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'Never alone (Nunca más)': cuando Finlandia colaboró con los nazis

La película de Klaus Härö reconstruye un episodio poco conocido y muy vergonzoso de la historia de su país

‘Never alone (Nunca más)’: cuando Finlandia colaboró con los nazis

Escena de 'Never alone (Nunca más)'. | Surtsey Films

¿Qué relevancia tienen siete muertos entre los millones que perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial? Tratar de entender la magnitud del Holocausto a partir de las grandes cifras apenas aporta la fría estadística de la Historia en mayúsculas. Es cuando nos centramos en una historia concreta, en el sufrimiento de una persona, cuando accedemos a la verdadera dimensión de la barbarie. 

Hace unas semanas les hablaba en estas páginas de la biografía de Edith Stein, filósofa judía y monja católica que murió en las cámaras de gas de Auschwitz. Su historia estremece: no es una cifra, es una vida segada. Llega ahora a los cines españoles Never Alone (Nunca más), una película finlandesa de Klaus Härö que reconstruye un episodio poco conocido y muy vergonzoso de la historia de su país. Afectó solo a ocho personas, de las cuales siete perdieron la vida, pero puso en evidencia al Gobierno de Finlandia. 

Durante la guerra, el país mantuvo una posición indecisa, en parte por el miedo a ser eliminados del mapa por los rusos (un temor que sigue vigente). No mantuvieron la neutralidad de varios de sus vecinos, ni fueron invadidos por Alemania, sino que durante buena parte del conflicto se convirtieron en un país colaborador del eje nazi. 

Lo cual ponía sobre la mesa el espinoso tema de los judíos finlandeses. Esta comunidad era muy reducida en Helsinki. Estaba formada por familias que en su día huyeron de los pogromos de la Rusia zarista. Y uno de sus miembros más activo era Abraham Stiller, propietario de una sastrería visitada por la clase acomodada de la capital y con contactos en el Gobierno. 

En principio, esta comunidad judía estaba protegida mientras no se produjera una invasión alemana, porque tenía la nacionalidad finlandesa. Pero había otro grupo de judíos, llegados más recientemente, huyendo de los nazis, que no poseían la nacionalidad, sino que tenían estatus de refugiados. Eran personas que habían dejado Alemania y Austria ante la cada vez más inquietante situación y habían llegado en barco a Finlandia. 

Refugiados

Los protagonistas de la película son Abraham Stiller, que se compromete activamente a acoger a estos refugiados, y un matrimonio que ha llegado con su hijo pequeño tras huir de Austria en 1938. A la esposa le da trabajo Stiller en su sastrería. 

El largometraje arranca con una escena –filmada en blanco y negro para diferenciarla del resto del metraje– en la que, décadas después de esos sucesos, una joven periodista pregunta a un anciano Stiller sobre lo que pasó. Y él empieza a rememorar. 

Conforme avanzaba la guerra, los elementos más filonazis del Gobierno finlandés empezaron a maniobrar para quedar bien con los alemanes entregándoles a algunos judíos, y las presas más fáciles eran los recién llegados sin ciudadanía. 

Ahí es donde entra en acción Stiller, que mueve hilos con sus contactos ministeriales y muestra firmeza ante el atropello. La película logra dibujar muy bien la personalidad de este hombre que –entre la valentía y la inconsciencia– se empeña en creer en la justicia y se niega a admitir que las cosas están cambiando hasta tal punto que su propia vida empieza a correr serio peligro. El actor Ville Virtanen logra transmitir la determinación de esta persona, ya entrada en años, que debe moverse en una realidad muy inestable, en la que nunca queda claro dónde están las líneas rojas. 

Clichés

En cambio, donde el largometraje naufraga es en el modo de perfilar a los nazis y sus simpatizantes. Cae en todos los clichés que no hacen sino caricaturizar una realidad mucho más compleja. Aquí el alto funcionario estatal que se enfrenta a Stiller es un tipo siniestro y retorcido, vengativo y psicopático. La caricatura es el camino más fácil. Porque es incómodo pensar que también había nazis como Eichmann, aquel probo funcionario al que solo le preocupaba que los trenes de la muerte llegaran a su hora. 

El dislate llega a ser mayúsculo en la escena en la que ese funcionario finlandés visita Berlín con una lista de judíos para entregar y se presenta ante un alto mando militar, que lo recibe tocando el piano en una sala del ministerio, ¡como si fuera un villano de James Bond! 

Por suerte es solo una escena. El resto de la película, aunque se centra en la figura de Abraham Stiller, logra describir cómo el Gobierno, presionado, decide hacer una triquiñuela legal y permitir que un reducido grupo de judíos –ocho en total, de los que solo sobrevivió uno– sean deportados a Alemania bajo la falsa acusación de haber cometido algún supuesto delito. 

Inmediatamente después cesaron las deportaciones, pero ese hecho vergonzante merece ser contado para no olvidar esos tiempos oscuros. No les destriparé el final, pero regresa el blanco y negro y un trozo de algodón en una cajita, vinculado con un ritual judío, tiene un notable peso dramático. 

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