Yoshitomo Nara, mucho más que unos ojos saltones
La obra del artista se puede ver por primera vez en Europa en una gran retrospectiva en el Museo Guggenheim de Bilbao
Sus niñas de ojos grandes parecen amables, pero en realidad no lo son. Estos ojos saltones te miran de frente, de soslayo, te persiguen. Si clavas la mirada en una de ellas, no hay escapatoria. Lo más probable es que te quedes pensando en lo que esconde, en qué es eso que te quiere transmitir. La obra de Yoshitomo Nara (Hirosaki, Japón, 1959), uno de los artistas contemporáneos más singulares, se puede ver por primera vez en Europa en una gran retrospectiva que le dedica el Museo Guggenheim de Bilbao. A través de 128 pinturas, dibujos, esculturas e instalaciones el museo recorre cuatro décadas de trabajo que abarcan desde 1984 a 2024.
Yoshitomo Nara nace en un pueblo lejano del norte de Japón, en la prefectura de Aomori, «en una época de milagro económico», recuerda Lucía Agirre, comisaria de la muestra. Con sus dos progenitores trabajando, cuando Nara volvía de la escuela a menudo se encontraba solo en casa. Sin embargo, esa soledad le sirve para crear un mundo propio que plasma en dibujos e historietas que crea en cualquier papel que tiene a mano. El arte, desde pequeño, se convierte en un refugio y en una manera de expresarse.
Inquieto desde pequeño, en la década de 1970 Nara construye su propia radio con la que se «enganchaba a las radios de las fuerzas americanas que estaban en Vietnam. No entendía la letra de la música que escuchaba pero sí los ritmos rock y folk» que se convierten en valiosas fuentes de inspiración junto al punk underground que descubre con 14 años. Guiado por su interés por el dibujo, en 1979 se matricula en la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad de Arte Musashino pero sus dificultades económicas le obligaron a abandonarla dos años después.
Sin embargo, no deja de lado la formación artística y comienza a estudiar en el Departamento de Pintura al Óleo de la Universidad de las Artes de la Prefectura de Aichi, donde se desprende del academicismo y comienza a practicar con el dibujo y el collage en una búsqueda de un camino propio. Tres años después de su graduación en 1985 decide trasladarse a Alemania. «Cuando me mudé no conocía ni el idioma ni la cultura. Estaba en un entorno completamente desconocido y eso hizo que me acordara muchas veces de mi infancia. Nací en el extremo norte de la isla principal de Japón. Desde fuera se piensa que Japón es un país con ciudades grandes y modernas como Tokio u Osaka pero mi pueblo natal está en una zona rural donde se cultivan manzanas», recuerda el artista.
La llegada a Alemania y este nuevo aislamiento le llevan a buscar un nuevo lenguaje con el que comunicarse. Esta situación, que le retrotrae a su infancia, le lleva a crear estas imágenes infantiles con las que expresa sus sentimientos más personales e íntimos. «Creo que mi predilección por las figuras de los niños viene de esos recuerdos. Es una manera de recuperar los sentimientos que yo tenía de niño», asegura.
Contracultura de los 60
Afincado en Düsseldorf, decide matricularse en la Kunstakademie, donde comienza a tener intercambios con otros estudiantes internacionales que enriquecen su estancia y su obra. «Nara decide empezar de cero en la universidad porque la manera de afrontar la enseñanza era muy diferente. Para entonces, era técnicamente bueno, pero tenía otras carencias que quería cubrir», sostiene Agirre. El arte europeo y el Renacimiento son algunos de los movimientos que más le influyen. Pero no solo ya que la obra de Nara está repleta de influencias musicales, de la contracultura de los años 60, de los movimientos sociales, de la historia del arte tanto japonesa como europea y, por supuesto, de su propia vida y recuerdos.
En Düsseldorf estudia con el artista A. R. Penck, uno de los principales impulsores del neoexpresionismo alemán, quien le propone combinar el dibujo con la pintura. Este consejo, sin duda, cambió la composición de su obra. Tras unos primeros años en esta ciudad, en 1994 se traslada a Colonia, donde su trabajo empieza a verse en exposiciones tanto colectivas como individuales. Con una popularidad en auge, Nara consigue vivir de sus obras y estas empiezan a incluir nuevas temáticas, nuevos rasgos y añaden complejidad.
«Lo importante en el trabajo de Nara es que resulta atractivo porque es fácilmente identificable. Parecen imágenes amables pero cuando te enfrentas a la obra aparecen muchas capas tanto desde el punto de vista técnico como desde una perspectiva conceptual», asegura la comisaria, que ha contado con la ayuda del artista a la hora de montar la exposición. De hecho, en las obras de Nara subyace una complejidad que requiere de la atención del visitante para llegar a sus capas más profundas.
Yoshitomo Nara trabaja siempre solo y utiliza materiales reciclados y reutilizados. «En su etapa universitaria hacía pinturas sobre cajas de cartón y ahora usa bastidores de ventanas», apunta Agirre. La muestra, además, hace hincapié en algunos de los temas más recurrentes de su trayectoria: el hogar, la comunidad, la naturaleza, el medioambiente y las interrelaciones entre ellos. «Hay conceptos en los que sigue trabajando como en esas niñas que inicialmente resultan atractivas pero son desconcertantes», apunta Agirre.
Accidente nuclear de Fukushima
Tras 12 años de estancia en Alemania, en el año 2000 Nara decide regresar a su país natal. Un año más tarde de su vuelta a casa, Nara inaugura una gran exposición individual que viajó por diferentes lugares del país, incluida la Yoshii Brick Brew House de su ciudad, Hirosaki. Esto elevó su estatus de artista en su país hasta convertirse en uno de los creadores nipones más conocidos tanto dentro como fuera de Japón. Tanto que sus obras, ahora, alcanzan los 25 millones de euros en el mercado.
Yoshitomo Nara es un artista comprometido con la sociedad y la naturaleza y su trabajo se ha hecho eco de ello en varias ocasiones, como su oposición a las centrales nucleares. Una de sus obras de 1998, titulada No Nukes (Nucleares no) había sido utilizada en manifestaciones antinucleares en ciudades como Bangkok (Tailandia). En 2011 su país recuperó esta pieza para salir a las calles cuando la tragedia azotó su país con el terremoto y el consiguiente tsunami y el accidente de la central nuclear de Fukushima.
Esta catástrofe tuvo un gran impacto en su vida hasta el punto de poner en marcha proyectos artísticos locales y comunitarios para ayudar a las zonas más afectadas. En este contexto, su obra también sufrió una transformación y «sus figuras empiezan a tener un aspecto más melancólico y los ojos ya no desafían, sino que son iridiscentes».
«Nara es un artista que tuvo un gran impacto en los años 90 y 2000 con un tipo de obra que ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Sus últimas obras muestran madurez y con su particular lenguaje se aleja de las definiciones de grupo y encasillamientos. A menudo se le identifica con el kawaii o el manga, pero no tiene nada que ver», asegura Agirre. Nara, en realidad, aporta una visión propia del mundo a través de esos ojos que pueden resultar infantiles, pero que en el fondo muestran la sociedad que somos.
Esta exposición, para la que Yoshitomo Nara ha creado una playlist propia, recorre cuatro décadas de trayectoria de un artista que decidió salir de su país para regresar más tarde y darse cuenta de su relación con su gente. «Por fin sentí que tenía las cosas que había echado en falta, que todo lo que pudiera necesitar estaba al alcance de la mano, y fui capaz de vivir en provincias. Pero, -concluye- creo que tuve que dejar mi ciudad natal durante un tiempo para entenderlo».