito de la caverna es, en el fondo, el mito de la ceguera obligatoria de los que vivimos en el mundo, que tenemos que conformarnos con unas apariencias más próximas a la realidad que otras. Pero no podemos nunca tener la certeza de que estamos viendo la cosa misma. Es también, en el fondo, lo que dice Kant, que explica que la cosa en sí misma la verdad, no la vemos. Conoceremos aquello para lo que estamos preparados. Lo mismo que un perro oye ultrasonidos que nosotros no oímos, nosotros estamos preparados por nuestros sentidos para un tipo de fenómenos, pero no para otros. Por lo tanto, nunca podemos aspirar a ver la cosa misma, porque la cosa misma haría falta tener todos los sentidos, las capacidades de descubrir fenómenos posibles.
«La filosofía no aporta pruebas, aporta argumentos»
P.- Pero Platón, al proyectar la realidad al reino de las ideas, cuya idea suprema es el bien, lo que hace es transformar la verdad, por así decirlo, en algo supersensible.
R.- Está más allá de las apariencias. El bien, la verdad y la belleza. La verdad, de alguna manera, está sujetando al bien por un lado, que es la verdad moral y la belleza, que es la verdad estética. Ese descubrimiento de que ya la verdad tiene dos caminos distintos: la estética y la moral, y son diferentes. Muchas de las discusiones contemporáneas woke que quieren condenar al artista en nombre de sus conductas, habría que decir que una cosa es la belleza y otra cosa es el bien.; son dos realidades diferentes. Ahí ya Platón nos brinda la posibilidad de no confundir el bien con la belleza. Él, evidentemente, lo que quería era que se diera todo junto, que la verdad lograra aunar el bien y la belleza. Pero eso es algo que tenemos que lograr a base de una purificación permanente de nosotros mismos, que no es fácil.
P.- Y si Platón hace ese movimiento de ascenso, de ver la realidad desde arriba, desde una visión cenital, Aristóteles hace lo contrario. Lo baja.
R.- El maravilloso cuadro de la escuela de Atenas de Rafael. Platón señalando hacia arriba y Aristóteles hacia abajo.
P.- Y digamos que la filosofía no ha dejado de moverse en esos dos ámbitos a lo largo de la historia.
R.- La filosofía, respecto a Grecia, sufre un cambio total cuando se intersecta entre el empirismo deductivo de la ciencia y la verdad teológica revelada. El cristianismo con sus verdades reveladas que de alguna manera superan cualquier verdad que los hombres pueden alcanzar por sí mismos y la ciencia, con un camino determinado que hay que obligadamente que seguir. Entonces, la ciencia por un lado, y la teología por otro, introducen dos variables que cambian completamente el concepto de alétheia de los griegos.
P.- Y luego viene santo Tomás que, de alguna manera, partiendo de Aristóteles, inventa la definición más clásica y más utilizada a lo largo de los siglos de verdad que es la adaequatio rei et intellectus.
R.- Santo Tomás lo que hace es modernizar el concepto aristotélico de verdad. Pero luego hay un momento en que santo Tomás deja ya de preocuparse de la verdad en el sentido filosófico del término y pasa a la verdad teológica.

P.- Porque le conduce a ello. Es decir, él parte de esa adecuación aristotélica que el entendimiento tiene que adecuarse a la cosa, al ente. Pero claro, dice, el ente se adecua al ente porque es creación de Dios.
R.- Al final, Tomás de Aquino se convierte en santo Tomás, alguien que considero uno de los enormes pensadores que ha habido en el mundo. Lo que te sorprende de santo Tomás cuando le lees es lo verosímil, y es un poco lo que ha diferenciado el cristianismo de las sectas cristianas. La visión católica, la visión central que podría tener, por ejemplo, Tomás de Aquino, es mucho más verosímil. Siempre apuesta por la verosimilitud. En cualquier campo apuesta por la verosimilitud frente a la arbitrariedad, frente al capricho, frente a la fantasía.
P.- Los razonamientos son siempre muy poderosos. Pero fijémonos, además, en lo que establece santo Tomás, que acaba diciendo: entonces la adecuación entre res e intellectus acaba llevando a Dios, porque Dios es el creador y, por tanto, eso es lo que nos debe importar.
R.- Y es el último garante. Decir: «no puedo engañarme tanto», que es una cosa que luego recoge Descartes también. El hombre está siempre al borde de la posibilidad del error, pero debe haber alguna garantía que nos defiende del error. Cuando las cosas son suficientemente persuasivas, tenemos que confiar en que hay un Dios que no nos engaña, sino que nos está dando la clave de la realidad.
«La verdad no es una cosa que uno se descubre solo, sino que se descubre en un diálogo»
P.- Pero después, ese mismo razonamiento, cuando el concepto de verdad entra en crisis, Dios es sustituido por la ciencia.
R.- Por supuesto. Todos los planteamientos cientifistas que se pretenden tan solvente frente a la teología, en el fondo, son otra forma de teología. En el fondo, toda la ciencia no es más que una especie de música de fondo de la técnica. Es decir, la técnica es la verdad científica, entonces la técnica se rodea de una música abstracta. Pero en el fondo, es el saber hacer. Lo que es verdad es lo que sabemos hacer, entonces lo que sabemos hacer es verdad, pero solo en la medida en que sabemos hacerlo. Es difícil aplicar esa verdad al universo, porque nosotros no construimos universo, solo cosas limitadas.
P.- Y también supone que el universo es un aparato.
R.- El gran relojero de la Ilustración. Todo eso es una máquina y alguien le ha dado cuerda.
P.- Y algún día descubriremos el botón.
R.- Por supuesto. El discurso más ingenuo científico es eso. En cuanto tengamos la llave, ya encontramos la puerta. Las puertas aparecen porque nos han dado una llave.
P.- Es interesante cómo esa seguridad de correspondencia entre el ente y el intelecto entra en crisis en el XVIII. Básicamente con Kant, que es el primero que dice que no podemos conocer la cosa en sí, porque la cosa en sí depende de la percepción y evidentemente los colores, un daltónico no ve lo mismo.
R.- Conocemos lo que corresponde a nuestra sensibilidad. Pero claro, la sensibilidad es limitada, porque estamos rodeados de otros seres vivos con sensibilidades diferentes a nosotros que viven en mundos distintos al nuestro. Hay animales que no perciben los colores igual que nosotros. Ellos viven en un mundo quizá de daltónicos, mientras que nosotros vivimos en un mundo más plural, de color.
P.- Y eso llega a una crisis absoluta con Nietzsche, que es el que dice que la verdad como tal no existe.
R.- «La verdad es el error que preferimos».
P.- Pero de alguna manera el planteamiento de Nietzsche hace estallar por los aires todas las certezas que se tenían. Y empieza la gran crisis del siglo XX con con la verdad ¿no? Y llega hasta Foucault, que es el que considera que la verdad, para explicarlo pronto y mal, consideraba que la verdad premoderna tenía una correspondencia absoluta entre los signos y los enunciados y la realidad, y que de pronto eso se rompe.
R.- Foucault todo lo reduce a quién tiene el poder. En el fondo, Lewis Carroll, en Alicia en el país de las maravillas, es el que descubre eso, cuando está él hablando del significado de las palabras entre Alicia y Humpty Dumpty y el segundo le dice: «Mira, en el fondo, aquí lo que se trata de saber quién manda».
«La verdad es el error que preferimos»
P.- Foucault es un pensador muy serio y con cosas muy buenas, pero me parece que ahí se produjo una confusión de la que somos hijos ahora en el siglo XXI. Porque una cosa es que el poder utilice la verdad y la manipule a su conveniencia y otra muy distinta considerar que por eso la verdad no existe.
R.- Claro. El poder es un siervo de las verdades. No está por encima de ellas. La prueba es que uno puede manipular la verdad, viviendo en este país y con lo que tenemos, estamos bastante convencidos de que el poder manipula la verdad. Pero la manipula. No la crea. El gobernante puede mentir como estamos viendo hasta el punto de lo increíble, pero siempre está mintiendo para dominar, no para descubrir la verdad. No es que el gobernante sepa más de la verdad que nosotros, sino que cree que puede controlarnos a base de engañarnos.
P.- Y a partir de ahí, se ha creado esta especie como de desprestigio de la verdad, en que la verdad o quien crea ostentar la verdad o imponerla, está considerado prácticamente un fascista.
R.- En una discusión, salvo que tú puedas comprobar científicamente algo, y aun así, porque hay también quien dice que la ciencia es fascista, que impone, por muy partidario que se sea del diálogo y de las concesiones al otro, la ciencia no funciona así. No hay forma de dialogar con el equivocado, sino de demostrarle su equivocación. Todos preferimos la ciencia a la superstición. Nos subimos a los aviones porque creemos que el señor que los ha hecho tiene unos conocimientos que nosotros ignoramos, pero que logran que algo pesado, vuele. Nosotros aceptamos que hay ciencia que que logra lo que para nosotros es maravilla. Ahora, lo que no creemos es que si tú te subes en un avión y rezas dos rosarios el avión echa a volar por arte de magia. Eso no lo admitiríamos.
P.- Y hay un momento intermedio muy interesante entre lo que es la impugnación de Nietzsche y después esa radicalidad de Foucault, que es la de Heidegger. En su seminario sobre Parménides hace una tesis como de arqueología de la verdad, muy seria y muy honda y diferencia entre lo que ha sido el concepto de veritas romano, una forma de verdad imperial, que se impone, y el griego de alétheia que es lo que aparece y no depende de la voluntad.
R.- Alguien nos quita el trapo, el manto que cubre la realidad, y entonces la vemos, eso es la alétheia. Pero para eso hace falta tener una disposición hacia la verdad. No es una deducción ni un razonamiento empírico, sino una disposición, una apertura a la verdad; no la descubrimos por un camino, por un método. No es un método lo que nos descubre la verdad, sino una revelación completa.
P.- Sí, porque la deducción puede ser una forma de ceguera.
R.- Todo método funciona a base de que dejas de ver otras cosas. Si tú eliges un camino es porque renuncias a todo el resto del bosque o a todo el resto del desierto para encontrar un camino que te lleva a un punto determinado. El camino no está equivocado o acierta más que si sabes a dónde vas. Como bien decía Séneca: «No hay viento favorable para el que no sabe dónde va». Si tienes un método, si tienes un camino, eso quiere decir que sabes por qué renuncias al resto de la realidad.
P.- Pones un ejemplo en tu libro que ya es muy ilustrativo y muy útil. Y dices cuando un profesor de física explica lo que fue el Big Bang y viene un periodista y dice: «Así queda descartada la existencia de Dios». Eso es confundir dos campos de verdad. Porque dices que: «Dios no será nunca un principio físico».
R.- Es curioso que todavía hay gente que cree que a base de buscar argumentos científicos se logra probar o no probar la existencia de Dios, cosa que no puedes afirmar ni desmentir porque es que no funciona en el mismo lado. Es como decir que cuando estás en una habitación insonorizada la música de Brahms es mejor que la de Bach. Es que no hay ninguna sonando.
«No hay que renunciar al concepto de verdad, pero tampoco convertirlo en un absoluto que sirve para todo»
P.- Creo que muchas veces se confunde el concepto de verdad con el de veracidad.
R.- La veracidad es una disposición personal. Nuestro insigne presidente Sánchez desconoce que hay personas que tienen una tendencia a la veracidad. Lo mismo que hay gente que es limpia, por ejemplo, y está siempre aseada, en cambio hay personas que no conocen eso. Pues el principio de veracidad es una forma de higiene intelectual, en que hay personas que están movidas desde dentro a expresar lo que ellos creen cierto. No que lo vayas a decir siempre, al contrario. La primera cosa que aprende un profesor es que no puede pasarse toda su vida enseñando lo que a él le enseñaron, porque las cosas han cambiado en muchos campos, y hoy el concepto de veracidad está comprometido por la inteligencia artificial. Realmente, la inteligencia artificial es un desafío a la veracidad porque se basa en elementos de verdad, pero transformados de una manera netamente engañosa. La inteligencia artificial no conoce la veracidad, conoce una apariencia, un simulacro. Me parece que la IA es un desafío epistemológico, aparte de que preocupa, por si va a influir en los en los empleos, en las máquinas, dejar a gente sin trabajo o cosas por el estilo —que puede ser cierto—, yo sobre todo lo veo como un desafío epistemológico.
P.- Porque pone en duda incluso nuestro concepto de realidad y de muchas cosas.
R.- Ahora te mandan una fotografía creada por inteligencia artificial y, de algún modo, está desafiando tu sentido de si eso no es real.
P.- El otro día una amiga inglesa me pasó un ‘juguete‘ de inteligencia artificial, con el que puedes convertir una foto antigua y darle movimiento. Y lo probé con fotos de mis abuelos y tal. Y de pronto, impresiona bastante ver a una persona que no has visto nunca moverse, moviéndose. Y dices: eso es falso. Pero claro, hasta cierto punto, el viejo cine tampoco era realista porque la gente se movía con una rapidez…
R.- Es una serie de fotos fijas que se mueven muy deprisa. Así son los desafíos que ha habido de alguna manera cambiando el concepto de verdad. No hay que renunciar al concepto de verdad, pero tampoco hay que convertirlo en un absoluto que sirva para todo.

P.- Porque además, dentro de la veracidad, hay distintos grados.
R.- Eso es lo que señalaba Aristóteles. No se puede exigir el mismo tipo de precisión al que está hablando de arte que al que está hablando de matemática. En las matemáticas, la verdad no es por aproximación, sino que es por exactitud. En cambio, el que está hablando de arte no tiene el mismo tipo de de exactitud o de precisión.
P.- Y también el tipo de veracidad que se puede exigir a la filosofía, ahí solo podemos hablar de rigor a la hora de argumentar.
R.- Lo que puedes pedir es rigor argumental. Yo creo que la filosofía es un poco como algo que te suena o no te suena bien. Hay filosofías que oyes y dices: «Pues esto me suena coherente». Y otros, en cambio, que no te las crees, simplemente dices: «Eso es ingenioso, es inteligente, pero no me lo creo como una argumentación verdadera».
«Estamos bastante convencidos de que el poder manipula la verdad. Pero la manipula. No la crea»
P.- Decía Julián Marías que la verdad consiste formalmente en la patencia de la realidad. Es decir, que la verdad está oculta.
R.- La mentira es el falso desvelamiento. Te revela algo, pero es una falsa revelación, porque no está en el fondo más que revelandote un trampantojo, un espejismo.
P.- Pero también la necesitamos.
R.- Las mentiras son imprescindibles para la vida. Desde la cortesía elemental en que está basada en decir: «buenos días», cuando está lloviendo a mares o «qué guapa está usted hoy» cuando te parece un horror. Desde la cortesía hasta las mentiras más piadosas, nos brindan ideales que no se realizan en la realidad, pero que necesitamos. Una visión totalmente desprejuiciada y carente de cualquier ilusión sobre la vida hace la vida muy difícil.
P.- Y la hipocresía también, sino no funcionaría la civilización. De todas maneras, me parece un concepto débil este de «la verdad de las mentiras», porque la literatura no es exactamente una mentira, es una invención.
R.- A mí, por ejemplo, no me gusta nada ese tipo de literatura que mezcla ficción y realidad. Esa gente que te está contando una cosa que no sabes si es verdad o mentira. A mí eso me parece desastroso porque estropea la ficción y la realidad.
P.- Eso es interesante porque es lo que diferencia un poco la filosofía de la literatura. La filosofía aspira a encontrar la la verdad, pero la literatura lo que hace simplemente es acompañar al hombre en su destino mortal. Nada más.
R.- La literatura se basa en la elipsis, o sea, en quitar cosas. Voltaire decía: «el secreto de ser aburrido es contarlo todo». La buena literatura está basada en elipsis, mientras que en la filosofía no se puede permitir elipsis. Si tú dices que la famosa historia que contaba Bertrand Russell, del sabio hindú que va en una ocasión a Cambridge a dar una conferencia y todo el mundo lo está escuchando. Nos dice que el mundo está puesto sobre el lomo de una gigantesca tortuga y la tortuga se apoya en un enorme elefante. Entonces una señora del público le dice:
—«¿Y el elefante?».
—El elefante está sobre una gigantesca araña.
—«¿Y la araña?».
—La araña se apoya en una enorme roca.
—«¿Y la roca?».
—Mire, señora, hay rocas hasta abajo.
La filósofa es la señora. Usted se ha metido ya a contar que el mundo está sobre la tortuga, ya no puede parar. El hindú que pasaba por un sabio era en el fondo una especie de literato de segunda categoría y la señora, en cambio, era una filósofa y exigía el tipo de argumentación filosófica.
P.- Por lo tanto, podríamos decir para terminar que lo importante de la verdad es la búsqueda, más que la revelación.
R.- Esta frase que decía Gotthold Lessing, que si él un día se encontrara con la divinidad y la divinidad le ofreciera la verdad, diría: «No. Señor, quédate con la verdad para ti. A mí déjame la búsqueda».
