La camisa blanca del Prado
La fórmula musical elegida por el Museo del Prado para desearnos el Año Nuevo es toda una declaración de intenciones
No sé cuántas veces he ido al Museo del Prado en estos últimos veinticinco años. Menos de las que querría, estoy seguro. Tampoco sé cuántas veces he escuchado a Ana Belén cantando España, camisa blanca, aunque sí sé cuándo la escuché por primera vez: viajando de Salamanca a Madrid, en 1997, yendo a conocer en el Museo a la hermosísima condesa de Vilches, retratada por Madrazo, sita entonces en el Casón del Buen Retiro. Me acompañó todo el viaje, junto con canciones de Mecano y de La Mandrágora. Iba, pues, bien apertrechado de pop español.
Por eso, este fin de año, cuando vi en el otrora Twitter el videoclip con que «el Museo del Prado desea lo mejor para 2025» en el que la intérprete cantaba la terriblemente hermosa canción de Víctor Manuel, no pude dejar de sentir que, en vez de «¡feliz año!», el Museo me decía «sentido pésame, hermano». No solo por la perturbadora y reflexiva letra, sino por la como mínimo curiosa selección plástica, toda una lección audiovisual de close-ups expresionistas. Desde luego, quiero creer que colocar en primer plano al hijo de Guillermo de Orange, el gobernador Justino de Nassau, humillándose ante el capitán general de Flandes, Ambrosio Spínola, en La rendición de Breda (1634), de Velázquez, justo cuando la cantante dice «donde sentarnos y conversar», es una muy irónica o graciosa casualidad, pues me turbaría un poco que el video hubiera sido editado de esa manera a propósito.
Obviamente la pieza es toda una declaración de intenciones por parte de quienes administran el Museo en la actualidad (aunque no me atrevería a decir cuáles). Sin embargo, a mí me habría gustado un poco más de optimismo y alegría, quizá por la manía venezolana de vestirnos con una prenda amarilla el último día del año, hacer una maleta antes de las doce y salir a la calle para atraer la fortuna y los viajes, compartir las hallacas con los vecinos, y cantar, abrazados, gaitas, merengues, aguinaldos navideños (hay vida más allá del burrito sabanero), y «yo no olvido el año viejo, porque me ha dejado cosas muy buenas», «qué te pasa viejo año qué te pasa, que ya tienes tus maletas preparadas», y «oh, luna, que brilla en diciembre», recordando siempre que la costumbre de comer uvas con las campanadas de medianoche la popularizó Andrés Eloy Blanco en Venezuela tras presenciarla en la Puerta del Sol, en diciembre de 1923, lo que lo impulsó a escribir su hermoso poema Las uvas del tiempo, que habitualmente los venezolanos escuchamos quince minutos antes de terminar el año.
Incluso habría preferido la (un poco) cursi Un año más, de Mecano, porque «en la Puerta del Sol, como el año que fue» se reúnen «marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro cura despistao»; y «entre gritos y pitos, los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez algo a la vez». En todo caso, creo sinceramente que finalizando el ciclo, puestos a escuchar canciones melancólicas y de despedida, mejor poner la Fiesta de Serrat («Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de mi calle, ayer a oscuras, y hoy sembrada de bombillas»), no el planto con que el 30 de diciembre Ana Belén y el Museo del Prado nos dieron el pésame de año nuevo. Y, encima, a capela.