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Literatura

Daria Serenko, escribir desde una cárcel de Putin

La autora, exiliada tras la guerra de Ucrania, ofrece en ‘Deseo cenizas para mi casa’ un testimonio de su paso por prisión

Daria Serenko, escribir desde una cárcel de Putin

La escritora y activista rusa Daria Serenko. | Wikimedia Commons

El 8 de febrero de 2022, dos semanas antes de la invasión rusa de Ucrania, la escritora y activista Daria Serenko (Jabárovsk, 1993) fue sentenciada a dos semanas de reclusión en una celda de un centro preventivo. Su delito: publicar un post en Instagram a favor del voto estratégico defendido por el líder opositor Alexei Navalni. O, según el tribunal, «difundir simbología extremista». Cuando la detuvieron, se encontraba en una cafetería, firmando un ejemplar de su libro Chicas e instituciones (2022; Errata Naturae, 2023). La dedicatoria rezaba: «Rusia será libre y lo celebraremos sin falta». Se llevó el ejemplar al calabozo.

Su compromiso con la libertad de expresión, el feminismo, el colectivo LGTBI+ y otros temas sociales había comenzado mucho antes. En 2016, viajaba en el metro con carteles de denuncia, citas literarias y otras frases que instaban a la reflexión. Se hizo conocida, y a partir de ahí se involucró con diferentes organizaciones, al tiempo que cultivaba una poesía y un arte inseparables de su mensaje político. En su debut, Chicas e instituciones, narraba la realidad del trabajo de las mujeres jóvenes en los organismos culturales de Rusia, basándose en su propia experiencia; un grupo sometido, acosado, precarizado e invisibilizado del que, como tantas, fue despedida por su activismo.

Su último libro, Deseo cenizas para mi casa (2023; Errata Naturae, 2025), de nuevo con traducción de Alexandra Rybalko Tokarenko, lo escribió durante esas dos semanas que permaneció en el zulo, dos semanas en las que los acontecimientos se precipitaron en el exterior, mientras ella se hallaba aislada, sin sospechar que el paso tan temido del inicio oficial de la guerra tantas veces temida era ya inminente. Siguiendo el ejemplo de tantos autores que escribieron su obra en la cárcel, y consciente de que lo único valioso que tenemos es el tiempo, desde el principio toma la determinación de no dejar que esos días se echen a perder: «He decidido que no me robarán estos quince días de mi vida. Debo pasarlos de tal forma que me sienta plena y ocupada» (p. 28).

Más que la voluntad de ser útil para la causa o de dejar un testimonio (aunque, de forma indirecta, es todo eso también), la mueve una suerte de seguridad, de optimismo incluso. La pueden encerrar, la pueden apartar del mundo, pero sigue fiel a sí misma; mantenerse activa e invertir su energía en algo gratificante combate el desaliento. Es la encarnación de la frase de Virginia Woolf en Un cuarto propio (1929), «No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente». Y la palabra escrita es libre a su vez: las páginas entremezclan la cotidianidad del confinamiento con recuerdos, poemas y meditaciones sobre lecturas (siempre sustanciosas, nunca triviales).

La autora, que pasa la mayor parte del encarcelamiento sola, procura tomar nota de todo lo que ha vivido desde el arresto: el momento de quitarle sus pertenencias («ahora veo de otro modo la práctica carcelaria de tatuarse: no es tan sólo un lenguaje comunicativo, sino también una pertenencia que no es tan fácil de requisar», p. 15), la interacción con los hombres de celda a celda («Desde hoy tengo un admirador en el cuarto chabolo. […] Tras escuchar mi historia, me ha dicho, en voz bien alta, que Putin es un mierda. Es lo primero que me ha hecho reír hoy», p. 51) o las inspecciones («Me he dado cuenta de que las mujeres policía me tratan, por sistema, peor que los hombres», p. 27).

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Un pintalabios, símbolo de resistencia

Testimonio, pero también creatividad, lectura, reflexión: largos poemas, comentarios de libros, memoria, acción social. De algún modo, tomar conciencia de los grandes traumas del pasado y de las atrocidades que se viven afuera la ayuda a relativizar el encierro. No se hace la víctima, no lloriquea; es más, trata de poner humor, hay mucha ironía en estas páginas. Un gesto en apariencia superficial como pintarse los labios –el pintalabios rojo burdeos es de lo poco que consigue guardar consigo– se erige en símbolo de resistencia: no renunciar a esa pizca de identidad, no dejar que te lo arrebaten todo, rebelarse ante la injusticia en la medida de nuestras posibilidades. Con un pintalabios. O con la escritura.

Cuando le asignan compañeras, la convivencia no es lo esperado: «Me imaginaba a otra víctima del régimen con la que comentar nuestras sublimes miserias, todo lo contrario a la joven ronca y desdentada a la que le cayeron cinco días porque, durante una borrachera, había atacado a su chorbo con un cuchillo» (p. 91). Le quedan, al menos, los contactos con el exterior: los 15 minutos de llamada, los mensajes camuflados en los paquetes que le envían, instantes en los que se conecta a internet a escondidas: «En el centro de preventivos he sido más consciente que nunca del amor, el agradecimiento y el apego que siento por los que me rodean» (p. 145).

Pese a narrar una vivencia (casi) en soledad, todo lo que escribe, como en su debut, está marcado por la conciencia colectiva: habla de otras activistas y periodistas detenidas, de antes y coetáneas, camaradas de la resistencia, una lucha que es por fuerza colectiva, solidaria e integradora. Ella recoge el testigo de sus homólogos represaliados del siglo XX para hacer oír su voz contra los abusos del presente, siguiendo el hilo de escritores rusos brillantes condenados, en el mejor de los casos, al destierro.

Tras el estallido de la guerra de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, la autora se exilió a Georgia. En 2023 se trasladó a Madrid, donde reside en la actualidad. Sus dos libros editados en castellano hasta la fecha –primero vieron la luz en Alemania– son anteriores al inicio oficial de la invasión de Ucrania; desde entonces, la autora ha promovido iniciativas de protesta por las que ha recibido, entre otros, el Premio de la Paz de Aquisgrán de 2023.

Es de esperar que en el futuro lleguen más libros, más ideas, más experiencias, suyas y de los amigos que se quedaron en Rusia. Dadas las circunstancias, tiene tanto sobre lo que escribir, tanto sobre lo que rumiar –y lo expresa tan bien, con el pulso poético y la naturalidad de quien escribe desde las entrañas y a la vez con una mirada atenta, lúcida, que nunca baja la guardia–, que compartir época con ella es, para el lector, un privilegio inmenso. Así que quédense con su nombre: Daria Serenko. Volverán a saber de ella.

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