'Ghostlight': el teatro de Shakespeare es la mejor terapia
La película, que trata sobre una familia y está realizada por una familia, es una pequeña y emotiva maravilla ‘indie’

Escena de 'Ghostlight'. | Festival Films
Ghostlight es una película familiar en muchos sentidos. Trata sobre una familia, está realizada por una familia e interpretada por otra familia. En seguida se lo explico con más detalle, pero antes les apunto que este modesto largometraje indie estadounidense es una pequeña maravilla, uno de esos milagros que de vez en cuando nos regala el cine.
La idea se le ocurrió a la actriz Kelly Sullivan durante el confinamiento de la pandemia. Añoraba los escenarios y a sus compañeros de reparto porque las salas permanecían cerradas y se puso a escribir un guion sobre un grupo de teatro amateur. Cuando arrancó el rodaje, estaba embarazada y codirigió con su marido, Alex Thompson. Ya habían hecho juntos Saint Frances (él como director, ella como guionista y protagonista). A la hora de elegir el reparto para Ghostlight, Kelly Sullivan tenía claro que el papel principal tenía que ser para Keith Kupferer, con el que había compartido escenario. Sabía que bordaría el papel de un rudo obrero que pavimenta calles y está procesando una tragedia familiar. La familia la completan una esposa y una hija, la segunda de las cuales tiene un protagonismo destacado.
El actor propuso que le hicieran una prueba para el papel a su hija adolescente, Katherine Mallen Kupferer. No era puro nepotismo. La chica ya había demostrado su valía en un pequeño papel en ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret, que en España no se estrenó en cines y está disponible en alquiler en un par de plataformas de streaming; merece la pena echarle un ojo. Es la adaptación de una novela juvenil escrita en los años setenta por Judy Blume, que en Estados Unidos es muy popular. Todo un clásico con el que han crecido varias generaciones de chicas. Recientemente se volvió a hablar de ella debido a que algunos Estados ultraconservadores como Florida la retiraron de las bibliotecas escolares porque, ¡horror!, aborda temas como la menstruación y el descubrimiento de la sexualidad.
Pero volvamos a Ghostlight. Quedaba por adjudicar el papel de la madre de la familia. Adivinen para quién fue. Pues sí, para la esposa y madre de los otros dos actores: Tara Mallen. Que sea una verdadera familia –los tres actores– la que interpreta a la familia protagonista es un valor añadido, porque además de que todos están estupendos, se nota en la pantalla la química que hay entre ellos.
Hay un cuarto papel relevante en la película: el de una actriz ya mayor y retirada, que se ha apuntado al grupo de teatro amateur con el que entrará en contacto de forma azarosa el obrero en plena crisis familiar. El grupo está ensayando Romeo y Julieta y aunque ella por edad no da, es la que tiene asignado el papel de Julieta. ¿Quién es la menuda actriz de rasgos orientales que interpreta a este personaje? La filipina Dolly De León. ¿Les suena? Permítanme refrescarles la memoria. Quizá la recuerden de El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund. Era la sirvienta filipina del yate de lujo que, tras el naufragio, acababa fundando un matriarcado. En esa película ya destacaba como consumada robaescenas y aquí vuelve a estar sembrada. Aclaremos por último que el título, Ghostlight, hace referencia a la luz de seguridad que permanece encendida en los teatros cuando la sala se oscurece para empezar la función.

Viaje emocional
Hechas las presentaciones, ¿de qué va la película? Es la historia del ya mencionado operario que pavimenta calles, cuya familia está procesando un duelo sin mucho éxito. Él está desquiciado, la hija está más desquiciada y la han expulsado del instituto, y la esposa tampoco pasa por su mejor momento. No les desvelo cuál es la pérdida que están procesando, porque eso se va descubriendo poco a poco, conforme avanza la trama. El hecho que desencadena la historia es que un día ese padre doliente descubre por casualidad que en un local de la zona en la que está trabajando hay un taller de teatro. Llevado por la curiosidad, entra y se encuentra con que están montando Romeo y Julieta. A partir de ahí su vida y la de quienes lo rodean empezará a cambiar.
Admitamos que el espectador debe asumir en el arranque altas dosis de lo que Coleridge denominó suspension of disbelief (suspensión de la incredulidad), que es el pacto que hacemos con la ficción para asumir cosas inverosímiles como que Superman vuela o Harry Potter tiene poderes de mago. En el caso que nos ocupa hay que tragarse que este hombre más bien tosco se deje engatusar para formar parte del grupo de teatro, que además da la casualidad que está montando Romeo y Julieta, cuyo argumento tienen una conexión con el trauma que arrastra la familia. Y por último, debemos creernos que el tipo no tiene ni idea de qué va la obra y se lo debe explicar su hija con un vídeo de la versión cinematográfica de Baz Luhrmann con Leonardo DiCaprio (le muestra la preciosa escena de la pecera).
Sin embargo, les aseguro que si hacen el esfuerzo de tragarse estas premisas, el viaje emocional que viene a continuación merece la pena. La película es un prodigio por la sofisticación con la que aborda las virtudes terapéuticas del teatro. Superado el artificio de su punto de partida, la cinta destila verdad, sensibilidad y belleza. Sin grandes alharacas, sabe seducirnos, atraparnos y turbarnos.
En enero de este año se estrenó –y aquí se la reseñamos– Las vidas de Sing Sing, basada en la historia real de un grupo de presos que trataban de dar un sentido a sus vidas, y en algunos casos reinsertarse en la sociedad, a través de la terapia del teatro. También allí Shakespeare formaba parte de la experiencia sanadora, porque como apuntó Harold Bloom en su ensayo sobre el bardo inmortal, su obra contiene todas las emociones humanas. Si Shakespeare es un clásico –y no un mero resto arqueológico– es porque sus palabras siguen vivas. Sus verdades son las nuestras. Y sus lecciones, inagotables.
Ahora esta película indie sobre cómo el teatro puede ayudar a superar un trauma desgarrador maneja a Shakespeare como referente para contarnos una historia de superación. Es vibrante y conmovedora. No se la pierdan (y tengan un pañuelo a mano por si las moscas).