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Literatura

'Nela 1979', réquiem por la generación de la heroína

Juan Trejo recuerda a su hermana, fallecida víctima de este opioide, y su relación con la escena contracultural de los 70

‘Nela 1979’, réquiem por la generación de la heroína

El escritor Juan Trejo. | ©Iván Giménez

Con las habilidades de trilero que le caracterizan, nuestro amado líder –Mr. Handsome, El Uno, El Puto Amo– nos tiene a todos entretenidísimos en el apasionante debate de si con la muerte de Franco llegó la libertad o tardó un poco más. Este muerto está muy vivo, como decía el título de una comedia chorra de finales de los ochenta. En lo que quienes recordamos esa época –aunque fuera siendo un niño, como en mi caso–, sí nos pondríamos de acuerdo es en que ansias de libertad había. Tantas que a algunos se les atragantaron. 

Entre las postrimerías del franquismo y la consolidación de la democracia tras el susto y la vacuna del 23-F, este país vivió unos años salvajes y desmadrados, pegándose de golpe un atracón de todo aquello que hasta entonces había estado prohibido. Llegó el destape y el despelote al cine y a los quioscos. Los libros censurados salieron de la trastienda de los libreros que los vendían clandestinamente. Ya no había que ir a Perpiñán para ver El último tango en París y por fin llegó a los cines españoles –¡en 1981, veintiún años después de su estreno!– La dolce vita de Fellini. Se publicaron en aluvión cómics eróticos y comix underground. Los discos empezaron a recuperar sus portadas originales y los temas censurados, caso de Sticky Fingers de los Rolling Stones. Hubo una epidemia de atracos a bancos y a viandantes y hasta surgió un género que lo reflejaba: el cine quinqui que se inventó José Antonio de la Loma. 

Fueron los años de esplendor del underground y de la llamada contracultura, que arrancó con mucha fuerza en la Barcelona de mediados de los setenta con publicaciones como El Rrollo enmascarado, Star, Ajoblanco y algo más tarde El víbora y Vibraciones. Hubo jornadas libertarias, Salón Diana, Zeleste, Canet Rock… Y mientras tanto sucedieron dos cosas: que la democracia se consolidó, el país se fue homologando con Europa y todos estos sueños juveniles –y en algunos casos infantiles– de anarquía, comunas, sexo libre, radicalismo político y revoluciones políticas se fueron apagando y los más listos de la clase se hicieron mayores. La otra cosa que pasó es que empezó a circular la heroína, que pilló desprevenidos a los incautos y se llevó por delante un montón de vidas. 

Todo esto lo cuenta Nela 1979 (Tusquets) de Juan Trejo (Barcelona, 1970), pero desde una perspectiva muy particular e íntima, cuya visión aporta matices interesantes. Sobre esta época se han escrito algunas memorias razonablemente interesantes –por ejemplo, Los 70 a destajo de Pepe Ribas, fundador de Ajoblancoy algunos ensayos sesudos y sesgadosCulpables por la literatura de Germán Labrador–, pero lo que hace Trejo es contar una historia familiar: la de su hermana Manuela, que prefería que la llamaran Nela y falleció por causas relacionadas con el consumo de heroína en 1979. 

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Nela 1979
Juan Trejo
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Nela era la hermana mayor del autor, de la que la separaban muchos años. Cuando ella se marchó de casa con diecisiete en 1975, él tenía cinco; y cuando falleció cuatro años después con veintiuno, él tenía nueve. De modo que apenas la conoció y para él es una figura desdibujada de la que guarda escasos recuerdos y una única carta que le mandó poco antes de morir. El objetivo de este libro es reconstruir una sombra, perseguir un fantasma. Lo hace a partir de los recuerdos de sus hermanos más mayores –hay una escena espeluznante en la que en una de las escasas visitas de Nela a la familia, pide ayuda a su hermana adolescente para pincharse–, de los familiares del novio italiano que tuvo y de entrevistas con personas que vivieron la contracultura en esos años: Pepe Ribas, Ana Briongos o el ahora dueño de la librería de viajes Altaïr Pep Bernadas, que hace el mejor resumen de esa época: «Hubo un exceso de inocencia y un exceso de transgresión».

Nela 1979 alterna las indagaciones del autor y la recreación de los últimos años de vida de su hermana a partir de los datos recabados. Y de este modo va trazando la geografía de una época: la introducción en las primeras lecturas y las primeras drogas a través de un compañero del instituto; un trabajo estable que acabará perdiendo en La Voz de España (una empresa de doblaje que doblaba la serie Pippi Calzaslargas); los primeros contactos con los hippies que se reunían en la recoleta plaza de Felipe Neri; las fiestas y comunas en pisos del Raval y el Barrio Gótico; lugares emblemáticos de aquel entonces en la Barcelona noctámbula y canalla como el Café de la Ópera o el London Bar; la estancia en La Floresta (una población muy cercana a la ciudad, que en esos años atrajo a gente alternativa); el sueño de ir a Formentera; la presencia de argentinos y chilenos que huían de sus dictaduras y entre los que había más de un vividor y aprovechado; el viaje a Génova con el novio italiano cuando ya los dos consumían heroína, y el final en Valencia, donde ingresa de urgencia en un hospital y fallece. 

Contraviniendo las advertencias de su madre –«deja a tu hermana tranquila en su tumba»–, el autor trata de rescatar su memoria como un gesto contra el olvido y un intento de reconciliarse de una vez por todas con esa muerte que destrozó a la familia. Y aquí es importante señalar que Nela 1979 tiene un valor testimonial, pero también y por encima de todo literario. Juan Trejo es autor de varias novelas –una de las cuales, La máquina del porvenir, ganó el Premio Tusquets– y maneja una prosa contenida, que evita cualquier exceso de sentimentalismo (el pecado en el que caen muchas obras testimoniales) y construye un libro que no es una novela, pero puede leerse como tal porque traza un arco narrativo que mantiene el interés del lector hasta el final. 

En lo que a su valor documental se refiere, hay dos aspectos a destacar. Por un lado, el retrato de sus padres, inmigrantes humildes llegados desde Extremadura y que nunca se acabaron de sentir en casa en Barcelona. El autor apunta que no salían de su barrio, porque solo en ese entorno se movían con comodidad. Además, carecían de los recursos culturales para lidiar con una hija rebelde, cuya temprana muerte los destrozó. 

Por otro lado, es interesante la visión que da el libro de que en ese mundillo tan supuestamente igualitario de la contracultura también había clases. Porque estaban por un lado los hijos de papá y por otro la tropa sin pedigrí ni estudios, como Nela. «Hay alternativos de primera y alternativos de segunda. Los primeros tienen nombre y apellido, todo el mundo los conoce, tienen trabajos de cierta significación en el ámbito de la cultura más underground; tienen pedigrí, por decirlo mal y pronto. Los segundos, entre los que se cuenta Nela y la absoluta mayoría de sus conocidos (…) no tienen nombre; no son nadie». Y continúa el autor con la descripción de cómo era ese mundo antes de la llegada de la heroína: «Todavía no se aprecia la frontera que separa a los que saben de qué va la cosa, los que vienen de buenas familias y tienen estudios, de los pringados, la carne de cañón. Porque todavía impera el disfrute y el embriagador sentido de la posibilidad». 

Todo cambiará con la llegada destructiva de esta droga y la fascinación suicida de muchos de esos jóvenes por el malditismo, que también se llevó por delante –a las sobredosis se sumó tiempo después el sida– a figuras con pedigrí. Como Pau Malvido, seudónimo con el que el hermano pequeño de Pascual Maragall escribía en Star la sección Nosotros los malditos, título con el que Anagrama recopiló sus textos después de su muerte. O en Madrid Eduardo Haro Ibars, hijo del colaborador de El País Haro Tecglen. Aunque, en su caso, al menos han quedado sus nombres en los libros, cosa a la que no tuvo derecho Nela. Este es el motor de la obra: «Quiero que se sepa que existió, que vivió en un momento y en un lugar concretos, y que compartió su suerte, o su infortunio, con un montón de jóvenes que, al igual que le ocurrió a ella, han sido borrados injustamente de la versión oficial, pero merecen ocupar su propio lugar en el pasado; aunque se trate, si es que es así, de un discreto rincón que ya no le interese a nadie». 

Nela 1979 es un combate contra el olvido, en el que a través de lo íntimo se reconstruye una época. Sin embargo, en esta restitución de la hermana desaparecida, de la que en realidad el autor apenas sabe nada, uno percibe la lucha entre la búsqueda sanadora de una imagen idealizada y realidades sórdidas que se exploran de puntillas. Aunque el autor insiste en que, cuando su hermana empezó a pincharse, la heroína todavía no estaba envuelta en la sordidez delincuencial que después quedó asociada para siempre a ella. 

En sus reflexiones, Trejo cae en algún patinazo: no, el aumento de la clase media no se produjo durante la transición como dice él, eso sucedió antes, durante el desarrollismo franquista, y esa bonanza económica ayudó al régimen a mantenerse. Pero por suerte el autor no entra al trapo de las teorías conspiranoicas de si fueron los poderes fácticos quienes introdujeron la heroína para cargarse los sueños radicales; siempre es más fácil echarle la culpa de tus actos a otro. Ni tampoco juega a la descalificación total de la transición, que tanto gusta a algunas almas cándidas y a los profesionales de la manipulación. ¿En serio podían haber triunfado la contracultura y el radicalismo? ¿Adónde nos habrían conducido? 

Cuando la Barcelona contracultural declinaba, tomó la antorcha la movida madrileña, que tuvo un carácter más lúdico, menos político, aunque en ambas ciudades corrió la heroína. Como sucedió en Barcelona, también en Madrid los más avispados sobrevivieron y pasaron del underground al establishment. Son las bondades del capitalismo, el libre mercado y el ascensor social. En Barcelona Mariscal saltó del cómic alternativo a diseñar el Cobi de las Olimpiadas (aunque después vinieron baches). Y en Madrid Almodóvar pasó de las películas petardas y provocadoras a los melodramas trascendentales y a convertirse en el gran divo del cine español y parte de la galaxia. Por el camino quedaron algunos cadáveres, como el de Nela. 

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