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Literatura

Yannis Ritsos: poesía para celebrar la belleza del mundo

Acantilado publica ‘Sueño de un mediodía de verano’, un caudaloso río de versos llenos de color

Yannis Ritsos: poesía para celebrar la belleza del mundo

Busto del poeta heleno Yannis Ritsos en su pueblo natal, Monemvasiá. | Wikimedia Commons

Se lee en Sueño de un mediodía de verano (Acantilado): «Nos subimos a las alas de las golondrinas y fuimos a cortar flores en el cielo. / El viento de verano no tiene secretos para nosotros que caminamos descalzos sobre la hierba y hablamos con las cigarras el lenguaje del sol». Una lectura deliciosa esta de Yannis Ritsos, escritor nacido en Monemvasiá, aquel rincón apartado del Peloponeso, en 1909. Un poeta del que también es conocida su faceta comprometida con sus ideales políticos, que le acarrearon algún disgusto entre la crítica; con reconocimiento o sin él, destacar que la palabra acaba encontrándole y él sabe cómo entrarle, alcanzando esta belleza caudalosa de encantos para continuar celebrando el verano.

Qué necesarios los buenos poetas que no están fuera del mundo. Así, la poesía guía el vigoroso camino para entender este mundo complejo. No tan vigorosa fue la salud de Ritsos. Escribió este libro en 1938, en Párnitha, durante su convalecencia en un sanatorio de tuberculosos, mal del que fueron víctimas varios de sus seres queridos. De todas formas, este escenario tan cruel no le hizo caer en la palabrería del día a día. Hay que ser muy valiente para mirar nuestro pasado. Y lo de Ritsos es como si intentara sobrevivir en aquello de Ángel González: «Sin esperanza, con convencimiento». Mantener siempre un mínimo de esperanza. De nuevo comprobamos que la literatura salva, o al menos es un consuelo.

Un sueño sensorial entre ecos clásicos

A pesar de la brevedad del libro, cierto es que no puede ser más gustoso. Una placentera experiencia entre onírica y sensorial —visual y auditiva—, que crea una especie de efecto impresionista al beber de la naturaleza. Arraigado a la tierra, amplifica la música del agua, de los pájaros y el milagro de la luz, «el campo se acerca semejante a una verde tortuga que despierta». Asistimos al encuentro de motivos que identifican el fruto de la existencia, además de ecos clásicos con la vida contemporánea. Ritsos cultiva el poema breve y atrae a él la esencia del paisaje amado porque siente, ajeno a confusiones entre sensibilidad y sensiblería, que el entorno es parte del corazón: «Al mediodía, mientras los adultos dormían, los niños salían de sus casas, se revolcaban en la hierba, mordían las hojas de los sauces y abrazaban a los árboles». El verso relajado, en capítulos muy cortos, en un presente narrado por los niños, hace sentir que estuviera el lector allí también, gracias a su frondosa atmósfera bucólica que anida en el universo de los juegos infantiles y la familia: «Dormíamos cuando no teníamos sueño. Comíamos cuando no teníamos hambre». Y, la naturaleza: «Hicimos de una cáscara de nuez una carroza. Un carrete de hilo eran sus ruedas. La enganchábamos a dos hormigas y la cargábamos de tréboles», bajo la danza de la lluvia, incluso, «los arrieros cantan la canción de la vendimia bajo el sol calcinante del mediodía».

A nivel narrativo, observa la realidad desde el respeto a los mayores, «mientras acariciamos las cansadas manos de nuestra madre» o «aún el abuelo salió al solecito a tejer con verdes ramas pequeños canastos para recoger madroños y huevos de paloma». A veces nos lleva a esa idea de que el mundo era antes más tranquilo, más habitable, de modo que en el pasado nos sentíamos más protegidos: «Antes hacíamos nuestros deberes, rezábamos nuestras plegarias y repetíamos que dos más dos son cuatro». 

Recuperar la memoria

No hay más voluntad que recuperar la memoria de la infancia por medio de revelaciones que construyen la evocación personal, pero que trazan también una cierta memoria colectiva. Tan mediterráneo, aprovechando el azul y la brisa, navega por el oleaje de las gramíneas y otras veces se mece al canto de las cigarras en el verano. Yannis Ritsos firma un texto de enorme sensibilidad que transita, sin artificios, en instantes de alegría, apuntes de nostalgias, huellas de esperanza y el obstinado olvido. 

Entre secretos

Inesperadamente, también entre escalofríos familiarmente cálidos: «Le pedimos después a las grajillas que no le dijeran nada a nuestras madres sobre lo sucedido, más allá de los árboles que chorreaban resina». En ocasiones, un libro tiene el poder de trascender, más real que ese duro camino que es la vida, «caminamos descalzos sobre la tierra caliente […] cada guijarro nos conoce como nosotros conocemos cada una de las estrellas que duermen en el agua». 

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Dicen que los recuerdos que resultan más vivaces son los provocados por los olores, que estimulan memorias con una fuerza sorprendente: «Un poema que huele a mar y a barcas cargadas de naranjas», concluye en su nota la traductora Selma Ancira sobre la palabra de este poeta reservado y con una personalidad poliédrica, «de temperamento eminentemente artístico, que también escribió poesía y teatro y pisó los escenarios como actor y también como bailarín». La clave de este texto, aparentemente sencillo e ingenuo, tal vez resida en esta frase de Ancira: «Para explicarme un verso se adentraba en las profundidades de la memoria y hacía surgir una imagen tras otra». Y, sin embargo, también es bueno olvidar. Es bueno y es inevitable, porque no podríamos vivir si recordáramos todo, como aquel cuento de Borges, Funes, el memorioso.

El resultado es una historia que leemos enganchados a cada línea, como al descubrir un montón de tesoros en una cajita de lápices. Una narración sencilla y placentera, en estos tiempos de consumo vertiginoso, en la que muchos se verán reconocidos.

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