Jacinta era Florence: los secretos de Jacinta la pelirroja
La Residencia de Estudiantes publica una monografía en la que Christopher Maurer analiza el libro de José Moreno Villa
Qué libro más bonito acaba de publicar la Residencia de Estudiantes… De verdad: qué bien contada y qué bien editada en todos los detalles la historia interna (que no, por favor, la «intrahistoria») de Jacinta la pelirroja, el libro de poemas que José Moreno Villa (Málaga, 1887 – México DF, 1955) dio a la imprenta en 1929. Porque habrá muchos lectores que sepan argumentar por qué es totalmente irrelevante para la poesía saber quién se escondía detrás del personaje —en principio ficticio— a quien se dedicaban esos coloridos versos, pero a otros curiosos de la cultura, grandes chismosos del pasado, nos parece algo muy digno de ser sabido, pero no por cotilleo sino por alegría, y sobre todo si se nos cuenta con la finura filológica (es decir científica, humanista, sentimental, humana…) que ha aplicado a este asunto el profesor Christopher Maurer.
La cosa sucedió así: en noviembre de 2013, cuando ya no quedaba por los jardines de la Residencia ni uno solo de los confeti que habían traído, tres años atrás, las celebraciones por el centenario de la institución, Maurer leyó en el salón de actos una conferencia sobre José Moreno Villa y su Jacinta, uno de los libros más tradicionalmente celebrados entre todos los que escribió el pintor y escritor malagueño, quien sigue siendo el plusmarquista mundial de permanencia en la Residencia (vivió allí entre 1917 y 1936, y fue él quien, según contó en el precioso Vida en claro, apagó la luz de la casa antes de que ésta, inminentemente suplantada, se convirtiera en otra cosa).
En esa disertación, Maurer reveló que, tras muchas pesquisas, consultas, visitas y conjeturas, había logrado identificar sin dudas a la mujer real que se ocultaba tras ese pelirrojo disfraz, y de hecho contaba ya con testimonios de sus familiares. La mujer en cuestión era la estudiante neoyorquina Florence Louchheim, que en el verano de 1926 se matriculó en uno de los cursos de verano para extranjeros que tenían lugar en la Residencia (y cuyas clases de Lengua, por cierto, dirigía Pedro Salinas, otro poeta cuyas intimidades con norteamericanas sacudieron un tanto nuestras bibliotecas hace un cuarto de siglo).
Al parecer, en cuanto Maurer dejó de hablar, los responsables de la Residencia se abalanzaron para pedirle que pusiera por escrito todo eso, bien ampliado y detallado, y el resultado es este intachable libro que, más de una década después, llega a las librerías, y que trae no sólo la pequeña historia de ese breve romance, sino, con ella, un capítulo desconocido —y a su modo revelador— de la gran historia de aquel tiempo, esa Edad de Plata que debería empezar a ser felizmente conocida como «la historia interminable», dada la cantidad de sorpresas, inéditos o reinterpretaciones a las que da lugar (y estamos en vísperas del centenario del 27…).
El idilio entre el casi cuarentón artista español y la veinteañera americana se ha reconstruido a partir de materiales relativamente indirectos: cartas a otras personas, fragmentos de autobiografías, diarios de algunos «compañeros de viaje», rumores entre terceros, noticias veladas o insinuaciones en otros textos…, porque los materiales más directos son los poemas del libro, así como algunos dibujos de aquellos años (y aquí se reproduce por primera vez alguno de ellos). Es bonito que la columna central del asunto sea tan subjetiva y casi abstracta como ese minúsculo y pudoroso librito, y que tenga que venir envuelto y complementado por materiales textuales y plásticos mucho más concretos y precisos, pero menos mágicos (aunque sólo un poco menos: para los filólogos de raza, el ticket de una cafetería puede llegar a valer tanto como Las Meninas). A la luz de la interpretación de Maurer, el matrimonio entre los poemas y los documentos es todo lo perfecto que se puede, y a ello se suman los testimonios de la sobrina de Florence, quien llegó a regalar al autor (y después éste a la casa) los dibujos aludidos.
Los detalles sobre ese enamoramiento, y sus circunstancias, y su final… así como todas las digresiones pertinentes, en el libro. Por aquí sólo queremos constatar que negar la importancia de esta investigación es negar que la poesía se sostiene sobre la vida, y que se nutre de ella, y que nos podemos poner todo lo misteriosos y creativos y experimentales que queramos, pero nuestros libros son siempre muchísimo más testimoniales de lo que nosotros mismos sabemos, aunque hayamos escrito una biografía de Napoleón. Y cuánto más cuando, como en este caso, Moreno Villa era bien consciente de estar fijando en juguetones poemas un amor que le atravesó, y que nel mezzo del cammin di la sua vita estuvo a punto de hacerle cambiar de destino, de país, de vida… y que desde luego le cambió la mirada, el corazón y las expectativas, diez años antes de que la Guerra Civil se las cambiase de un modo mucho menos bonito y, ése sí, definitivo.
Lo decía en sus diarios Tomás Segovia, otro «español en México»: «la realidad es sólo la base, de acuerdo, pero es la base». Una crítica literaria que ignore o desoiga eso es una crítica literalmente desalmada, y desde luego condenada no sólo a la oscuridad y la incomunicación, sino a la insignificancia.