Katya Adaui: «La literatura no está para darnos respuestas, sino para dejarnos preguntas»
El nuevo libro de cuentos de la escritora peruana llena de luz historias donde establecer vínculos acaba con la insularidad

La escritora Katya Adaui | Isabel Wagemann vía Páginas de Espuma
La escritora Katya Adaui (Lima, 1977) es una de las voces más singulares de la narrativa latinoamericana contemporánea. En Un nombre para tu isla, su más reciente libro publicado por Páginas de Espuma, despliega con sensibilidad y tino su universo literario: personajes que viajan, se pierden, se reencuentran, discuten o callan en medio de climas inciertos, paisajes que se moldean al ritmo de las emociones y preguntas que quedan suspendidas como ecos persistentes.
En estos cuentos, por los que la autora fue una de las cinco finalistas del Premio Internacional Ribera del Duero, se confirma la habilidad de Adaui para explorar las relaciones humanas desde sus capas más cotidianas hasta sus fisuras más profundas, con una escritura que combina humor, ternura y desasosiego. Conversamos con Katya Adaui en una conexión Barcelona- Sevilla donde, para poder escucharnos, sucedió un episodio digno de los cuentos de la escritora: tuvo que irse hasta el baño de su habitación de hotel para poder conseguir buen internet.
Más allá de anécdotas, esta entrevista en THE OBJECTIVE nos permite conversar con la autora sobre el arte de escribir cuentos, el rol de la mentira en la literatura y la fascinación que siente cuando un vínculo logra darse entre dos personas.

Pregunta.- Hay algo en tus cuentos que me llamó mucho la atención: los finales. Algunos cierran en seco, otros dejan puertas entreabiertas. ¿Cómo trabajas los cierres en las historias cortas?
Respuesta.- Ha sido un proceso. Antes me pasaba que llegaba al final un poco por cansancio o porque sentía que ya era hora de cerrar. Ahora es todo lo contrario: el final es algo que me entusiasma, porque llega cuando el texto ya me lo ha revelado. No lo planifico de antemano. Si sé cómo termina una historia, corro el riesgo de manipular todo el trayecto para llegar ahí, y eso no me interesa. Prefiero que el cuento fluya como un río secreto que me va sorprendiendo también a mí. Y claro, hay finales más cerrados y otros más abiertos porque, para mí, la literatura no está para darnos respuestas, sino para dejarnos preguntas. Hay preguntas que prefiero no responder yo, sino dejárselas al lector. Lo bonito es que cada lector completa el cuento de una manera distinta.
P.- Hay algo que recorre claramente tus cuentos, esa dinámica de diálogo entre dos personajes. No siempre son parejas sentimentales, pero siempre hay un vínculo entre dos. ¿Por qué te atrae esa estructura?
R.- Me obsesiona lo que pasa entre dos personas. Creo que dos es la medida mínima para una conversación real. Con tres ya es otra cosa, ya hay ruido, ya hay alianzas o exclusiones. Entre dos, todo es más íntimo y más frágil. Me fascina esa tensión entre entenderse y no entenderse, entre acercarse y chocar. Creo que toda relación empieza en ese cara a cara donde uno reconoce al otro como una otredad que puede sumar o amenazar. Además, en lo cotidiano, el mundo está pensado para dos: los asientos en los micros, las mesas en los restaurantes. Es el número base para la convivencia. Y me parece que las grandes conversaciones de la vida son de a dos, las peleas más brutales y los pactos más íntimos ocurren entre dos personas.
En Perú, por ejemplo, no nos ponemos de acuerdo en cómo nombrar lo que nos pasó en los años de violencia: unos dicen terrorismo, otros conflicto armado interno. Nombrar es decidir desde dónde miramos.
P.- Hablemos del título de este libro: Un nombre para tu isla. Tiene algo de poético, pero también de político. ¿Cómo llegaste a él?
R.- Me llegó de golpe, como suele pasarme con los títulos. Estaba bañándome y apareció. Y me hizo sentido enseguida. Nombrar es apropiarse, es marcar territorio, es ponerle límites y contornos a algo que puede ser difuso. Pero también tiene que ver con el desacuerdo. En uno de los cuentos hay una discusión sobre cómo nombrar una isla, y eso conecta con cosas más grandes. En Perú, por ejemplo, no nos ponemos de acuerdo en cómo nombrar lo que nos pasó en los años de violencia: unos dicen terrorismo, otros conflicto armado interno. Nombrar es decidir desde dónde miramos. Y cada nombre es una isla. Una isla dentro de otra isla.
P.- En algunos cuentos se siente un tono de inquietud, de miedo al futuro. ¿Lo sentiste así? ¿Desde qué sensación escribiste este libro?
Katya Adaui: Curiosamente, no. Este libro lo escribí con mucha luz, con mucha alegría. Mis libros anteriores venían más de la oscuridad, del duelo por la muerte de mis padres. Pero este libro es más solar, es más de playa de día. Lo escribí pensando en esa clase media que sueña con la semana de vacaciones perfecta, con el descanso que nunca llega porque todo es más complicado de lo que imaginamos. Mis personajes tienen miedo, claro, pero son vitales, son peleadores. Se mueven, buscan, conversan. No se resignan al silencio. Incluso cuando discuten, lo que quieren es hablar. Y eso me gusta.
P.- Tú siempre has defendido el cuento, incluso en un mercado como el español, donde la novela tiene más espacio. ¿Cómo es tu relación con el género?
R.- El cuento es mi primera casa. Yo crecí leyendo cuentos. Mis referencias no son pocas: Ribeyro, Cortázar, Lispector, Borges. Nunca entendí que alguien dijera que era un género menor. Para mí es un artefacto perfecto, donde cada palabra importa. Es muy difícil de escribir y me encanta ese desafío. Por eso me gusta trabajar con Páginas de Espuma, porque Juan Casamayor es de los pocos editores que de verdad aman el cuento. Lo defiende y lo cuida. Apostar por el cuento en España es remar contra la corriente, pero a veces las mejores cosas salen de ahí.
Hay preguntas que prefiero no responder yo, sino dejárselas al lector.
P.- ¿Cómo sientes que ha cambiado tu escritura desde tus primeros libros hasta este?
R.- Ha cambiado muchísimo. Antes mis cuentos eran más cortos y a veces llegaban al final porque ya no sabía cómo seguir. Ahora es todo lo contrario: escribo acompañando al cuento hasta donde él me diga. El final llega como una recompensa, no como un cierre apresurado. Me importa muchísimo el diálogo, me importa que los personajes hablen y que esas voces suenen reales. Y claro, sigo cuidando la música de cada frase, pero ya no me obsesiono con que cada línea sea perfecta. Me interesa más que el lector entre al cuento sin tropezar. Que sienta que esas historias le pueden estar pasando a él o a alguien cercano.
P.- ¿Cuándo sabes si lo que vas a escribir es cuento o novela?
R.- Es así. Desde la primera frase sé si es un cuento, una novela o un libro infantil. No lo decido, lo reconozco. Cada historia tiene su forma. No me ha pasado nunca que un cuento me pida convertirse en novela o al revés. Cada historia sabe lo que es, y yo lo único que hago es escuchar.
P.- ¿Estás trabajando en algo en particular ahora?
R.- Ahora volví a los cuentos. Estoy escribiendo y divirtiéndome mucho, porque es esa etapa inicial en la que todo es descubrimiento. Luego vendrá el trabajo duro, que es la reescritura. Yo siempre digo que soy más reescritora que escritora. Me obsesiona atar cabos, darle a cada personaje su espacio, su voz, su deseo, su pequeño misterio. Construir atmósferas. Eso es lo que más me importa. Y sobre todo, no perder el foco. En un mundo tan lleno de distracciones y ruidos, lo único que de verdad importa es escribir. Lo demás es ruido de fondo.
En Un nombre para tu isla, la escritora Katya Adaui crea una compilación de relatos donde cada cuento es un universo contenido, construido con precisión, humor y una mirada tierna sobre las relaciones humanas. Adaui muestra especial interés en el espacio mínimo de lo cotidiano: la intimidad de las parejas, los malentendidos entre amigos, las distancias emocionales que crecen incluso cuando los cuerpos están cerca. Este es un libro sobre las palabras que nos sostienen y las que nos hunden. Sobre las islas que somos y las que compartimos con otros. Y, ante todo, sobre el arte de nombrar lo que nos rodea, aunque las palabras nunca alcancen del todo.