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'La colección': Juan Mayorga reflexiona sobre los objetos que nos definen

La última obra del autor, interpretada por José Sacristán y Ana Marzoa, invita a meditar sobre la materia de los recuerdos

‘La colección’: Juan Mayorga reflexiona sobre los objetos que nos definen

El actor José Sacristán. | Teatro de la Abadía

Imagine a una pareja de coleccionistas que llega a una edad avanzada en la que empieza a pensar qué hacer con su colección. Súmele que no tienen hijos que puedan heredar todo eso que durante tantos años han cuidado con mimo, incluso con celo, en un lugar de su casa. ¿Qué hacer? ¿Cuál es la mejor opción? Esta situación, basada en una noticia real leída en un periódico, es el punto de partida de La colección, la última obra de teatro de Juan Mayorga que se puede ver en el Teatro de la Abadía hasta el próximo 21 de abril.

A simple vista puede parecer que el argumento es sencillo pero el texto de Mayorga, el segundo que estrena como director del Teatro de la Abadía tras María Luisa, una comedia sobre la soledad, la vejez y la fina línea que separa la realidad de la imaginación, está lejos de serlo. Es complejo, filosófico, muy centrado en la palabra y una invitación a la reflexión en torno al matrimonio, la vida y la muerte, los vínculos que establecemos con los objetos y cómo estos, de alguna manera, nos definen.

En el escenario José Sacristán, como Héctor, y Ana Marzoa, como Berna, dan vida a esta pareja de avanzada edad que trata de buscar que la colección que han reunido con determinación a lo largo de todos los años que llevan juntos no caiga en el olvido y les sobreviva. Sin embargo, tal y como dicen en la sala Juan de la Cruz de La Abadía, no quieren donarla al Estado porque no creen «en ningún gobierno». En realidad, desean firmemente que esta se mantenga unida, que no se disperse y que, como han hecho ellos, que no se preste ninguna pieza para que su relato no pierda fuerza. Su misión es clara pero no por ello fácil de lograr: encontrar a alguien afín a la filosofía que les ha acompañado.

Junto a ellos, Zaira Montes interpreta a Susana, una joven coleccionista, e Ignacio Jiménez da vida a Carlos, mayordomo de la pareja, o quién sabe si examinador o pieza del fondo de piezas de arte. La acción se lleva a cabo en lo que Héctor llama «la caverna», una especie de archivo que precede a la colección. Sobre el escenario una serie de cajas contiene la memoria de cada pieza que, titulada con el nombre de una ciudad y un número, se convierte en un atlas para él y en un catálogo para Berna que permite navegar por la colección. Hasta la casa en la que viven los dos ancianos se traslada Susana, una posible heredera a la que la pareja somete a un peculiar escrutinio. Carlos, servicial, observador y callado, parece querer leerle la mente y descubrir si es merecedora de semejante herencia.

‘Thriller’ teatral

A Mayorga no le hace falta más para llevar al espectador por una especie de thriller teatral que le mantiene en vilo durante el tiempo que dura la función. ¿Dónde está la colección? ¿Existe de verdad? ¿Solo se han fijado en Susana? ¿Hay más candidatos? Todas estas preguntas se las realiza el espectador en el transcurso de una obra en la que el autor, Premio Princesa de las Letras y miembro de la RAE, vierte su faceta filosófica y su don para la palabra.

Por supuesto, no todo es lo que puede parecer en un inicio y compuesta en diálogos que en la mayor parte del tiempo se sostiene sobre dos personajes y con un gran peso de la palabra, José Sacristán y Ana Marzoa hacen gala de su oficio e interpretan a esta peculiar pareja que se encuentra ante su gran encrucijada. Diálogos e incluso monólogos que Mayorga ha escrito para llevar al espectador de La Abadía a preguntarse si no estará el autor jugando con el espectador.

Si bien a ratos la curiosidad nos guía y nos hace preguntarnos qué habrá en esa colección para ser tan importante para sus dueños, en seguida nos damos cuenta de que en realidad la obra puede tener tantas lecturas como espectadores. En este contexto, entendemos que las cajas que se ven en ese sobrio escenario no tienen por qué ser exclusivamente obras de arte si no recuerdos. Así, nos abandonamos al disfrute reflexivo en torno al valor que damos a los objetos, propios y ajenos, y cómo estos, a su vez, nos devuelven una visión bastante certera de lo que somos.

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