Vidas, secretos y mixtificaciones de Josep Pla
La biografía del escritor de Xavier Pla es una vasta obra de documentación fallida por una estrecha óptica nacionalista
Cualquier existencia, incluso la más vulgar, es un tesoro (desordenado) de instantes. Unos son públicos. Otros, íntimos. Los primeros perfilan la máscara de los personajes que, de forma voluntaria o tácita, todos interpretamos. Los segundos esconden, incluso en el caso de las personalidades egotistas, nuestros secretos, incluyendo los que tienen el poder de destruirnos. Esta regla infalible puede aplicarse a Josep Pla (1897-1981), sin duda, y mal que le pese a la cofradía de los nacionalistas e independentistas, el mejor prosista en catalán de todos los tiempos. Un escritor que sigue teniendo público más de 40 años después de su deceso e hizo por su lengua más que todos los académicos, mandarines y prebostes de la cultura catalana oficial, que no reconoce a quienes, desde Cataluña, han elegido escribir en español y manipula a aquellos que, escribiendo en catalán, nunca comulgaron con su indigenismo tribal.
La última biografía sobre el gran escritor catalán, firmada por Xavier Pla, profesor universitario de literatura en Gerona, al que a pesar del apellido no le une vínculo alguno con su retratado, es una muestra de esta operación de reformulación en clave nacionalista que, siguiendo el protocolo de cualquier otra Iglesia, trata de redimir a la oveja perdida de sus supuestos pecados, concediéndose a sí misma el monopolio de la virtud moral y la ejemplariedad pública, incluso cuando el redimido no lo haya pedido ni lo hubiese deseado.
El estudio de Xavier Pla —Un corazón furtivo (Destino)— es también un meritorio trabajo de documentación y exégesis. El autor ha tenido acceso (previa selección de sus herederos) a los archivos familiares, los epistolarios, muchos documentos inéditos y casi todos los manuscritos originales —Pla escribió siempre a mano— del periodista catalán. Todo este material, inequívocamente valioso, le permite documentar con apariencia objetiva la vida de Pla, que expone en 1.500 páginas que, acaso, sean excesivas. La colosal extensión del libro deviene de su condición de cofre: el biógrafo, obsesionado por los detalles, sacrifica el relato de la peripecia vital del autor de El cuaderno gris a un constante ejercicio de contraste que dilata (sin necesidad) la lectura y sitúa al lector no ante una narración de corte interpretativo, basada en hechos, sino ante un encadenamiento sinfín de filípicas profesorales —explicando cosas tan elementales como los procedimientos retóricos o los métodos de depuración estilística de la escritura— dictadas desde una cátedra. Un material que es muy interesante para especialistas y filólogos, pero que incumple una ley inmutable de la literatura de Pla: hacerse inteligible.
No es que la biografía de Xavier Pla no sea clara. Se trata de que parece haber sido escrita por Funes el memorioso, ese personaje de Borges que recuerda, con absoluto pormenor, todos los hechos de la realidad, uno a uno, todo el tiempo. Sin cesar. La tarea documental, pues, es despareja: datos de indudable interés, muchos de ellos desconocidos, aunque de filiación siempre difusa, cosa que en absoluto solucionan los apéndices dedicados a reseñar las fuentes —que el biógrafo denomina, a la manera de Genette, paratextos finales— son valorados de forma equivalente a cuestiones banales o muy secundarias —como la transcripción casi íntegra de la célebre entrevista de televisión con Soler Serrano, presentada, sin mucha base fáctica, como un ritual teatral—, convirtiendo así el libro en una guía de investigación que nos informa paso a paso de las dificultades del biógrafo (interrumpiendo o eternizando el discurso).
Da la impresión de que Xavier Pla no tenía del todo claro el tono para su biografía o, quizás, ha querido hibridar demasiados géneros. Por un lado, opta por una narración en un tiempo histórico simulado —el previsible presente histórico que tanto demandan determinados editores para poder presentar como novela lo que es ensayo— y, por otro, al sostenerse en los archivos y en las correspondencias de Pla, no tiene más remedio que detenerse, mostrar e ilustrar (mediante la reproducción interminable de catas textuales, muchas prescindibles) sus conclusiones. Un corazón furtivo se sitúa así en un territorio que, más que ambiguo, lo que hubiera sido interesante, es indefinido, al prometer una cosa —el relato de la vida (amarga) de Pla— y dar, en gran medida, otra cosa —un catálogo comentado de sus papeles personales—.
‘El hombre del abrigo’
El excelente arranque del libro —la amplificación de una anécdota elevada a categoría: Pla vestía con ropa prestada— decae a medida que avanza la lectura, volviéndose a asomar, igual que el cauce del Guadiana, en determinados capítulos —por ejemplo, la parte destinada a la elaboración de El cuaderno gris—, pero decayendo en otros pasajes. Es natural que, tras diez años de investigación, dada su condición de director de la cátedra Josep Pla, el biógrafo pueda sentirse abrumado ante la ardua tarea que supone reconstruir una existencia ajena, pero Xavier Pla incurre en ese vicio (tan profesoral) de intentar desmentir, aunque páginas más tarde acabe enmendándose a sí mismo, a otros autores que han escrito antes, y sin duda mejor, sobre Pla.
Es el caso de Valentí Puig, autor del excelente Diccionario Pla de Literatura (Destino) y de El hombre del abrigo (Athenaica), el mejor ensayo sobre el escritor ampurdanés, al que Xavier Pla trata de corregir diciendo que Pla no era «el hombre del abrigo ni el hombre de la boina, sino el hombre de la gabardina». Es hinchar, por decirlo al modo de Cervantes, un perro. Al margen de estos incordios, el argumento maestro de Un corazón furtivo explota el retrato más conocido de Josep Pla como un individuo que, preso de un pacto fáustico, desplaza la vida y su felicidad personal en favor de la escritura, hasta llegar a convertirse —se narra con un cierto patetismo escénico en el capítulo final de la biografía— en una caricatura de sí mismo.
Gran parte de la labor de exégesis de Xavier Pla se dedica a concretar, mediante la sucesión de documentos fragmentarios, la célebre teoría de Gabriel Ferrater: el autor de Las horas es un escritor autobiográfico y memorialístico que, paradójicamente, sepulta momentos claves de su existencia, ocultándose detrás de su personaje. En Pla, en efecto, no rige el pacto autobiográfico de Philippe Lejeune. Su literatura se conduce por otro sendero: la práctica de un realismo subjetivo, sintético, con vocación paisajística, obstinadamente descriptivo, también fascinante y contradictorio, donde cualquier sustantivo, cada cosa, queda iluminada —en esto consiste la extraordinaria capacidad de sugerencia de su escritura— mediante el arte de la adjetivación. Quien adjetiva, aunque no lo aparente, no sólo define, también interpreta y, por tanto, mira fundamentalmente a través de sus ojos. Pero no engaña a nadie.
Xavier Pla, en cambio, sacraliza la documentación planiana, que descifra como los hebreos leen la Torá, con la voluntad de extirpar la máscara del escritor, creada a través de su literatura —por tanto, una parte sustancial de su obra— de su rostro de hombre común y difunto. Pero no se trata exactamente de un ejercicio desmitificador. Es otra cosa. El biógrafo, que da por buenas con total naturalidad ensoñaciones como «la Cataluña del Norte» o la «ocupación de Cataluña», a la que presenta como una «colonia», califica la Guerra Civil como «una doble guerra entre catalanes y entre españoles». Recalca también (obsesivamente) si Pla escribe en castellano o en catalán y distrae demasiadas páginas para reconstruir —emulando las (irónicas) memorias de Josep María de Sagarra— los ancestros seculares del escritor de Palafrugell (que tampoco era, como dicta el remotísimo mito del origen de Roma, descendiente de Eneas).
Tesis simplista
Al cabo, termina formulando un proceso (textual) sobre la supuesta inmoralidad vital de Pla, sobre todo en tiempos de la Guerra Civil. No existe duda de que el autor de Viaje en autobús no fue un individuo ejemplar, aunque esto nada tenga que ver con su literatura ni explica por completo sus hechos vitales. Es simplemente cuestión de carácter. Su biógrafo retrata a Pla como un hombre misógino, un misántropo (bastante social, dados sus excelentes contactos sociales y políticos, desde la época de Francesc Cambó hasta la etapa de Tarradellas), alcohólico, reaccionario, injusto y demagógico, «alejado de la centralidad del catalanismo conservador», «un humorista triste» y un «hipócrita santificado». Juicios que se basan en la distancia que Xavier Pla descubre entre el fondo de armario de su epistolario, testimonios ajenos (otras correspondencias) y la estricta literalidad de sus obras y artículos periodísticos.
La tesis primaria es que Pla miente o disimula su carácter en sus libros y sí vierte toda la verdad en sus cartas. Una hipótesis excesivamente simple al tiempo que arriesgada, pues el mismo cinismo o doblez de sus obras —si damos por buena la mayor— se percibe igualmente en sus misivas. De hecho, el propio biógrafo llega a señalar relatos divergentes de hechos idénticos según sea el destinatario. ¿Mentía Pla en ambos registros: el público y el privado? ¿Su verdad reside sólo en sus cartas? ¿No estará también, camuflada, en sus obras literarias?
Para Xavier Pla cabe censurarle al periodista catalán su condición de hombre conservador, anticomunista y colaborador con la España franquista. A medida que transcurre el libro, el biógrafo, tras extenderse en la polémica del Premio de Honor de las Letras Catalanas, organizado por Ómnium Cultural, que vetó al escritor —el paso por el Purgatorio—, procede a concederle una piadosa absolución, perdonando tantos pecados terrestres por elevar el catalán a la condición de una auténtica lengua vernácula. Un corazón furtivo tiene mucho de biografía jesuítica. A Pla, que cuando Jordi Pujol le dijo que había que importar la socialdemocracia de Suecia le contestó que en Cataluña no había suecos, nunca le gustaron los Papas negros.