Los nombres de Feliza: las incógnitas de una mujer fascinante
«Alfaguara publica la nueva novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez, que recupera la figura de una artista indómita que acabó muriendo, posiblemente, de pena»

Portada de Los nombres de Feliza. | Alfaguara
París. 8 de enero de 1982. En medio de una apaciguadora cena en un restaurante, la escultora colombiana Feliza Bursztyb fallece. Acompañada por su marido y cuatro amigos, entre ellos se encontraba el ya entonces célebre escritor Gabriel García Márquez que, unos días después, publicó un artículo que contenía tres palabras que entonces pasaron inadvertidas: «Murió de tristeza». En el certificado de defunción, como causa oficial de su fallecimiento, se reflejó que sufrió un infarto fulminante. Tenía solo 48 años.
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) parte de esas enigmáticas palabras para investigar la desconocida vida de una mujer extraordinaria. En unas 275 páginas, el escritor intenta encontrar esas razones que provocaron la tristeza que, según García Márquez, habrían acabado con ella. En un proceso que ha durado más de veintisiete años, el escritor colombiano ha ido averiguando quién fue esta mujer hasta decidirse a reconstruir su existencia a través de la novela, en un proceso similar al realizado en otras anteriores de este autor destacado de las letras hispanoamericanas: «investigar las vidas reales de gente real a través de la ficción».
Nació así Los nombres de Feliza (Alfaguara), uno de los lanzamientos literarios más esperados de este nuevo año. En este proyecto, el ganador del Premio Alfaguara de Novela 2011 con El ruido de las cosas al caer, mezcla ficción y realidad para narrarnos la vida de una artista asediada por una sociedad que no entendió su forma de ser ni su obra.
A través de un meticuloso trabajo de investigación, en el que ha realizado decenas de entrevistas a personas que la conocieron, especialmente destacable las realizadas a su segundo esposo, Pablo Leya, Vásquez ha llegado incluso a matricularse en la misma escuela en la que se formó su compatriota con el fin de entenderla mejor.
En Colombia, donde no había fundiciones ni montañas de donde sacar mármol, Feliza revolucionó los paradigmas de la escultura creando obras con aquellos materiales que tenía cerca, sobre todo con la chatarra de los vehículos que se estrellaban en accidentes de tráfico y que ella acababa convirtiendo en arte, un arte que no llegó a ser entendido en su entorno más cercano. Un estilo artístico que desafió los cánones estéticos, cargado de ideología y crítica, que, sin embargo, fue reconocido internacionalmente.
Entre sus esculturas más famosas destacan Mirando al norte, Las histéricas y el Homenaje a Gandhi, un monumento ubicado en Bogotá que trataron de sustraer con una grúa y que ella, paseando con su esposo, impidió que robasen cuando se topó de forma fortuita con los ladrones en plena faena.
Doble exilio
Hija de padres judío-polacos, fue protagonista de un doble exilio. Primero, el de sus padres, que tuvieron que huir de Europa, lo que predestinó su futuro, y, segundo, el suyo propio en tiempos del gobierno de Julio César Turbay (1978-1982), cuando la ley llamada del Estatuto de Seguridad generó la persecución de todo aquel que se enfrentó al gobierno. García Márquez fue uno de los que, como ella, tuvieron que poner rumbo al extranjero durante un tiempo. Aquel exilio, junto al machismo que cuestionaba su propuesta artística, la entristeció profundamente durante sus últimos momentos de vida.
Feliza Bursztyn se llamaba realmente Felicia, pero se cambió el nombre que le impusieron al nacer como un acto de resistencia contra las convenciones. Artista revolucionaria en un tiempo de revoluciones políticas, mujer de espíritu libre en un mundo que desconfiaba de la libertad de las mujeres, llevó una existencia que puso en escena las grandes tensiones del siglo XX y, sobre todo, el deseo de ser dueña de sí misma.
En Los nombres de Feliza el autor funde con maestría la autobiografía, la realidad y la imaginación para entregar al lector una ficción asombrosa y desgarradora sobre cómo la vida íntima de un ser humano se ve inevitablemente arrollada por las fuerzas de la historia y la política. La novela más allá de la recuperación de una figura interesante y de importancia en la cultura de su país, es una reflexión constante sobre la libertad individual, la creación intelectual y la resistencia a las imposiciones sociales, una reflexión que, aunque parta desde el pasado, resuena en nuestro presente.