Joël Dicker: «Hay una relación directa entre lectura y democracia»
THE OBJECTIVE entrevista al escritor suizo, que regresa con una novela sencilla y tierna, destinada a niños y adultos

El escritor Jöel Dicker. | Wikimedia Commons
Conocer a Joël Dicker se hace raro. Es alto, guapo, atlético y, salvo que oculte una adolescencia de introversión granujienta y tardes de soledad lectora, parece un lozano banquero. Y encima es majo. Dicker se ha alzado hasta la conquista del trono literario internacional. Su prosa fresca y lúbrica ha cautivado a millones de lectores de thrillers con La verdad sobre el caso Harry Quebert o Un animal salvaje desde hace más de una década.
Pero con su última novela ha cambiado de registro. No hay casquería, ni cadáveres de lolitas o tigres sanguinarios. La muy catastrófica visita al zoo (Alfaguara) es otra cosa. Sí mantiene la prioridad del misterio y los inevitables alcahuetes listillos, salvo que, a diferencia de sus otras historias, son un grupo de niños pequeños de una clase «especial» los que deberán resolver el enigma. Un secreto que orbita alrededor de un colegio inundado, y con el que Dicker pretende llegar a un público transversal. Un objetivo que el escritor confirma en esta entrevista para THE OBJECTIVE, en las oficinas de Penguin Random House de Madrid.
PREGUNTA.- ¿En qué momento surgió la idea de escribir esta novela? Imagino que lo de hacer un libro «para todos» vino después, ¿no?
RESPUESTA.- Sí, exactamente. La idea de que fuese un libro para todos llegó después. Me gusta ir en busca de ideas, cazarlas cuando aparecen. Observo lo que siento, lo que quiero contar. Me intrigó un personaje, el de un niño narrando una historia, y me dije: “¿Qué aporta de diferente esto?”. Porque nunca había hecho algo así. Y luego me di cuenta de que era divertido, que me hacía reír. Entré en un terreno más humorístico, y además me hacía sentir bien, porque sentía que era un mundo alegre, distinto a la incertidumbre del mundo actual. En un libro así, todo está bajo control, sabes que todo saldrá bien. Eso me gustó.
P.- ¿Por qué decidiste centrarte en un grupo de cinco niños «especiales», con una narradora como Joséphine?
R.- Al principio era una clase entera. Pero con 25 niños era demasiado. Recordar cinco o seis nombres ya es complicado. Así que reduje. Llegué a seis niños. ¿Por qué seis? No lo sé. Diez era mucho, cinco era poco. Podrían haber sido siete.
P.- ¿En qué sentido son especiales?
R.- En nada. (risas) Cuando Joséphine habla de sus compañeros, uno hace kárate, otro juega con plastilina… Son niños muy normales.
P. -¿Quizás un poco más inteligentes que la media?
R.- Tal vez, o tal vez no. Pero eso plantea una buena pregunta: ¿qué es lo normal? Y también está el punto de vista de los padres, que al escuchar «niños especiales», reaccionan como si fuese algo alarmante. Es una especie de absurdo, un reflejo de cómo a veces nos comportamos los adultos.
P.- Justamente, me pareció que el mundo de los niños está muy bien retratado, es divertido, a veces muy inteligente. Pero los padres… ¿No son un poco imbéciles?
R.- Representan al mundo adulto. Son los adultos del día a día: en la calle, en el supermercado, en el gimnasio, en el trabajo. Todos formamos parte de eso. Y a veces, sin darnos cuenta, somos un poco absurdos, egoístas, simplistas, pensamos de forma maniquea y sin matices. Es mi visión de la madurez que se enfrenta a la de estos chavales, tan fresca y dinámica.
P. -Excepto la abuela.
R.- La abuela me encanta. Representa otra cosa. Está liberada. Fue madre, por supuesto, pero ahora, como abuela, está ahí solo para hacer felices a los niños. Y eso es lo que a veces imaginamos que deberían ser los abuelos. Los abuelos están para romper ciertas barreras, mientras que los padres están para establecer límites.
«Para mí, la inspiración es como echar un Mentos en una botella de Coca-Cola»
P.- ¿Cómo construiste el equilibrio del libro para que no fuese demasiado infantil, pero tampoco demasiado serio?
R.- Ese equilibrio es lo más difícil de lograr, pero también es muy instintivo. Me cuesta explicarlo. Es como cuando un pintor sabe dónde colocar una pincelada para crear volumen: no siempre puede explicarlo. Tiene que ver con la práctica y la experiencia. No es un don que cae del cielo, sino el resultado de haberlo hecho muchas veces, como en el deporte. Un futbolista que hace una chilena no lo piensa, simplemente lo hace, porque lo ha practicado miles de veces. No es genialidad, es repetición.
P. -¿Te inspiraste en alguna novela o lectura concreta? ¿Algo que te haya influenciado?
R.- No. No hubo un libro específico. Me inspiro en todo lo que he vivido, leído, experimentado. Para mí, la inspiración es como echar un Mentos en una botella de Coca-Cola. La Coca es todo lo que tienes en la cabeza: experiencias, emociones, recuerdos. Y el Mentos es un pequeño detonante del presente. Entra, y ¡boom!, se produce una reacción.
P. -¿Hay algo de tus hijos en la forma en que hablan los niños del libro?
R.- No directamente. No hay que tratar de imitar. Eso suele sonar falso. Las expresiones de un niño no son universales. Quería que el lenguaje tuviera un tono que pudiera ser comprendido por todos.
P.- Para eso existe la ficción, ¿no? Para universalizar.
R.- Ese es precisamente el principio de la ficción: lograr implicar, contar algo en un lenguaje que todos comprendan, en el que cada persona pueda verse reflejada a través de su propia historia.
«Estamos entrando en un mundo de locos, donde todo genera ofensa»
P.- La democracia aparece mencionada con regularidad en la novela. Se hace desde la ironía, aunque también desde una cierta crítica a quienes hoy parecen ponerla en duda. De hecho, en la novela, se habla de la palabra «democracia» en el colegio como un tema que puede ser controvertido.
R.- Hoy en día, hablar de democracia parece poder causar tensión. Es absurdo que en una escuela se arme un drama porque se menciona esa palabra, pero no es tan disparatado. Estamos entrando en un mundo de locos, donde todo genera ofensa.
P.- ¿Y frente a ese mundo los niños, como los protagonistas que acaban montando una obra de teatro un poco punk, pueden ser una forma de resistencia?
R.- Sí. Los niños, como los artistas, son portadores de esperanza. Y por eso en las dictaduras lo primero que se censura es el arte: literatura, pintura, cine. Porque el arte llama al pensamiento crítico, al despertar, a la conciencia. Y eso es peligroso para quienes no quieren que pensemos.
P.- ¿Qué te motivó a escribir un libro que es tanto para niños como para adultos?
R.- Quería que los niños se divirtieran con la historia, que vivieran la emoción de la investigación. Pero para los adultos, el libro ofrece una vuelta a los fundamentos: reflexionar sobre temas esenciales para el futuro. Me encanta que los adultos tengan este tipo de conversación, como la que estamos teniendo ahora, a razón del libro. Y que, al mismo tiempo, niños de siete años me digan: «Este es el primer libro que he leído sin dibujos. Ahora estoy listo para leer libros así».
«Una sociedad que lee es una sociedad que se fortalece. Ser lector te da poder»
P.- Es fácil de leer, pero la profundidad de la idea está ahí. Si quieres ir al fondo, puedes hacerlo.
R.- Absolutamente. Me parece importante unir a las personas a través de la lectura. ¿Por qué? Porque yo veo una relación directa entre la lectura y la democracia. Una sociedad que lee es una sociedad que se fortalece. Ser lector te da poder: para ti mismo, para construir tu vida. La lectura, científicamente, moldea nuestro cerebro y nos da herramientas para entender al otro, para comprender los retos de votar, el sentido de la responsabilidad, decidir qué queremos hacer con nuestra vida y cómo construirla.
P.- ¿Hay que explicar hoy en día qué es la democracia incluso a los adultos?
R.- Sí, hay que volver al punto de partida. No para infantilizar, sino para retomar el espíritu original. Cuando algo se complica, como una ley, se vuelve al texto original. Lo mismo con la democracia: hay que preguntarse qué queríamos lograr.
P.- ¿Cuáles son, para ti, los límites de la libertad de expresión?
R.- Son muy claros: los fija el Estado. En una democracia, solo el juez o el legislador puede limitar esa libertad. No el Gobierno directamente, sino mediante la ley.
«La censura sólo puede ejercerse legalmente, no desde Twitter o Instagram»
P.- ¿Y qué pasa cuando esa censura viene de la sociedad, como ocurre en redes sociales?
R.- Ese es el problema. Entramos en la cancel culture, donde los ciudadanos quieren decidir quién puede hablar. Pero eso no es democracia. La censura sólo puede ejercerse legalmente, no desde Twitter o Instagram.
P.- ¿Cuál es la tarea del escritor? Mucha gente dice que tus libros son terapéuticos, que te sumergen y te desconectan de todo. ¿El rol del escritor es provocar, entretener, enseñar…?
R.- La tarea del escritor es crear un eco en el lector; una resonancia. Y también entretener. Para mí, al menos en mis novelas, es muy importante ser entretenido. Hay mucha gente que ya no lee porque se les ha olvidado –o nadie se lo explicó bien– que leer puede ser muy divertido. La industria del libro quizá no supo venderse como algo divertido. Leer es un placer.
P.- ¿Entonces la lectura es igual o más importante que otras artes que hoy son de consumo más rápido?
R.- Es un hecho científico. Te recomiendo el libro Reader, Come Home, de la neurocientífica estadounidense Maryanne Wolf. Explica cómo la lectura en papel activa todas las zonas del cerebro, mejora la concentración y nos da herramientas para construir la vida que queremos. No es solo entretenimiento: la lectura te fortalece y te construye.