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Arte

Max Ernst: un extenuante 'collage' del genio surrealista

El Círculo de Bellas muestra en una exposición la versatilidad del artista y su poliédrica relación con el cine

Max Ernst: un extenuante ‘collage’ del genio surrealista

El artista alemán Max Ernst esculpiendo una de sus esculturas. | Wikimedia Commons

En el misterioso fondo de nuestro ser palpita un universo infinito en el que todo se mezcla con todo. Una hoguera de pura vida, materia onírica cuya comprensión se nos escapa como agua entre los dedos. En el siglo XIX, la recién creada ciencia de la psicología lo llamó inconsciente, y a principios del XX unos cuantos genios afilaron los costados del arte para adentrarse en él. Coincidiendo con la celebración del centenario del movimiento surrealista, el Círculo de Bellas Artes recuerda a uno de sus más brillantes exploradores con una ambiciosa exposición: Max Ernst. Surrealismo. Arte y cine.

El visitante debe saber, antes de adentrarse en ella, que no se trata de una exposición al uso. Hay solo unas pocas obras originales de las llamadas «de prestigio» de su protagonista. Algún cuadro reconocible, como Las tentaciones de San Antonio o Las hijas de Lot, y alguna escultura, como Homme. Pero no van por ahí los tiros. La propuesta del Círculo de Bellas Artes es muy conceptual: una exhaustiva descripción del inmenso campo magnético de un artista-explorador que no se cerraba a nada.

Los comisarios Martina Mazzotta y Jürgen Pech han dispuesto cerca de 400 piezas en una coreografía compleja: una pintura acecha en una pared a pocos centímetros de una pantalla que exhibe películas perturbadoras, mientras en el centro de la sala reposan los libros científicos, filosóficos y de toda condición que azuzaban la creatividad surrealista. Un poco más allá, los collages más experimentales de Ernst, junto a sus peculiares frottages, ingeniosos juegos entre lápiz, papel y madera del que brotan diminutos seres. 

El cine es el hilo conductor. Un tipo inquieto como Max Ernst (1891–1976) no podía sino quedar atrapado por el gran invento narrativo de su siglo. Los comisarios de la muestra recuerdan que Ernst fue «un pintor, escultor, dibujante, artista gráfico, poeta y teórico del arte que disfrutaba sin cesar con la experimentación», un Da Vinci del siglo XX. Y explican que la intención de este proyecto era «poner su vida y su arte en movimiento», elemento esencial del cine e ideal para propagar el fuego interno de Ernst. 

Por un lado, argumentan los comisarios, su obra «ha inspirado masivamente el cine surrealista, así como a directores de cine de años posteriores y hasta la actualidad». Además, «la vida caleidoscópica e inconfundible de los dadaístas, surrealistas, románticos, parafísicos y humanistas inspirados en gran medida en el Renacimiento se ha convertido en objeto de numerosas películas y documentales». En concreto, Ernst «utilizó decorados teatrales, escenografías e incluso tarimas de madera para crear sus obras. Al tiempo que producía realidades maravillosas y transformaba lo banal en poético, comunicaba su compromiso con un tema fundamental: la relación entre la imagen real y la percepción del observador»

Imagen del espacio en el que se desarrolla la exposición, en el que conviven cuadros, vídeos, esculturas y otros formatos.

Un torbellino de arte, vida y cine

Su pasión por el cine lo llevó a ser miembro de jurados cinematográficos y hasta diseñador de galardones para premios de cine, que se pueden ver en la muestra. Era un tipo atractivo, con «un aura impactante, al que no le importaba posar para fotografías; y como actor, protagonizó importantes películas y documentales». Ese sex appeal lo llevó, además, a multiplicar su impacto en la figura de mujeres como Peggy Guggenheim, que lo ayudó a escapar de los nazis en los años 40 y se convirtió en su tercera esposa… antes de ceder el testigo a la joven artista Dorothea Tanning, con la que se casó en una doble boda junto con la peculiar pareja formada por el fotógrafo Man Ray y la bailarina y modelo Juliette Browner.

Todo este torbellino de vida y arte aparece en la muestra del Círculo con un detalle que llega a resultar apabullante. Fragmentos de películas y proyecciones inmersivas establecen un diálogo constante y dinámico con las obras. Se incluyen extractos de películas como Un perro andaluz y La edad de oro de Luis Buñuel, Los sueños que el dinero puede comprar y 8×8: Una sonata de ajedrez en 8 movimientos de Hans Richter, Max Ernst Mi vagabundeo, mi inquietud de Peter Schamoni, y cortometrajes como Una semana de bondad de Jean Desvilles, Maximiliana de Peter Schamoni, o dos piezas más de Julien Levy presentadas aquí al público por primera vez.

Las conexiones tan caras al inconsciente se suceden. En una de las salas, la intertextualidad se desborda hasta límites difícilmente soportables para la consciencia. Una serigrafía de El vestido de la novia cuelga de la pared con la falsa inocencia de una obra «normal», hasta que una cartela nos explica que también aparece en la secuencia inicial de la película Deseo, cuyas imágenes fluyen por una pantalla en la pared contigua, y que, además, formó parte de la improvisada exposición que Max Ernst organizó para Peggy Guggenheim en un árbol platanero en marzo de 1941, mientras se encontraba varado en la Villa Air-Bel, en Marsella, junto con otros artistas, a la espera de partir hacia los Estados Unidos.

Desire, por cierto, forma parte de la serie Sueños que el dinero puede comprar, de Hans Richter. Un poco más allá, termina de golpear el conjunto una reproducción en gran formato de la fotografía que muestra a un Max Ernst ligero de ropa jugando al ajedrez con Dorothea. ¿Otro sueño a la venta? Las piezas y el tablero son desproporcionadamente grandes y la partida se desarrolla, parece, al aire libre. Antes (¿o era después?) de esa sala, otra daba cuenta de la obsesión de Ernst por los microbios y la astrofísica y las matemáticas y… Fascinante. Agotador.

Bien adentro de la madriguera del conejo de Alicia, encontramos un poco de árnica en el cuadro La tentación de san Antonio, puro Ernst en un tradicional (¿tranquilizador?) óleo sobre lienzo. Traído del Museo Lehmbruck de Duisburg, su presencia magnética llena toda una pared. Pero otra vez la espiral de la muestra nos arrastra. El cuadro tiene su historia, y relacionada, por supuesto, con el cine. Resulta que en 1945 se convocó el concurso para elegir el cuadro que se incluiría en la producción de Hollywood The Private Affairs of Bel Ami, de David L. Loew, que a su vez…

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