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La leyenda de Clarice Lispector

Innovadora y poética, decía de sí misma que no era una intelectual, sino que ella más bien escribía con su cuerpo. Nacida el 10 de diciembre de 1920, cien años después la enigmática escritora brasileña es reconocida como un icono del feminismo y una de las más grandes autoras del siglo XX

La leyenda de Clarice Lispector

Acervo IMS | Instituto Moreira Salles

«Escribir siempre me fue difícil», confesó en una ocasión Clarice Lispector. Considerada hoy como una de las escritoras más importantes del siglo XX y un auténtico icono en su país, para la brasileña, que había desarrollado desde su infancia el gusto por contar historias, la vocación era algo ajeno al talento. «Uno puede tener vocación y no talento —decía—; uno puede ser llamado y no saber cómo ir».

Pero si de algo sabía Lispector era precisamente de cómo ir. Autora de títulos como Cerca del corazón salvaje, La ciudad sitiada, La lámpara o La pasión según G.H, a menudo su literatura fue incomprendida y no siempre lo tuvo fácil para publicar. Marcada por los recuerdos de una infancia trágica y por sus problemas depresivos, solo la maternidad, decía, superaba su amor por la escritura.

A veces Teresa Quadros, a veces Helen Palmer, firmó desde muy joven bajo pseudónimo artículos de opinión y moda, experimentó incansablemente con las formas y estilos narrativos, fue reconocida y olvidada y su original e innovadora escritura, además de su enigmática personalidad, generó una leyenda que hoy, un siglo después de su nacimiento, continúa despertando intrigas y pasiones.

Un origen trágico

Oriundos de una Ucrania que se desgarraba ante el empuje soviético, la familia de Clarice Lispector ya había sobrevivido al hambre, los pogromos europeos, el exilio y la pobreza. Su padre se había sobrepuesto al tifus y, meses antes de su nacimiento, su madre había sido violada por un grupo de soldados rusos y había contraído la sífilis. Los Lispector convencidos de que, según la creencia popular, un embarazo podría realmente curarla de la enfermedad, concibieron a su hija Chaya —el nombre real de Clarice, que en yiddish significa vida—, con la esperanza de que aquello se cumpliera.

Nació un 10 de diciembre de 1920 en la localidad de Chechelnik, en Ucrania, donde sus padres detuvieron su camino al exilio para el parto. Era la hija menor de tres hermanas. Su madre, que nunca se recuperó de la enfermedad, murió diez años después de aquello. «Así que fui creada adrede —escribió años después Clarice—, con amor y esperanza. Pero no curé a mi madre. Y, hasta el día de hoy, me pesa esa culpa: me crearon con una misión específica y les fallé».

La leyenda de Clarice Lispector
Imagen vía Siruela

En 1922, tras pasar por Moldavia y Rumanía, donde consiguieron pasaportes rusos, los Lispector desembarcaron en Brasil, país que Clarice siempre reconoció como su verdadero hogar. Sin embargo, como recuerda Benjamin Moser en su amplia y completa biografía sobre la autora, Por qué este mundo (Siruela), «el miedo a perder su identidad la persiguió durante su vida» y muchos brasileños, de hecho, llegaron a considerarla extranjera por su singular modo de hablar. «Ceceaba y sus erres ásperas y guturales le conferían un acento extraño», describe el crítico literario.

El nacimiento de su leyenda

Buena estudiante, con un talento especial para las imitaciones y cierta inclinación por el número 7, Lispector tenía solo 13 años cuando decidió convertirse en escritora. «Antes de que pudiera leer y escribir ya podía inventar historias», recordó años después. Matriculada en la facultad de Derecho, en mayo de 1940 publicó su primer relato. Tristemente, apenas unos meses después, en agosto de ese mismo año, su padre, al que habían ingresado para realizarle una operación rutinaria de vesícula biliar, moría en el quirófano.

Aquella fue la época también en que comenzó a trabajar como periodista. Enamorada de Lúcio Cardoso, con quien mantuvo, no obstante, una relación meramente platónica, poco tiempo después la escritora fue ingresada y tratada por primera vez por depresión. Aquello supuso el inicio de una enfermedad tormentosa que le llevó a consumir calmantes durante el resto de su vida. Ese mismo año, en 1941, conoció al diplomático Maury Gurgel Valente, con quien contrajo matrimonio en 1943.

Entre medias, Clarice Lispector había publicado ya su primer libro. Cerca del corazón salvaje ganó el reconocido Premio Graça Aranha a la mejor primera novela y causó una gran expectación y cierta fascinación entre la crítica literaria. «La ovación sin precedentes con que fue acogida la primera novela de Clarice Lispector fue también el comienzo de su leyenda: rumores, misterios, conjeturas y mentiras que en la mente del público se convirtieron en inseparables de la mujer misma», escribe Benjamin Moser en su biografía.

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Clarice Lispector | Imagen vía sitio oficial de Clarice Lispector

La escritura como tabla de salvación

Pero lejos de desvanecerse, su leyenda creció aún más cuando, poco después de aquello, Lispector desapareció de Brasil. En realidad, su matrimonio con el diplomático Maury Gurgel la llevó a emprender una serie de viajes por Europa que, lejos de hacerla feliz, terminaron por atormentarla. El primer destino, Nápoles, puso a la escritora en contacto directo con la Segunda Guerra Mundial.

Allí, además de visitar todos los días a los heridos de las fuerzas expedicionarias brasileñas, Lispector se dedicó a escribir. Sin embargo, a pesar del éxito de Cerca del corazón salvaje, su segunda novela, La lámpara, un texto más particular y difícil de leer que el anterior, no encontró rápidamente un editor y apenas generó ruido. Tras una breve visita en 1946 a su país, regresó a Europa con un nuevo destino. Pero la ciudad suiza de Berna pronto se convirtió en su particular “cementerio de sensaciones”.

Particularmente infeliz, la escritura de La ciudad sitiada le rescató de una infinita apatía. «Lo que me salvó de la monotonía de Berna fue vivir en la Edad Media, esperar a que la nieve pasase y que los geranios rojos volvieran a reflejarse en el agua –escribió en una de las crónicas de tintes autobiográficos publicadas en Revelación de un mundo-, fue tener un hijo que nació ahí, fue escribir uno de mis libros que menos gustaban, La ciudad sitiada, que, sin embargo, a la gente le empieza a gustar cuando lo lee por segunda vez. Mi gratitud hacia ese libro es enorme: el esfuerzo de escribirlo me mantuvo ocupada, me salvó del terrible silencio de Berna, y cuando terminé el último capítulo fui al hospital a dar a luz al niño».

El 10 de septiembre de 1948, efectivamente, nació su primer hijo, Paulo Gurgel. Poco después publicó La ciudad sitiada. Su tercera novela pasó sin pena ni gloria por las estanterías de las librerías y Lispector comenzó a escribir artículos con el nombre de Teresa Quadros en un espacio donde la escritora ofrecía consejos femeninos.

El dolor insoportable de no poder volver

En 1952 el matrimonio, que se había trasladado ya a Washington, celebraba el nacimiento de su segundo hijo, Pedro. Sin embargo, la alegría de la maternidad no pudo reducir la nostalgia que Lispector sentía por su hogar y por Brasil. Al dolor por el ‘exilio’, la distancia de sus hermanas y su depresión, se sumaban sus ‘fracasos’ literarios. La manzana en la oscuridad, su última novela, no había tenido mejor suerte que las anteriores. Tampoco Lazos de familia, el libro de relatos que había finalizado en 1955, consiguió mejor trato. En 1959, Clarice Lispector, que había intentado salvar su matrimonio de todas las maneras posibles, no pudo más y se separó de Maury Gurgel.

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Imagen vía Siruela

«Con sus libros en el limbo, con la necesidad de encontrar la manera de llegar a final de mes, Clarice se embarcó casi tan pronto como volvió a Río en una nueva empresa —cuenta el autor de Por qué este mundo—. Ante la invitación del periódico Correio da Manhâ, la mística y radical autora de La manzana en la oscuridad se hizo a un lado para dejar paso a una bella columnista, locuaz y animada, llamada Helen Palmer, que ofrecía consejo a sus lectoras femeninas con un guiño y una sonrisa».

Las cosas empezaban a cambiar para Lispector que, pese a haber tardado todo un lustro en publicar sus Lazos de familia, vio cómo rápidamente sus relatos se colocaban entre los más vendidos de las listas brasileñas. «Junto con Lazos de familia y sus apariciones en Senhor, La manzana en la oscuridad marcó el retorno definitivo de una mujer que había sido dolorosamente olvidada. Nunca más volvería a pensarse que era un hombre o que se «escondía tras un seudónimo». Fue a principios de los sesenta cuando la oscura escritora de difícil reputación se convirtió en institución brasileña, “Clarice”, de inmediato reconocible solo por su primer nombre», analiza Moser.

La pasión según Lispector

En 1964 publicó lo que para muchos es su obra maestra. La pasión según G.H. es la historia de una mujer que un día encuentra en casa una cucaracha. La sola presencia del insecto despierta en ella una serie de reflexiones íntimas sobre sus miedos, angustias y sentimientos. «Estaba en la peor de las situaciones, tanto sentimental como también de familia, todo era complicado y escribí La pasión, que no tiene nada que ver con eso», afirmó la propia Lispector al respecto.

Los últimos años de la escritora no fueron fáciles. Aficionada al tabaco y a las pastillas para dormir, mala combinación, una noche se quedó dormida en la cama. Eran las tres de la mañana cuando el humo la despertó y, rodeada de llamas, intentó salvar algunos de sus textos. Lispector sobrevivió después de pasar varios días en estado grave pero, como consecuencia, su mano derecha, la mano con la escribía, acabó profundamente dañada. Nunca más pudo volver a escribir sin su máquina.

En sus últimos tiempos, su trabajo en el Jornal do Brasil le dio la popularidad masiva que nunca había tenido. Publicó libros infantiles como El misterio del conejo que sabía pensar y se dedicó a traducir, además de impartir conferencias universitarias a lo largo de todo el país. Meses después de la publicación de su última novela, La hora de la estrella, el 9 de diciembre de 1977, Lispector murió por cáncer de ovario en un hospital de Río de Janeiro. «Escribo sin la esperanza de que nada de lo que escribo en absoluto pueda cambiar nada —dijo en una de las últimas entrevistas que dio—. No cambia nada». Pero lo cambió todo.

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