Una inocentada histórica: 'Operación Cicerón'
El mejor espía de la Segunda Guerra Mundial fue víctima de una cruel inocentada de los nazis

Foto oficial de la II Conferencia del Cairo. Justo detrás de Churchill está el embajador inglés en Estambul, Sir Hughe Knatchbull-Hugessen, el primo al que robaba información Cicerón.
En Roma se celebraba el nacimiento del Sol Invictus, antecedente directo de nuestra fiesta de la Natividad de Jesús. En la semana anterior al solsticio de invierno, 25 de diciembre, según el calendario de Julio César, tenían lugar las Saturnales, fiestas desmadradas con grandes comilonas e intercambios de regalos, exactamente igual que en las actuales Navidades. También se practicaban bromas o burlas que son el antecedente de nuestras inocentadas del 28 de diciembre.
A veces en la Historia se producen situaciones que parecen una gran inocentada, como la Aktion Bernhard, el plan ideado por los nazis de bombardear Gran Bretaña con millones de libras esterlinas en billetes falsos, para provocar un caos económico en la potencia enemiga. La operación fue puesta en marcha por el SD, el servicio de inteligencia de las SS, que recurrió a técnicos judíos, así como a delincuentes condenados por falsificación, llevándolos a una sección especial del campo de Sachsenhausen, donde gozaban de privilegios, el principal de ellos que se respetaron sus vidas.
Lograron reproducir las planchas de impresión del Banco de Inglaterra, el característico papel-tela que empleaban los británicos y los códigos alfanuméricos de identificación de los billetes. Sin embargo, esta forma incruenta y burlona de hacer la guerra fue abandonada por la más convencional y brutal de bombardear Inglaterra con toneladas de explosivos, creyendo que eso quebraría la moral de resistencia de los británicos.
El jefe del SD, Heydrich, decidió aprovechar los billetes falsos para financiar sus operaciones de espionaje en el extranjero, y con ellos le darían una inocentada histórica al que los expertos consideran el mejor espía de la II Guerra Mundial, el llamado en clave «Cicerón».
La Operación Cicerón tuvo lugar en Estambul, e implicó a los embajadores de Alemania e Inglaterra. El representante alemán era Franz von Papen, considerado el político más importante y nefasto de la etapa prenazi, el que le abrió la puerta a la dictadura de Adolf Hitler.
Von Papen era un conservador, miembro del histórico Partido Católico o Zentrum. Durante la República de Weimar Von Papen tenía una considerable influencia sobre el jefe del Estado, el anciano presidente Hindenburg, lo que le permitió maniobrar para convertirse en canciller (jefe de gobierno). Para gobernar necesitó el apoyo de los nazis, que eran una fuerza minoritaria en el Parlamento. Pero lo peor es que fue Von Papen quien hizo que Hindenburg nombrase canciller a Hitler, permaneciendo él de vicecanciller, en la errónea idea de que desde la sombra manejaría a Hitler.
En vez de eso, Von Papen permitió y facilitó que Hitler acumulase poderes dictatoriales. Una vez dueño del poder absoluto, Hitler hizo asesinar a algunos políticos conservadores que le habían facilitado su ascensión; sin embargo, respetó la vida de Von Papen, aunque lo quitó de en medio mandándolo a Estambul. Allí Von Papen seguía soñando con recuperar la influencia política que había tenido en Alemania.
El oponente de Von Papen, el embajador británico sir Hughe Knatchbull-Hugessen, presentaba un perfil muy distinto, no era un político, sino un diplomático profesional, y de alto rango. Era un reputado experto en asuntos orientales, embajador en Persia y en China antes de serlo en Turquía, donde llegó en 19939. Además, acompañó a Churchill como asesor en momentos decisivos como la Conferencia de Teherán, el primer encuentro de Stalin, Roosevelt y Churchill, o la Conferencia de El Cairo, donde sir Hughe aparece detrás de Churchill en la foto oficial.
El perfecto sirviente
El nexo entre los dos embajadores rivales sería una persona venida de otro mundo. Elyesa Bazna había nacido en Kosovo, la zona más atrasada del Imperio otomano en Europa, era de raza albanesa y de religión musulmana, hijo de un maestro del Corán. Cuando los serbios conquistaron Kosovo, su familia emigró a Estambul, donde Elyesa tuvo muchos empleos, incluido bombero y taxista, y muchas mujeres, porque era un donjuán con muy buen porte. Tras la Gran Guerra trabajó para el ejército de ocupación francés, pero descubrieron que robaba material militar para venderlo, y fue condenado a tres años de trabajos forzados en Marsella.
Elyesa Bazna era un conseguidor sin escrúpulos, un oportunista dispuesto a cualquier cosa para medrar. Su desparpajo y dominio del francés le llevaron a trabajar para diplomáticos de Yugoslavia, Alemania o Gran Bretaña, haciendo de portero, chófer, guardaespaldas o criado. En realidad, lo que pretendía era conseguir información que vender al mejor postor; su método era seducir a las criadas de los diplomáticos.
En la embajada alemana se dieron cuenta y lo despidieron, pero en la británica tuvo más suerte. Comenzó por reparar el automóvil del primer secretario, Douglas Busk, famoso alpinista y geógrafo, y luego se introdujo en su hogar como hombre para todo, sin que Busk supiera nunca que había trabajado en la embajada alemana. Inmediatamente, Bazna sedujo a la niñera de los hijos de Busk, que comenzó a fotografiar documentos para su amante.
El Servicio Secreto británico desconfió de la criada, que tuvo que dejar el empleo, yéndose a vivir a una casa que le puso Bazna llamada Villa Cicerón, de donde vendría luego su nombre en clave. Pero nadie sospechó de él. Al contrario, Busk se lo presentó a su jefe, el embajador, y sir Hughe resultó tan deslumbrado por Bazna como cualquiera de las criadas. El embajador no solo lo empleó como ayuda de cámara, lo que suponía tener acceso a sus objetos personales, también presumía de su estupendo sirviente, al que vestía con espectaculares uniformes. En las recepciones Bazna aparecía como kavass, es decir, guardia de corps del embajador, vestido lujosamente a la turca y con una enorme cimitarra como señal de su estatus.
Cuando estaban en la intimidad, Bazna cantaba lieder en alemán, mientras que Sir Hughe, que era un melómano, le acompañaba al piano. Precisamente esa afición a la música sería fatal para el embajador, porque cuando se encerraba solo a tocar el piano, Bazna tenía el campo libre para meterse en su despacho y fotografiar documentos. Podía hacerlo tranquilamente mientras sonara la música.
Bazna se presentó con su material ante el embajador alemán, Von Papen, que también quedó maravillado por la calidad de la información. Bazna había conseguido fácilmente sacar copias de las llaves de Sir Hughe, lo que le daba acceso a la caja fuerte y los documentos más importantes. Von Papen pensó que conseguir aquella información le permitiría ganar la confianza de Hitler y volver a jugar un papel relevante en la política alemana.
Esto hizo saltar las alarmas de las SS, que odiaban y despreciaban tanto a Von Papen como Von Papen a las SS. Kaltenbrunner, jefe de la Oficina Central de Seguridad, comenzó inmediatamente a desprestigiar la información conseguida por Von Papen, a la vez que intentaba controlar el asunto. Se encargó de ello un oficial del SD, Ludwig Moyzisch, que actuaba en Estambul bajo la tapadera de agregado comercial. Era un agente tan valioso que las SS hacía la vista gorda a que tuviese una abuela judía. Moyzisch sería quien bautizase con el nombre clave de Cicerón a Bazna.
Pero desde el momento en que las SS controló la Operación Cicerón, el ministro de Exteriores, Von Ribbentrop, se encargó de desprestigiarla, porque también estaba peleado con sus jefes. Esto parece una inocentada de la Historia, los alemanes tuvieron acceso a los mejores frutos del espionaje en la Segunda Guerra Mundial, a las actas de las conferencias de Teherán y El Cairo, a informaciones fidedignas sobre el Desembarco de Normandía, y no las aprovecharon por sus mezquinas peleas internas.
Poco después de la guerra, Moyzisch, el enlace del SD con Bazna, escribió esta historia titulándola Operación Cicerón. El libro mereció ser publicado por la Editorial Militar del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética, convirtiéndose en un libro de texto en las escuelas de espionaje soviéticas.
A Bazna, la rivalidad entre el servicio diplomático y las SS parece que le benefició, porque de hecho les sacó a los alemanes una auténtica fortuna, 300.000 libras esterlinas. Pero aquí viene la inocentada mayor: eran falsas.
Al terminar la guerra, Bazna no huyó a Sudamérica con su dinero, como cuenta la versión Hollywood de Operación Cicerón. Pensó que la reconstrucción de Alemania en la posguerra le daría oportunidades de multiplicar su riqueza, y emprendió negocios en Alemania Occidental, pero al poco se descubrió que su dinero era falso, se quedó sin capital y se arruinó.
Y esta serie de inocentadas de la Historia culmina con la demanda presentada por Bazna contra el Estado alemán por haber sido «víctima de una estafa urdida contra él por los servicios secretos del Tercer Reich». Para su desgracia, la demanda fue desestimada y moriría en la pobreza.
