Film Boutique: 'Tardes de soledad'
El documental taurino de Albert Serra explora la solitaria labor de aquel que se enfrenta a su propia razón de ser
«Mi película más convencional es más osada que todo el cine español». Son palabras de Albert Serra, un excelente cineasta nacido en la provincia de Gerona, igual que Dalí. Como él, su obra se mueve entre lo onírico, el humor, la experimentación y una personalidad pública que se diría instalada en la performance. Desde sus inicios contó con el apoyo y consideración del cine francés de autor. De hecho, es Cannes quien suele seleccionar sus películas. Sin embargo, Tardes de soledad, de reciente estreno, se presentó en el Festival de San Sebastián. Allí ganó una merecida Concha de Oro. Una película documental taurina que nos sumerge en un particular universo introspectivo, el del trance que vive el torero Andrés Roca Rey en cada corrida de toros.
Como el tema es polémico y Serra un autor que no evita las confrontaciones, digamos que la película parecía llamada al escándalo. Pero la realidad es que, siendo la representación más cruda que jamás se ha hecho de la fiesta taurina, no ha suscitado exabruptos significativos, lo que indica que, como tantos otros problemas mediáticos, el asunto de los toros tiene más de ficción política que de rechazo social. También es cierto que Tardes de soledad tiene la cualidad de escapar a cualquier visceralidad, porque la película es en sí una obra valiosa. Os cuento por qué merece la pena ir a verla al cine.
Tardes de soledad tiene un esquema narrativo muy sencillo. Seguimos a Andrés Roca Rey y su cuadrilla en el trayecto a la plaza de toros, dentro de una furgoneta que tiene algo de vientre materno. En ese trayecto, toreros y banderilleros se dan ánimos, comentan sus expectativas, etcétera. Un vaivén de comentarios aparentemente banales pero tensos.
Luego está la parte clave: la faena, rodada con una belleza monumental que sabe moverse en el lenguaje sacro del ritual del toreo. Brilla particularmente la composición de imagen, los colores, pero sobre todo, el diseño de sonido. El espectador puede oír cada pequeño comentario surgido dentro de la plaza como si estuviera en mitad del ruedo. Ríanse ustedes de Avatar, esto sí que es una genuina experiencia 3D. Y tras la faena, el retorno al hotel siempre ensangrentado, con alguna dolorosa fractura. Y así se repiten las faenas y tránsitos. Tardes de toreo donde Roca Rey mira a los ojos de la muerte, literalmente, poniendo su vida al servicio de algo más que un arte milenario. Se sabe conectar con códigos semejantes a los de Picasso: antropología, mito, erotismo…
Pero hay algo más: La soledad. La soledad de un maestro, en este caso taurino. Pero podría ser de otra disciplina. La soledad del que se juega la vida y sale airoso –o no-. Un personaje que se ve rodeado por su cuadrilla, que le anima y trata de protegerle de toda agresión, sea del público o del toro, pero cuyas voces en el fondo están como lejanas. Porque Roca Rey está ya de facto en otra dimensión. El mensaje parece ser quien se enfrenta a un reto existencial siempre está solo. ¿Es esta película en realidad, un autorretrato? ¡Olé, maestro Serra!
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