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'Bitelchús Bitelchús': ¡Buenas noticias, Tim Burton vuelve a estar en forma!

El nuevo largometraje del maestro del terror gótico es una solvente comedia que recuerda a sus mejores años

‘Bitelchús Bitelchús’: ¡Buenas noticias, Tim Burton vuelve a estar en forma!

Michael Keaton caracterizado como el fantasma Bitelchús durante una de las escenas del largometraje. | Warner Bros. España

En las dos últimas décadas del siglo pasado Tim Burton (Burbank, 1958) se convirtió en nuestro friki favorito. Encadenó en aquellos años películas notables en las que desplegaba un universo propio inspirado en los mitos y monstruos clásicos del terror gótico —Bitelchús, Eduardo Manostijeras y Sleepy Hollow— y rodó al menos una obra maestra: Ed Wood. Después su carrera empezó a tener baches y a dar tumbos y entró en una insufrible reiteración de tics y clichés cada vez más cansinos. Poco a poco, dejó de ser nuestro friki predilecto. 

Por eso, ante el estreno de una continuación de Bitelchús titulada Bitelchús Bitelchús, de entrada un servidor no se puso a dar saltos de alegría y acudió disciplinadamente al pase para la prensa arrastrando un poco los pies. Pero resulta que tengo una gran noticia que darles: Tim Burton vuelve a estar en forma y parece haber recuperado el entusiasmo por hacer cine. Ha hecho una película deliciosa, muy divertida, llena de detalles ingeniosos, bonitos homenajes y un ritmo endiablado que nunca desfallece. Si me senté en la butaca con algún recelo, me ha levantado al acabar la proyección con una sonrisa de oreja a oreja. 

Vale, no nos pasemos de candorosos: es más que probable que la primera motivación de esta secuela haya surgido de un despacho de Hollywood en el que a un ejecutivo le ha aparecido el signo del dólar en los ojos al tener esta ocurrencia: «Hagamos una segunda parte de Bitelchús, porque nos vamos a forrar». Es apostar sobre seguro por pura sociología: los que eran jóvenes en los ochenta ya tienen edad de ponerse nostálgicos y ahí hay un filón. ¿Qué otro motivo justifica sino las secuelas de Los cazafantasmas, a cada cual más mala e innecesaria? La nueva cinta de Burton nace también de esta explotación de la nostalgia generacional, pero eso no es intrínsecamente malo si el resultado es —como en este caso— un producto honesto y bien construido, que no toma al espectador por imbécil. 

En la nueva entrega nos reencontramos con la familia Deetz, que en la primera compró la estrambótica casa victoriana de la colina, con fantasmas dentro, en el pueblecito de Winter River. Ahora Lydia, aquella adolescente gótica a la que interpretaba Winona Ryder, ha crecido y presenta como médium un programa televisivo sobre lo paranormal, mientras su productor y aspirante a pretendiente (Justin Theroux) trata de exprimirla como a una gallina de los huevos de oro. La madrastra (la portentosa actriz cómica Catherine O’Hara) ha triunfado como pretenciosa artista de vanguardia y Lydia tiene una hija que también ha salido tenebrosa (Jenna Ortega, en un papel muy similar al de la serie Miércoles). Cuando el padre de Lydia —aquel excéntrico amante de los pájaros— fallece devorado por un tiburón tras un accidente aéreo, la familia regresa a Winter River para enterrarlo y vender la casa de la colina (no sin que antes la pretenciosa vanguardista la envuelva toda en un velo negro de luto a lo Christo). Y una vez allí, claro, reaparece el fantasma demoniaco Bitelchús, un Michael Keaton desatado: ¡en una escena hasta sale vestido de torero!

El personaje del pater familias amante de los pájaros, que sigue teniendo un papel pese a haber muerto, planteaba un serio problema logístico. Porque el actor que lo interpretaba, Jeffrey Jones, está ultracancelado después de haber sido detenido hace años por posesión de pornografía infantil y abusos a un menor de 14 años. ¿Cómo resolver la papeleta? Burton y sus guionistas han tenido un par de ideas geniales que no les desvelaré para no incurrir en spoiler

Se incorporan aquí nuevos personajes que aportan grandes momentos a la función. Monica Bellucci como la muerta más sexy del universo pese a tener la cara atravesada por las cicatrices de un recosido (la escena en que recompone su cuerpo desmembrado es antológica). Y Willem Dafoe como un actor también fiambre que en su vida terrenal fue famoso por el personaje de policía que interpretaba. Ahora, en el mundo de ultratumba, sigue tan metido en el papel que se cree un investigador de verdad (salvo cuando su fiel secretaria le recuerda que es un actor). Además, Burton da rienda suelta a su amor por el cine artesanal. Utiliza la animación stop-motion a la que es muy aficionado (recuerden La novia cadáver y Frankenweenie). Y máscaras y maquillajes estrambóticos para los seres de ultratumba: oficinistas de cabeza jibarizada, el marido muerto de Lydia que lleva incorporadas las pirañas que lo devoraron en el Amazonas, un Papa Noel chamuscado en una chimenea, un surfista que es solo tórax y media tabla porque el resto se lo ha zampado un tiburón…

A todas las virtudes hay que añadir dos preciosos homenajes con los que el señor Burton ya me ha ganado definitivamente: uno al gran director Mario Bava, con un flashback en forma de película en blanco y negro que homenajea al cine gótico italiano y en especial a La máscara del demonio de Bava. Y el segundo, una escena de boda en forma de musical con el temazo MacArthur Park de Jimmy Webb en la versión cantada por Richard Harris. El imaginario de Burton es una combinación de los entrañables monstruos de la Universal y la Hammer; de la gloriosa Familia Addams del caricaturista Charles Addams; de su idolatrado histrión Vincent Price; de las distorsiones del cine expresionista alemán; de Sombras tenebrosas, la serie televisiva setentera de Dan Curtis a la que rindió homenaje en su remake del mismo título… Su estética es la de lo macabro juguetón y con humor, muy conectado con la fiesta de Halloween, que es la fecha señalada en la que desemboca Bitelchús, Bitelchús. ¿Será esta película flor de un día o Tim Burton ha reencontrado la buena senda y volverá a ser nuestro friki preferido?

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