Javier Cercas, el Papa y el superpoder de la fe
El autor se sumergió en el Vaticano y viajó con Francisco a Mongolia para escribir ‘El loco de Dios en el fin del mundo’

El escritor Javier Cercas. | Agencia Balcells
Hace un par de años, a Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) le propusieron escribir un libro sobre el viaje del Papa Francisco a Mongolia. Incluía acceso sin restricciones a cualquier rincón del Vaticano y libertad para publicar dónde y cuando quisiera. Ni siquiera pedían la lectura previa del texto. El escritor alucinó un rato antes de aceptar… con una condición: necesitaba estar a solas con el Papa para hacerle una sola pregunta.
El libro acaba de salir, se titula El loco de Dios en el fin del mundo (Random House) y empieza así: «Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para eso me he embarcado en este avión: para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo».
Fiel al estilo que le dio fama con Soldados de Salamina, Cercas narra en una primerísima persona. A pecho descubierto, comienza describiendo su propio contexto: crianza en una familia católica, pérdida de la fe por un desengaño amoroso y la lectura de San Manuel Bueno, mártir de Unamuno, sustitución de Dios por la adicción a la literatura y posterior militancia en lo más granado de la progresía española. En definitiva, un producto de su generación. En el momento de la inopinada oferta vaticana, su madre languidece víctima del Alzheimer y él acaba de rebasar los 60 años. Momento de preguntas.
Cercas se entrevista con las figuras más relevantes del Vaticano, incluidos equivalentes a ministros del Papa, periodistas especializados, misioneros asombrosos y, efectivamente, el mismo Bergoglio en persona, que le responde a la Pregunta in media res, durante el viaje de ida a Mongolia. El autor y narrador y coprotagonista se guarda la respuesta para alimentar un misterio que va acumulando intensidad. ¿Quién es este argentino al que le cayó el Papado de forma tan extraña en 2013? ¿Qué está pasando en la Iglesia? ¿De dónde sacan los misioneros en Mongolia esa fuerza descomunal?
Novela sin ficción
Una locura de libro que Cercas promociona ahora, aún sumido en el estupor. Reconoce que, «en parte, es una crónica, pero también tiene elementos del ensayo, e incluye una biografía… y una autobiografía. ¿Qué es este artefacto? Yo lo llamo novela. Soy filólogo y construyo como un novelista. Aunque no haya ficción, sí, porque yo solo le hago caso a Cervantes, que me dijo: ‘Haga usted lo que le dé la gana’. La novela es el único género capaz de integrar todos los demás y trascenderlos». El único requisito es la creación de una trama narrativa. Por eso el autor ruega no desvelar el final. Que, por cierto, es el más redondo y tremebundo que recuerdo. O no, redondo no. Porque, en el fondo, hace lo contrario de cerrar un círculo. ¿Espiral?
No era para menos. «Para mí, el corazón del libro es el enigma más descomunal jamás inventado». Lo encarna su madre, «una persona profundamente católica, como tanta gente de esa generación. Desde que murió mi padre, hace muchos años, ella siente, cree, que va a volver a verlo después de la muerte, porque eso es lo que le ha prometido su religión. Y cuando me ofrecieron el libro, supe casi inmediatamente que el libro iba a tratar de eso. Recuerdo que una periodista me dijo que era la pregunta que le haría al Papa un niño: ¿Va a ver mi madre a mi padre después de la muerte, como ella dice? Este es el libro de un loco sin Dios que persigue al loco de Dios hasta el fin del mundo para hacerle una pregunta infantil y llevarle la respuesta a su madre».
Los niños, los locos y los borrachos siempre dicen la verdad.
Durante la investigación para el libro, Cercas se sumerge de lleno en la información vaticana y se asombra de que a nadie se le ocurra preguntar sobre «el enigma central del cristianismo, lo cual quiere decir, probablemente, el enigma central de nuestra civilización». En realidad, le matizan, Bergoglio está todo el tiempo hablando del asunto, pero todo el mundo está pendiente solo de lo que dice sobre Ucrania, Palestina, los inmigrantes, China…
A lo mejor por eso escogieron a Cercas. Alguien completamente ajeno al circo vaticano. En un momento del libro, confiesa: «Ya no puedo ocultar mi desencanto por el hecho flagrante de que la Curia no esté integrada por clérigos blasfemos que en antiguas catacumbas iluminadas por antorchas se entregan a misas negras, ritos satánicos y orgías con valkirias nazis amenizadas por sacrificios de machos cabríos y criaturas recién nacidas, sino por tipos como Bruni, Scolozzi o Fazzini, a los que uno podría encontrarse en cualquier oficina de prensa o cualquier editorial de cualquier tediosa ciudad civilizada». Suena a órdago bien jugado por la Iglesia. «Hay un acto de coraje: ‘Nosotros no tenemos nada que esconder’, dicen».
Ideal misionero
Bien jugado porque Cercas ve las cartas y se dobla. «Ahora soy más anticlerical todavía, pero en el sentido de Francisco, que dice que el sacerdote no se puede colocar por encima de los fieles. Es el gran mal de la Iglesia, junto con el Constantinismo –la contaminación de la religión por el poder–, y en España lo hemos padecido muy particularmente». Pero sobre todo le fascina la faceta misionera del Papa, «la mentalidad de ir a la periferia», que incluye «trasladar el centro a lugares como Mongolia», pero también «dialogar con los budistas, con los musulmanes… Y con los ateos. Esto genera muchas quejas entre los católicos más tradicionales, que dicen que este Papa le hace caso a todo el mundo menos a los católicos, lo cual es falso, porque la mayor parte de su discurso es para los católicos, como es obvio, pero sí es verdad que el cristiano ideal de Francisco es el misionero, el que va más allá, a la frontera, a la periferia del cristianismo».
Ahí ha encontrado, por ejemplo, a Javier Cercas. No todos en esa periferia están dispuestos a entablar conversación. A Cercas le han criticado algunos de sus correligionarios del progresismo más ortodoxo por «blanquear» a la Iglesia. Él apela a su ideología «ultramarxista… de Groucho, que entre otras genialidades dijo que alguien de izquierdas que apoya siempre a la izquierda no es de izquierdas». ¿Ser católico es el nuevo punk? «Ahora mismo, cualquier idea de catolicismo que no sea subversiva está traicionando el corazón del cristianismo. Yo no vine a traer paz, sino espada, dijo Jesucristo. Si lo miras bien, hay una rebelión máxima. Ya no contra el César, ni contra las leyes, sino contra todo el modo de vida convencional: abandónalo todo y sígueme. Y más allá todavía: contra la muerte. Eso no lo digo yo ni el Papa Francisco, lo dice San Pablo: nosotros resucitaremos porque Cristo resucitó, y si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe».
A Cercas le brillan los ojos de ardor revolucionario. Sin embargo…
El otro gran enigma del libro tiene que ver con una supuesta doblez de Bergoglio. Algunos pasajes de su pasado apuntan a un carácter orgulloso, incluso soberbio, que no casan con el afable anciano que aceptó el cargo apostillando, en su primera alocución como Papa: «Aunque soy un pecador». Cercas describe el castigo que recibió Bergoglio a mitad de su fulgurante carrera y que él mismo ha definido alguna vez como «purificación interior» y «una noche, con alguna oscuridad interior». Justo después, cuando ya preparaba su retiro, comenzó un súbito ascenso que culminó en la silla de San Pedro.
«Ser humilde sale a cuenta»
A lo largo de todo el libro, Cercas se admira del «superpoder» que lleva a misioneros a realizar proezas y, sobre todo, a mantener una actitud positiva en el páramo más absoluto. «Es la fe», explica un Cercas que no esconde su envidia. Para él, la ética atea es superior porque no necesita la promesa de otra vida para hacer el bien. Le recuerdo una frase de su amigo, el escritor Rafael Gumucio: «Desde que decidí creer, el problema de la otra vida dejó de atormentarme». Y que el mandamiento nuevo de Cristo no tiene que ver con la resurrección, sino con el amor. Otra cosa es que determinada forma de amor no pueda acabar ni con la muerte… De hecho, el mismo Cercas concluye en su novela vaticana: «Lo excepcional no es el papa: lo excepcional es la Iglesia católica; es decir, la promesa de la Iglesia católica; es decir, la promesa de Cristo: el augurio radiante del amor ilimitado». ¿Y si más que una rebelión, lo que define al cristiano (que oír algo se llama así y no resurreccionisa) es en realidad todo lo contrario: aceptar la consecuencia lógica de un regalo?
«¿Y cómo se acepta?», pregunta Cercas. «¿Tú me lo das y yo me lo quedo? No lo veo… Eso se tiene o no se tiene». Como lo tiene su madre, por ejemplo, que en un rapto de lucidez en medio del Alzheimer le aseguró que «ser humilde sale a cuenta». Otro personaje de El loco de Dios en el fin del mundo lo corrobora en el momento más exacto posible. Pero no hagamos spoiler…