'Sorda': angustias de la maternidad
La película de Eva Libertad ofrece un testimonio veraz y sin didactismo sobre las personas con esta discapacidad

Escena de la película 'Sorda'. | A Contracorriente Films
Hace ya algún tiempo que en la literatura y el cine la maternidad ha dejado de representarse como un publirreportaje de la plena felicidad y ha pasado a convertirse en algo más cercano a un campo de batalla (íntimo). Escritoras y directoras han abocado en libros y películas las múltiples angustias relacionadas con el tema: ¿el bebé nacerá sano?, ¿estaré a la altura como madre?, ¿el niño me succionará la vida, requerirá mi atención día y noche y entorpecerá mi carrera profesional?, ¿los cambios en el cuerpo y en el día a día afectarán a mi relación de pareja?
Ahora se suma a las representaciones de la maternidad como conflicto Sorda de Eva Libertad. Lo hace desde una perspectiva muy particular y original. Porque, como ya habrán intuido por el título, la protagonista suma a todas las angustias antes mencionadas el hecho de ser sorda, lo cual añade unos cuantos motivos más para la inquietud. Siendo ella sorda y el padre oyente, ¿el bebé oirá o será sordo? Los médicos son incapaces de saberlo hasta que nazca. ¿El hecho de ser la madre sorda va a hacer que la crianza sea mucho más complicada?
El primer mérito de esta película es evitar caer en el mero didactismo. Claro que viéndola descubrimos algunas cosas sobre los problemas de las personas sordas en su día a día, pero su protagonista está dibujada como una mujer de carne y hueso que tiene la particularidad de ser sorda. Es decir, que no pretende ser un estandarte, arquetipo o portavoz de todas las madres sordas. Cuidar este detalle en el guion es básico para que la propuesta funcione. Prueba superada.
La película tiene un segundo mérito: la actriz –Miriam Garlo– es sorda, lo cual añade veracidad a lo que se cuenta. Sin embargo, es importante apuntar que, más allá de su condición de sorda, es una intérprete muy sólida. No estamos ante un documental didáctico sobre madres sordas, sino ante una cinta de ficción que aborda esta realidad mediante un personaje que tiene sus propias complejidades, más allá de la condición que anuncia el título.
El proyecto nace de un cortometraje previo con el mismo título, la misma directora y la misma intérprete: Sorda, de 2021, que estuvo nominado en esa categoría en los Goya de ese año, aunque no ganó. Sus 18 minutos contenían el germen de la historia que cuatro años después despliega el largometraje. Veremos si Miriam Garlo puede desarrollar una carrera después de esta película; en Hollywood, otra actriz sorda, Marlee Matlin debutó con Hijos de un dios menor, ganó un Oscar y un Globo de Oro a la mejor actriz principal y después ha tenido una carrera bastante razonable en el cine.
Éxito de público en Berlín y Málaga
En los meses previos a su estreno en formato largometraje, Sorda ha ido recogiendo algunos galardones en festivales relevantes: compitió en la sección Panorama del Festival de Berlín y ganó el Premio del Público, y pasó después por el Festival de Málaga y se llevó los de mejor película, mejor actriz, mejor actor y de nuevo el del público. Este doblete de premios otorgados por los espectadores da una buena pista sobre la capacidad de la cinta para conectar con el respetable. Lo meritorio es que lo hace sin sobreactuar, sin sensiblería, sin sobrecargar la emotividad ni buscar la lágrima fácil.
Sorda muestra la vida en pareja de la protagonista con un hombre oyente que ha aprendido a comunicarse con ella mediante el lenguaje de signos y ha creado una burbuja protectora en torno a ella, para facilitarle la vida cotidiana. Sucesivas escenas van poniendo sobre la mesa los problemas diarios a los que se enfrenta una persona sorda cuando debe salir de esa zona de confort. La película trabaja también con solvencia la relación de ella con sus padres que, sin verbalizarlo, evidencian sus dudas sobre la capacidad de la hija para criar a un bebé.
El nacimiento de la hija y sobre todo la comprobación a los pocos meses de que es oyente genera una fractura en la pareja. Que la niña oiga es una buena noticia para todo el mundo, salvo para la madre, que siente que de este modo se crea una distancia entre ella y su hija. Y es aquí donde la cinta demuestra todo su músculo dramático, porque afronta esta situación sin paños calientes, dejando en evidencia las flaquezas y hasta el egoísmo –como mecanismo de protección– de la protagonista.
Después de esta escalada dramática, la película todavía guarda un último as en la manga. En los últimos 20 minutos cambia el punto de vista y el espectador ve –y sobre todo oye– la realidad a través de los ojos de la protagonista. Toda la parte final está contada desde la perspectiva de una mujer sorda. Es entonces cuando el público entiende –casi diríamos que vive en sus propias carnes– las dificultades diarias de comunicación que deben afrontar estas personas.
El grado de civilización de una sociedad se mide por su capacidad para integrar a las minorías. En ocasiones estas minorías son utilizadas como carnaza política y sobreexpuestas mediáticamente, como ha sucedido con los transexuales en los últimos tiempos, con resultados nefastos. Los sordos –o los ciegos– no cuentan con tan potentes altavoces y está muy bien que alguien les de voz. Esta película lo hace y tiene un indudable valor testimonial y de concienciación. Pero es por encima de todo un largometraje que se sostiene por la fuerza de sus personajes y por el buen desempeño del equipo técnico y artístico.