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Cine

'Valor sentimental', una prodigiosa indagación en la familia y la creación artística

El director noruego Joaquim Trier firma la que probablemente sea la mejor película estrenada este año

‘Valor sentimental’, una prodigiosa indagación en la familia y la creación artística

Fotograma de 'Valor sentimental'. | Elástica Films

«La ternura es el nuevo punk» soltó el cineasta noruego Joaquim Trier en la rueda de prensa posterior a la proyección de Valor sentimental en el último festival de Cannes. Una de esas frases retadoras que les da el titular hecho a los periodistas. Era un modo de justificar que él, que venía de unos inicios contraculturales, con películas llenas de rabia juvenil como Reprise y Oslo, 31 de agosto, estaba presentando un largometraje de madurez cargado de sensibilidad a flor de piel, que no sensiblería, de la que no hay ni un gramo. Es lo que tiene cumplir años: cambian las perspectivas y las prioridades. Uno va entendiendo qué es lo verdaderamente importante en la vida.

Valor sentimental llega hoy a los cines españoles. La he visto ya dos veces y en ambas ocasiones he salido del cine conmovido y entusiasmado. Pongo las cartas sobre la mesa: a falta de un mes para cerrar el año, diría que es la mejor película estrenada en 2025. Por la primorosa construcción de un guion con diversas capas; por el firme pulso con el que está dirigida; por las arrebatadoras interpretaciones de los cuatro protagonistas y, de propina, por la preciosa banda sonora, que incluye canciones de Terry Callier y Roxy Music. Todo ello al servicio de una historia que habla de la familia y las heridas todavía abiertas del pasado, de la inestabilidad emocional y la búsqueda del afecto y el equilibrio, y de la creación artística y su relación con la vida.

He hablado de cuatro protagonistas —un padre cineasta, dos hijas y una actriz—, pero en puridad habría que añadir a un quinto personaje omnipresente: una casa roja de madera en un barrio residencial de Oslo. A la que, según la redacción escolar de una niña que vivió en ella, «le disgustaba más el silencio que los ruidos». Una casa repleta de objetos cargados de valor sentimental.

En esta casa reaparece, durante la despedida de la madre recién fallecida, el padre ausente. Se llama Gustav Borg (un colosal Stellan Skarsgård, en el papel de su vida) y es un reputado director de cine que abandonó a sus hijas para consagrarse a su arte y a la vida bohemia. Se llama a sí mismo «el último mohicano» y los nuevos tiempos no le sientan muy bien: lleva 15 años sin poder rodar. Ahora, a través de Netflix, le ha surgido la posibilidad de dirigir un último largometraje, que será el más personal. Además, quiere rodarlo en la casa familiar. Es una película sobre el suicidio de su madre cuando él tenía siete años. Aunque el verdadero tema —como se desvelará en un portentoso giro final— es en realidad otro.

Gustav quiere que la protagonice Nora, su hija mayor (radiante Renate Reinsve), que es actriz de teatro y ha ganado popularidad gracias a una banal serie televisiva. Pero ella se niega, porque nunca le ha perdonado el abandono: fue ella la que más sufrió el divorcio de sus progenitores. Y la que protegió a su hermana pequeña, Agnes (Inga Ibsdotter Lileaas, una actriz a la que seguir la pista), que vivió aquella época turbulenta de forma menos traumática y mantiene una relación más afable con su complicado padre.

Vida y representación

Tras la negativa de Nora a interpretar a la protagonista, Gustav, opta por Rachel Kemp (estupenda Elle Fanning), una joven estrella de Hollywood con ansias de meterse en proyectos ambiciosos, a la que conoce en el festival de Deauville.

Trier y su habitual coguionista Eskil Vogt cosen con mano maestra una trama en la que se entrecruzan las dinámicas familiares —con la imposible comunicación entre el padre y la hija mayor en el centro— y el poder sanador de la creación artística. O cuando menos su calidad de vehículo para expresarse, explicarse y buscar sentido a nuestras vidas. La película que está a punto de rodar Gustav se convertirá en el punto de encuentro entre él y sus hijas.

Joaquim Trier explora las conexiones entre la realidad y la ficción, entre la vida y su representación. ¡Eso es el cine! Y logra secuencias memorables como la del ataque de pánico que sufre Nora en los minutos previos a un estreno, hasta que al pisar el escenario toma posesión del personaje que interpreta y solo entonces se siente absolutamente segura. O esa otra en la que Gustav, en un ensayo en la casa, para motivar a la actriz americana, le dice que el taburete que tiene delante es al que se subió su madre para ahorcarse. La actriz se aparta horrorizada; después Gustav lo comenta con sus hijas, que se ríen: en realidad no es más que un anodino taburete comprado en Ikea, sin valor emocional alguno. Pero su truco de prestidigitador ha funcionado. Por último, en la escena final, la casa —que ya han vendido y sus nuevos propietarios han reformado— será recreada como decorado en un plató para desde la ficción evocar la realidad.

Exploración de emociones

Hay más escenas admirables, como esa en la que Gustav y Rachel Kemp pasean al amanecer por una playa de Deauville compartiendo confidencias. O esa otra en la que el cineasta visita a un viejo actor al que le ha propuesto participar en su película, pero comprueba desolado que está mucho más achacoso de lo que imaginaba. O esa en la que las dos hermanas leen el guion del padre y descubren que acaso las conoce mejor de lo que ellas creían, sobre todo a la infeliz Nora.

Renate Reinsve compone a este personaje femenino enojado con el mundo y deseoso de encontrar «un hogar» con el mismo aplomo con el que se metió en la piel de la desnortada treintañera de La peor persona del mundo. Era el anterior largometraje de Joaquim Trier, con el que el director dio un salto de gigante en la calidad de su obra. Ahora, con Valor sentimental da un paso más en su ascenso a la excelencia en la exploración de las emociones, anhelos, flaquezas y búsquedas de los seres humanos.

Lo dejó escrito Tolstói en el célebre arranque de Ana Karenina: «Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Él sabía que es en las familias infelices donde está el germen de las grandes novelas. Y de las grandes películas, como Valor sentimental.

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